En octubre pasado, Battles se bajó no sólo del festival BUE sino de toda su gira sudamericana, debido a los problemas familiares de uno de sus integrantes. No obstante, el baterista John Stanier asegura, además con sabor a revancha, que se redimirán con sus fans apenas las cosas se arreglen. Lo que vendría muy bien en 2017, pues se celebra ya una década de su espectacular primer álbum, Mirrored, cuya gira los trajo por única vez a Buenos Aires en noviembre de 2007, cuando ofrecieron un show en Niceto Club que aún resuena en la memoria de los que asistieron y de la banda. 

“Tocamos en un lugar muy grande y bastante tarde”, recuerda al otro lado del teléfono el músico estadounidense, quien volvió al país hace tres años, aunque al lado de A Perfect Circle. “Luego del show, nos colgamos en el camarín tomando vino, hablando del recital y charlando con el público, y casi perdemos el vuelo a Chile, donde actuábamos al día siguiente. Esperamos volver pronto para poder disfrutar también de la ciudad, debido a que no tuvimos chance de conocerla.”

Aquella vez vinieron con Tyondai Braxton, que era músico y cantante del grupo. Si bien ya en su segundo disco, Gloss Dropp (2011), lo reemplazaron con vocalistas invitados, en el más reciente, La Di Da Di (2015), no hay intérpretes. ¿Es que finalmente reconocieron que son una banda instrumental? “No somos una banda instrumental. Tampoco nos considerábamos un grupo de canciones cuando estuvo Tyondai. Somos una agrupación que hace temas instrumentales que podrían ser cantados. Ciertamente, es un desafío. Pequeño, sí, pero es un reto. Incluso, a pesar de los beneficios que brinda la tecnología. Si bien es difícil de entender, esto es lo que hacemos”, dice el batero, que además de en Battles actuó con Helmet y Tomahawk, grupos que le permitieron “abrir las perspectivas” al usar diferentes equipos y tocar de distintas maneras.

La carencia de cantante les permitió mostrar su lado más experimental, ¿fue su intención cuando concibieron su nuevo trabajo?

–Al principio lo pensamos como un disco instrumental, pero en el camino nos preguntamos una y otra vez si debíamos escribir algo. Cuando entramos al estudio nos dimos cuenta de que la carencia de voces estaba buena, al menos en esta ocasión. Como ya no vivo en Nueva York, donde está instalada la banda, lo hicimos por pedazos en los huecos que encontramos. Cada uno hacía su parte y la compartía a ver si al otro le gustaba. Es un disco pensado más desde la preproducción.

¿Ese título tan onomatopéyico es una ironía?

–Así es, se trata de un chiste. Es como cuando conocés la melodía de un tema, pero no la letra.

¿Estás de acuerdo con que creció mucho la música instrumental en los últimos años?

–Estoy de acuerdo, aunque no sé por qué hay más que antes. Sin embargo, si hablamos de electrónica instrumental, la oferta es enorme. Pero no existen tantos artistas instrumentales en vivo como se cree, ¡y para colmo se les critica!

¿Se sienten más cerca del math rock o del post rock?

–Si bien odiamos las etiquetas,  math rock nos parece la más desagradable. Lo que hacemos es tan complejo que es difícil ponerlo en palabras.