Cuando era adolescente y me enchufaba mis auriculares para escuchar a Janis cantar “Move over” o “Cry baby” -dos de las maravillas de Pearl, su disco póstumo-, estaba lejos de imaginarla como una chica tomada por el desánimo. En todo caso, como con el resto de las jotas, Brian Jones, Jimi Hendrix y Jim Morrison, pensaba que de ese sufrimiento había abrevado su esplendor, el drama íntimo que la había catapultado a los 27 años a la inmortalidad. Destinos los de las jotas que todos nosotros -los jóvenes blancos del revival noventista- buscábamos emular con borracheras que hicieran aflorar una tristeza especial, la desesperanza de los genios. No funcionó, no llegamos a sufrir de esa manera deslumbrante. Nos quedó seguir escuchando a Joplin, o mirar The Rose, la peli protagonizada por Bette Midler. En la misma línea de dramatismo que aquel film de Mark Rydell (1979), está Janis, el documental de Amy Berg, que, lo digo salvajemente, reedita el retrato de la pobre inadaptada que conoció la gloria pero se nos fue por sobredosis porque le faltaba amor. Y como el árbol de la vida autoarrasada tapa el bosque de la vida vivida, al menos para ciertos directores, toda biografía de esta descomunal artista parte más o menos del mismo punto de vista. No son concebibles Alfonsina sin el mar, Sylvia Plath sin el horno donde apenas pasados los 30 metió la cabeza, Pizarnik sin su suicidio anunciado -una historia que podría emularse con la de Joplin en el punto de la disidencia sexual y la incomodidad de sus cuerpos no normativos-, Janis sin sus complejos físicos y la puntualidad de su aguja. Muchas voces repiten en esta película lo mucho que nuestra heroína sufría a causa de no verse delgada como hubiera querido. Está bien, esto debe haber sucedido, pero Janis fue una mujer de una potencia extraordinaria antes que el mito de la patita fea que, por descarte, se refugió en el lesbianismo. Una de sus novias, la afro Jae Whittaker (la única que aparece en el film), se encarga de aclararlo: “Estuvimos hablando en una fiesta y dos semanas después se mudó a mi casa. Las cantantes de blues le encantaban y las imitaba, por eso bebía y tomaba drogas, para imitar ese dolor. No creo que fuera con chicas para provocar, creo que lo hacía porque era lo que le pasaba en ese momento”. Si es por verla cantar, dar entrevistas, explotar de energía arriba y abajo del escenario, este es un documental de interés. Si no, mejor mirar el de Nina Simone. Igual que Raffaela Carrá pero con infinita más garra, este año Janis habría cumplido 73 años el 19 de enero, bajo el signo superyang de Capricornio.