El riesgo de crisis cambiaria en los países emergentes aumentó este año a pasos acelerados. Las autoridades económicas de gobiernos de Latinoamérica, Asia y África se encuentran en estado de alarma. En la Argentina quedó claro que la corrida una vez que se inicia resulta complicado de frenar y no fue el único antecedente de incertidumbre entre las economías en desarrollo. En Turquía hubo una corrección violenta de la moneda. El problema ahora empieza a ser el efecto contagio. 

Las columnas de opinión de los principales medios financieros del mundo como Bloomberg comenzaron a marcar esta tensión en estos últimos días y plantean un panorama poco optimista. Marcus Ashworth escribió uno de los artículos más interesantes señalando que la suba de la tasa de interés a niveles de emergencia del 60 por ciento en la Argentina hizo ruido directo en las monedas de Brasil, Sudáfrica y Turquía. “La dificultad financiera de un país emergente empezó a convertirse en la dificultad para otro país emergente. El ciclo a simple vista no parece romperse. Es contagioso”, planteó.

Las crisis cambiarias, más allá de la incertidumbre financiera de corto plazo, pueden generar efectos en las cuentas macroeconómicas si la paridad conseguida tras la devaluación se mantiene en el tiempo. Cash accedió a un documento del Institute of International Finance (IIF) en el que se analiza el impacto de las  depreciaciones reales que se sostienen al menos dos años. La lira turca es el ejemplo más reciente al registrar una caída de la moneda del 30 por ciento (neto de la inflación) desde el 2016. El instituto indica que este tipo de episodios no son comunes y señala que en las últimas tres décadas hubo sólo nueve eventos. La lista de los países con grandes correcciones de los precios relativos sostenidos la forman México (1995), Indonesia (1998), Rusia (1998), Brasil (1999), Argentina (2002), Uruguay (2002), Egipto (2013), Ucrania (2014) y Egipto (2016). 

El informe del IIF calculó qué ocurrió con los desajustes externos en estas nueve economías tras la depreciación real del 30 por ciento. “Las cuentas corrientes de estos países cambiaron de una situación de déficit a una superávit sostenido por más de cinco períodos tras el impacto de la devaluación”. Para el promedio de estos países con crisis cambiarias se pasó de un déficit de 2,5 por ciento de cuenta corriente a un superávit de más del 2,0. “El efecto se explicó principalmente por la fuerte compresión de las importaciones”. No es una sorpresa. Los ajustes fuertes del tipo de cambio real, cuando no se realizan controles cambiarios, son la tendencia natural de las economías no desarrolladas para disminuir los desequilibrios comerciales. El salto cambiario modifica los precios relativos porque reduce el salario en dólares, hace bajar los niveles de consumo de la sociedad y permiten disminuir las importaciones. El resultado es reducir el déficit de cuenta corriente.

El documento del IIF muestra que en el promedio de las nueve economías hubo una caída en cantidades de las importaciones de alrededor del 15 por ciento, en tanto que las exportaciones se mantuvieron (o subieron), recuperando superávit comercial. El caso argentino fue uno de los más claro para observar esta situación: en el 2002 ingresaron 16 mil millones de dólares al país por exportaciones netas, cuando unos años atrás el déficit comercial era de más de 5 mil millones. La pregunta calve tras las devaluaciones registradas a partir de abril de 2018 es si el país podrá sostener el nuevo nivel de precios relativos, con un salario mínimo más cerca de 300 que de 500 dólares (cifra promedio de los últimos años). En ese caso el déficit comercial ya no será de 8 mil millones de dólares ni se perderán 10 mil millones de dólares por turismo. La consecuencia será una contracción de la actividad que los más optimistas estiman en al menos 3 puntos hasta 2020.