“Fue en barco, desde Montevideo: muy bonita nuestra llegada a Buenos Aires”, recuerda Francisco Sánchez, uno de los actores del grupo español La Zaranda, también director del conjunto nacido hace 40 años en Jerez de la Frontera, aunque en ese rol elige llamarse Paco de La Zaranda. Junto al dramaturgo Eugenio Calonge y los actores Enrique Bustos y Gaspar Campuzano, recuerda en diálogo con PáginaI12 la primera gira latinoamericana. Era 1988 y La Zaranda, aún desconocida en su propio país, venía de participar del Festival de Cádiz, evento que les proporcionó la visibilidad necesaria como para ser invitada en decenas de festivales en este continente y más tarde en el propio. “América es nuestra patria teatral”, reconocen todos. Y Sánchez particulariza: “Hace unos días atrás abrí un libro de poemas de Borges donde leí: ‘Las calles de Buenos Aires ya son mi entraña’ y enseguida pensé: “También lo son para  La Zaranda”. La cita de Fervor de Buenos Aires le viene justo al director para expresar la importancia que tuvo para esta compañía andaluza el volver a la Argentina con cada uno de los espectáculos que creó, tras aquel primer desembarco. Todos coinciden: “Aquí hemos aprendido viendo a grandes actores” (Campuzano recuerda a Pavlovsky, entre otros) “Y hemos aprendido tanto viendo el lenguaje teatral vivo, con ese sello que le es propio”, resumen.

Ahora todo es noche –Liquidación de existencias–, así se llama el último espectáculo que La Zaranda estrenó anoche en el Teatro Picadero (Pasaje Santos Discépolo 1857), “un espacio próximo al espectador que brindará otra manera de vernos”, según subrayan, en referencia a las anteriores 15 temporadas realizadas en el país, siempre en escenarios de grandes dimensiones. Vinagre de Jerez, Perdonen la tristeza y Obra póstuma fueron algunas de las primeras obras que La Zaranda trajo a Buenos Aires. Estos espectáculos fueron los que dejaron para el recuerdo el estilo personal del grupo: una multitud de objetos polvorientos y ajados por el uso recreando una atmósfera espectral y unos personajes unidos en vínculos invariablemente absurdos, repitiendo obsesivamente un puñado de frases como trabalenguas. Frecuentemente vestidos con andrajos y con gesto exasperado, dejando entrever agonías metafísicas inconsolables aunque hablasen de nimiedades.  

El uso del espacio es otra de sus marcas: los actores acarrean ellos mismos parte de la utilería para transformar la escena, mientras irrumpen fragmentos de músicas procesionales. Aún cuando en las últimas obras (El régimen del pienso, de 2012 o El grito en el cielo, de 2014) estructuras metálicas comenzaron a reemplazar a los objetos, La Zaranda siguió poniendo el acento en la atmósfera de cada situación y en la temperatura de los dichos de sus protagonistas. Con la misma vehemencia sus personajes siguieron echándose en cara mezquindades del pasado, unidos en un mismo fervor mesiánico o lamentando por turno las inclemencias de la fortuna. El humor es, finalmente, otro de sus puntos fuertes, unido siempre a la voluntad de retratar a una humanidad demente, a unos “prófugos de sueños que se fugan hacia la nada”.

“La Zaranda no existiría sin Buenos Aires”, continúan los integrantes del grupo. “Es que nosotros traemos aquí un trabajo y nos llevamos la idea para el siguiente”, afirman al sostener que ésta es una ciudad que les duele y los interroga en su brutalidad. Sin ir más lejos, una imagen porteña (un hombre en situación de calle que leía con la luz de un escaparate) inspiró el espectáculo que vienen a presentar. Tres mendigos se refugian de los temporales de una vida inevitablemente unida a la muerte. “Hablamos de desahuciados de sueños, de marginados, pero no solamente porque han perdido un techo sino por haberse convertido en máquinas de consumo”, explica Calonge, autor de la dramaturgia. 

Según se lee en el programa de mano, Ahora… condensa el universo de esta compañía que lleva el nombre de un cernidor, instrumento utilizado para quitar las impurezas de una sustancia preservando así lo esencial. En escena aparecen sus heridas y cicatrices, su desamparada imaginería, su desgarrada voz y sus personajes desahuciados. Destaca también que el espectáculo propone ecos de liturgias, tintes esperpénticos y regusto a tragedia además del humor perturbador de siempre. 

La Zaranda en su conjunto piensa que al ver esta obra, el espectador reconoce a cada personaje porque “ya los lleva adentro”. Y cuenta que los tres mendigos que aparecen en Ahora… aluden veladamente al Segismundo de La vida es Sueño, de Calderón de la Barca, al Rey Lear de la tragedia de Shakespeare y a Prometeo, de Esquilo. ¿Los actores interpretan a cada uno de ellos? La respuesta es una negativa. “No- sotros queremos que los espectadores se pregunten qué tienen ellos de estos personajes: quién contempla el sueño por la realidad, quién es un rey acabado o quién ha tenido la osadía de robar el fuego”, describe Sánchez. “Así que esos son los mimbres con los que se teje el espectáculo” remata Calonge quien sostiene que “los clásicos están para profundizar en ellos, en el peso de su silencio más que en el peso de las palabras y para traerlos al estado de nuestro espíritu”.

