–Adrián Paenza: ¿Por qué podríamos decir que todo comienza aquí, en el Club Bahiense del Norte?

–Emanuel Ginóbili: Este es el club donde yo nací, prácticamente. Mi viejo, cuando yo nací, era el presidente del club y lo fue durante años.

–¿Y era así?

–No, está muy mejorado. Las canchas de paddle no existían. Ahora está de primera, hace años, cuando yo era chiquitito todo esto era un baldío, jugábamos a la escondidas, pateábamos piedras, nos tirábamos piedras... Terminaba la escuela, comía apuradísimo y me venía para acá. Y estaba toda la tarde.

–¿Y tu vieja te bancaba todo eso?

–Mi vieja nunca me dejaba jugar en mi casa porque le rompía las plantas, entonces la excusa era “andá a jugar al club” y como me quedaba a una cuadra de mi casa, ella también venía, y mi viejo vivía acá... Ves, la cancha como vos la ves acá no era así cuando yo era chiquitito, definitivamente no. La extendieron, el parquet era baldosa, después fue parquet duro y ahora es parquet flotante...

–¿Tenías algún lugar particular en el que te gustaba estar y picar, donde conocías la cancha de alguna manera...?

–Acá el tema es que había una cancha y muchas categorías. Y no había forma... uno tenía tres horas semanales para entrenar. Cada vez que un técnico juntaba a sus jugadores, yo de afuera saltaba a la cancha y me ponía a tirar hasta que terminaba la charla y volvía a sentarme en la tribuna y esperaba. Cuando paraba otra vez me volvía a meter y tiraba, pero siempre estaba dando vueltas por la cancha, picando con derecha, con izquierda... haciendo cosas distintas.

–¿Quién te enseñó a picar?

–Uno va copiando, sobre todo si tiene hermanos mayores. Ahora, el mito cuenta, yo no me acuerdo porque dicen que tenía dos o tres años, recién había empezado a caminar y como en casa pelotas no faltaban nunca, había un entrenador en Bahiense del Norte, que es Oscar Sánchez, me enseñó a picar en el living de mi casa con derecha, con izquierda, a levantar la cabeza... imaginate lo chiquito que era que no tengo memoria de eso... Y ya aprendí en casa y después lo utilizaba todos los días acá.

–Ya que hablamos de esa leyenda, te ponían anteojeras para picar sin mirar... ¿Tiene sentido eso?

–Era una novedad que había salido en Estados Unidos, que era como un par de lentes que tenían una base, era como una ojera que tendría cuatro centímetros y no te dejaba mirar la pelota cuando la picabas y dicen que jugando al básquet uno no tiene que mirar la pelota cuando pica porque van pasando cosas alrededor. Entonces decían que era muy bueno para eso. Después había un guantecito, que también había traído él de Estados Unidos, que hacía que nunca pusieras la pelota en la palma. Siempre con los dedos y la parte superior y la hacías picar distinto.