Cuando aparece su voz en el teléfono, el disco va por “Lejanías”, el track 8. Es una vidala compuesta por Paula Suárez que Silvia Iriondo –la voz en el teléfono y en el disco– grabó junto al Carlos “Cato” Fandrich en piano, Horacio “Mono” Hurtado en contrabajo y Fernando Bruno en percusión. El tema es calmo. Contrasta con cierta carraspera nerviosa que la tuvo a maltraer y, sobre todo, con el clímax para nada sereno que atraviesa el país. “Cero diálogo, cero proyecto, todo deprimente... Mucho peor de lo que creíamos”, intenta descargarse la cantora, mientras el trabajo sigue sonando. El track 9 se llama “El cauce y el agua”, y se trata de un remanso sonoro litoraleño que Iriondo compuso con Juan Falú, y grabó con un precioso cuarteto de cuerdas brasileño. Y así, como ambos tracks, suena el tono total del disco: “silencioso”, catártico, sosegado, muy fino... Como si fuera un antídoto contra todos los males del mundo de hoy, que aclara su fin desde el nombre: Tierra sin mal. “Suena, creo yo, como las obras que más me gusta escuchar, como esos cuatro o cinco discos a los que siempre vuelvo”, sostiene la cantora, que presentará su nuevo material hoy a las 20 en la Sala Sinfónica del Centro Cultural Kirchner (Sarmiento 151). “Esos discos son de músicas muy tranquilas que me acompañan y me ayudan a meterme en mí, a reencontrarme bajo un clima reflexivo”. 

Uno de esos discos es The Melody at Night with You, de Keith Jarrett, en el que el pianista estadounidense grabó standards de jazz, hacia fines del siglo pasado. Otro es Alma, de su amigo Egberto Gismonti. El tercero que nombra es Elis & Tom (Elis Regina + Tom Jobim), publicado en 1974, y el último Beyond the Missouri Sky, del tándem Pat Metheny - Charlie Haden. “Son todas músicas muy tranquilas, sutiles, livianas, y muy ricas en contenido. Músicas que te hacen transitar mejor el camino. Me encantaría que Tierra sin mal suene así para otros”, desea la guardiana musical de Leda Valladares. Y así cuadra. Algo de esos discos hay en el de ella, algo impregnó en sus canciones más allá de las singularidades del caso. Así lo muestran, además de los tracks pasados, los que van llegando. Por empezar, dos más que grabó con Falú: una abismal nana cuyo nombre es “Greta” y una zamba inédita del tucumano, llamada “María en la casa”. “La música es de Falú y la letra es de Marcela Neme, que cuenta una historia que me encantó, porque desarrolla de una manera sencilla y profunda a la vez la soledad del universo femenino”, testifica Iriondo.

Tampoco falta en su octavo trabajo la presencia de su guía mayor, Leda. De ella, Iriondo tomó tres compilaciones: “Casi, casi”, “Mi jujeñita” y “Clavel doradito”, canción a la que le encontró la vuelta, luego de escuchar la versión que hizo el verseador, luthier y alfarero Anastasio Quiroga. “Quiroga es un artista enorme que grabó un disco bajo la guía de Leda. En él, además de la música, aparecen relatos camperos, algún chiste, y pasajes de la vida de los pastores. Pese a que grabó ese único disco, es uno de los cantores que mejor interpretó ese tono calmo que, para mí, tiene el paisaje de nuestro país. Y lo digo porque escuchándolo a él, a Yupanqui o a Falú, uno se da cuenta de cómo hoy se ha ido desvirtuado ese lenguaje. Escuchándolos a ellos, una se sumerge en un clima literario y calmo, porque el folklore es como el paisaje: algo íntimo, para ir descubriendo de a poco”. 

–Como la tierra sin mal, tal vez.

–La mitología guaraní, de donde proviene esa tierra sin mal, me trajo esa realidad, sí. Me reencontré con esa creencia ancestral y dije “qué maravilla, ¿cómo puede ser que una nación entera desde el 1500 fue buscando una tierra ideal?”. Eso hizo que los guaraníes se propagaran hasta el Amazonas y sostengan su identidad pese a las adversidades. Creo que existe una tierra sin mal.

–¿Dónde está? Seguro que muchos se quieren ir ya...

–Dentro de nosotros. Lo digo en el sentido de que la única manera de encontrarla es creer que existe. Si no la vemos como una existencia real, va a costarnos mucho como comunidad poder construirla. Y el arte es una buena herramienta para llegar a ella.

La tierra sin mal de la cantora mora en el mundo de las ideas, pero también en el tangible de sus músicas. En rigor, el disco abre con “Agua dulce”, un hermoso chamamé de Jorge Fandermole, dedicado a la tríada Aníbal Sampayo-Chacho Muller-Zurdo Martínez. “En la letra de Fander encuentro la tierra sin mal. A través de ella me pareció que todo coincidía, cerraba y abrazaba”, cuenta esta maestra del canto, que se tomó año y medio en trabajar un disco que contó con las participaciones de Lilián Saba, Manu Sija, Fernando Diéguez y la Orquesta Infanto Juvenil Bicentenario de Loma Hermosa, dirigido por Luis Nesa. Todo más un plus: la sorpresiva aparición de una especie de mecenas japonés llamado Shuhei Yamagami. “Ese señor, a quien yo no conocía, me escribió interesado por todos mis discos, y me propuso hacer uno nuevo. Estuvimos un año y medio conversando, y empezamos a hacer las maquetas y la selección de los temas”, cuenta ella. En efecto, Tierra sin mal se grabó en Buenos Aires, pero se masterizó en un sello que el productor tiene en su país. “Coincidimos en algo fundamental, que es entender que la música que yo hago es una construcción artesanal, bastante parecida a la música japonesa”.

–¿En qué sentido?

–En que ambas les dan un espacio importante a los silencios. De hecho, el bonus del disco es “Kagome”, un tema que me enseñó una cantora japonesa que tomó clases conmigo. Es una pieza anónima antiguo muy similar a las coplas del norte argentino. Nos parecemos más de lo que se imagina.