A lo largo de 40 años, La Zaranda mantiene el mismo procedimiento: Calonge escribe por completo la obra antes de que él y los actores se den cita en la nave de ensayos de Jerez, donde hoy solamente vive Campuzano, ya que los demás residen en Madrid. Allí tendrán de tres a cuatro meses de ensayo. “Ya estamos hartos de esto”, se ríe el director, pero a la vez asegura que cuanto más agotados están de ensayar y aún cuando se promete a sí mismo “ésta es la última obra que hago” mejor les va. Tienen, incluso, el nombre del próximo montaje –El desguace de las musas– aunque todavía no lo empezaron a ensayar. Estrenada hace dos años,  Ahora… tiene todavía muchas funciones por delante, pero la última, ya saben, será en Tokio. “Para nosotros el estreno y la fecha de defunción de cada obra son muy importantes”, dicen aludiendo a la necesidad de mantener vivo cada espectáculo. 

La obra va en el teatro Picadero, de miércoles a domingo.

–¿Cómo es hacer teatro durante 40 años con las mismas personas?

Paco de la Zaranda: –El mayor enemigo es uno mismo: La Zaranda encontró que la única manera de mantenerse es vivir luchando en contra de sí misma. A la hora de crear hay que destrozar el lenguaje que habíamos conseguido. Por eso tienes que ser homicida de tu propio pasado.

–¿Cómo se explica la contradicción que surge de la idea de romper con lo realizado y a la vez condensar en la obra nueva lo hecho anteriormente?

Eugenio Calonge: –Como la contradicción que tiene todo lo que está vivo. Es tener el pasado por delante para destruirlo. Hemos realizado cambios sin alterar lo esencial. Fuimos renunciando a esos objetos que llevan la huella del tiempo, porque entendemos que la sociedad es dura, más afín al metal que a aquellos materiales que usábamos antes. También en lo musical, limpiamos, depuramos. Nos quedamos con el ruido que generan los mismos elementos.

–Frecuentemente en sus espectáculos se armaban fragmentos de pinturas, como las de Goya. ¿También abandonaron ese tratamiento de la imagen?

E. C.: –Continúa estando la pigmentación de nuestro propio mundo pictórico. La idea del espacio, la forma, la movilidad, todo eso nos viene de la pintura. Yo aprendí a escribir teatro mirando cuadros de Goya.

P. L. Z.: –Tanto que si tenemos un problema teatral, vamos al Museo del Prado y lo resolvemos (risas de todos). 

–¿Cómo fue pensado este espectáculo en especial?

E. C.: –No queríamos hacer un potpourrí de otras obras, eso hubiera sido hacer un teatro muerto.

P. L. Z.: –Pensamos en matar a la Zaranda y, como haciendo una autopsia ver qué había adentro y tomar de allí lo esencial. Un trabajo de suicida.

–Atemperado, seguramente, por el humor del grupo…  

E. C.: –Un humor perturbador. Porque lo que está en el fondo de la risa es el fracaso del ser humano que somos todos.

-P. L. Z: De todas formas, el público debe sentir que el teatro le trae esperanza. Que les plantea preguntas. ¿Somos nihilistas, somos religiosos? Que los espectadores se lo respondan.

–¿Cómo trabajan los textos?

-P. L. Z.: –El texto es una semilla que luego, con los ensayos, se hace carne en nosotros y nos termina sorprendiendo. Crear es sacar a la luz algo. Ocultar y desocultar todo el tiempo. 

E. C.: –Los ensayos están para romper el texto, por eso nunca queda igual a como fue escrito porque una cosa es el papel y otra lo que se genera en escena. El texto es un fluido que tiene que salir vivo en cada actor. 

–Desde su creación, La Zaranda se llamó Teatro Inestable de Andalucía la Baja y ahora se llama   Teatro Inestable de Ninguna Parte. ¿A qué se debe el cambio? 

–P. L. Z.: –Las raíces de esta compañía estaban en Jerez. Pero la Junta de Andalucía nos ninguneaba, no nos daba subvenciones y en cambio se aprovechaba de nosotros, por nuestro nombre. Ahora somos de todas partes. 

–¿Y qué significa lo de inestable?

E. C.: –Es que si no hay incertidumbre el arte no está vivo. La estabilidad no es propia del arte.

–Si La Zaranda sabe que efectivamente hace arte, ¿por qué subraya su inestabilidad?  

E. C.: –Hay otra explicación. Nos formamos en 1978, cuando en España todos querían ser una compañía estable, por los subsidios. Había una aspiración muy grande a la estabilidad que daba la financiación. 

P. L. Z.: –Después de 40 años, hoy somos los inestables más estables   (risas de todos).