Con el calor, todo parece romper en hervor y hacerse evidente. Desde muy chico me declaré enemigo de las piletas y playas, ya que, aunque me moría de calor, no soportaba la idea de mostrar mi cuerpo, sobre todo antes de hacer la transición. La playa fue durante mucho tiempo una meta pendiente. A los diecinueve años, cuando aún vivía socialmente en el casillero rosa, tuve un primer acercamiento. Estaba alucinado con el mar y la arena, pero me sentía terrible, ya que no tenía la opción de sacarme la remera y tirarme a nadar: a mí supuestamente me tocaba la bikini, y la idea no podía parecerme más tortuosa. Así que preferí, como de costumbre, quedarme en el molde y sólo observar. Tuve mi revancha recién a los 31 años, cuando la paz conmigo mismo que me trajeron la mastectomía y las hormonas me lo permitieron. De la mano de quien es hoy mi esposa, sin tetas, con barba y con pelos, pude ser un tipo más, un trans con panza, cicatrices y una alegría que no me entraba en el cuerpo.

Esta semana cumplo dos años de la mastectomía y escribo esto en cuero en el living de mi casa, pero la llegada de estos calores traen consigo el recuerdo fresquito de lo que era padecerlos con corpiño, remera y campera, antes de la transición (porque el uso de campera me hacía creer que se notaban menos mis míseros 85 de busto), o con una faja elástica y una o dos remeras, que se sentían como un pulóver que apretaba mis tetas y mi diafragma, lastimando mi piel con el roce del sudor, y restándome respiración. Ningún cuerpo la pasa del todo bien con estos calores. Quienes nos alejamos del ideal de “belleza” actual, seguramente, entre la disyuntiva de estar incómodos o frescos pero expuestos a las burlas, elegimos la incomodidad, ésa, a la que estamos acostumbradxs. Quienes sí se acercan al estereotipo “ideal”, si son (o son consideradxs) mujeres, saben que si optan por ropa liviana que deje entrever la silueta, en cada esquina habrá un machito dispuesto a mirar libidinosamente o, si no le alcanza, escupir una opinión sobre ese cuerpo, si no es que no le parece una buena idea comenzar a acechar. Los que sin dudas la pasan bien son los machos hechos y derechos, que pueden pasear sus panzas peludas en los supermercados mientras critican los rollos que adivinan en alguna mujer muerta de calor pero cubierta, o cuestionando la reputación de alguna adolescente con un shortcito, según ellos, demasiado corto. Ellos preferirán andar en short de baño y panza al viento antes de vestir una musculosa o bermuda “de puto”. Siempre tendrán algo para decir. ¿Seguiremos permitiendo que los abanderados de la normalidad regulen nuestro termómetro con estos calores?