“Bromance” es el acrónimo de “brother” (hermano en inglés) y romance que refiere a un vínculo intenso, afectivo y emocional entre amigos varones. El término surgió en el mundo angloparlante a mediados de los ‘90 y pasó al cine cuando, desde los 2000 en adelante, la comedia americana empezó a entregar historias sobre hombres que comparten absolutamente todo, desde techo y salidas hasta los secretos más íntimos, además de abrazos y gestos cariñosos. Con Supercool (2007) como emblema de esta nueva sensibilidad, el “bromance” se adecuó a los vientos de igualdad que soplaron en el género y que hoy encuentra a las mujeres ocupando un centro humorístico que durante años estuvo reservado solo para ellos. Tal es el caso de Mi ex es un espía, cruza entre aventura de espías y comedia de enredos en cuyo núcleo anida la inquebrantable amistad de Audrey (Mila Kunis) y Morgan (Kate McKinnon). El resultado de este “sismance” (sister: hermana en inglés) es irregular, con un metraje excesivo producto de una narración reiterativa y por momentos carente de ritmo, pero que tiene un punto alto en la gracia (controlada) de McKinnon.

La rubia es una comediante avasalladora, potente e intensa, de esas que no ahorran esfuerzos a la hora de torcer las situaciones del guión hasta el absurdo más absoluto. Imposible, entonces, adjudicarle automatismo o previsibilidad a sus acciones físicas y verbales. El problema aparece si detrás de cámara no hay alguien encauzando y regulando su torrente humorístico, porque tiende a magnetizar todo lo que hay alrededor, incluso a la propia película. Eso ocurre aquí: lo que con las dosis reguladas de la primera mitad resulta gracioso y sorprendente, con la tendencia de McKinnon a la absorción y el exceso se vuelve agotador e inverosímil en la segunda.  Pero al principio, se dijo, todo funciona bien. Audrey es dejada vía Whatsapp por su novio (Justin Theroux, habitual socio creativo de Ben Stiller) sin demasiadas explicaciones. Los que le explican son unos agentes del servicio secreto británico, según los cuales el muchacho anda por el mundo cargándose villanos como agente secreto de la CIA. La sorpresa es aún mayor cuando él vuelva con el expreso pedido a Audrey de entregar un trofeo de plástico a una persona en Viena. Y allí partirán las chicas, rumbo a involucrarse en una conspiración internacional digna de la saga Misión Imposible.

La película de Susanna Fogel avanzará por dos carriles separados, siempre motorizados por el ímpetu de McKinnon. La idea de dos personajes inocentones –y algo inconscientes– lidiando con situaciones que los exceden remite invariablemente a las comedias de Blake Edwards, con La Pantera Rosa como referencia ineludible, al tiempo que la interacción entre las chicas es deudora directa del espíritu compinche, leal y cómplice del “sismance”. Chicas resolutivas y pragmáticas, pues tienen una solución para cada problema. Soluciones estúpidas e irreverentes en los mejores casos, como en la escena del tiroteo en un bar vienés o la de la persecución a bordo de un Uber. Mi novio… hubiera sido una película muy distinta de haber mantenido ese nivel de disparate y velocidad, dos premisas que se llevan muy bien con la faceta más “sacada” de Morgan y Audrey, pero el guión, coescrito por Fogel y David Iserson, irá volcándose a su vertiente conspirativa, cambiando inventiva por algunas vueltas de tuerca al uso que se prologan hasta una secuencia final que se estira bastante más allá de lo aconsejable.