Ante el incumplimiento de las metas del acuerdo firmado con el FMI, el gobierno debió renegociarlo. El presidente Mauricio Macri espera conseguir un adelanto de los desembolsos trimestrales pautados originalmente. La respuesta de la Directora Gerente del Fondo, Christine Lagarde, fue solicitar a cambio que el gobierno adelante el ajuste fiscal hasta equilibrar el déficit fiscal primario. De esa manera, la Argentina retoma el programa de déficit cero que el FMI le había impuesto al presidente Fernando de la Rúa y su ministro de Economía, Domingo Cavallo, en la agonía de la convertibilidad. El Fondo no cambió.

Para mostrar voluntad de ajuste, el gobierno anunció un paquetazo con eliminación de ministerios, reducción de personal, gastos, obras y hasta el restablecimiento de retenciones a la exportación. El aumento de las retenciones fue fijado en una suma fija en pesos. Una instrumentación que incentiva a las empresas a frenar las ventas externas hasta forzar una suba del dólar que licúe el impacto fiscal de la medida. El ajuste de los gastos y las obras promete una economía en recesión, con un Estado paralizado por el reordenamiento administrativo, la conflictividad sindical y el desfinanciamiento de las políticas. La reducción del Ministerio de Trabajo a una Secretaría ilustra la intención gubernamental de llevar los derechos de los trabajadores a una situación pre-peronista.

El talón de Aquiles del nuevo programa en negociación con el FMI no es sólo su probable inviabilidad social y política. La falla está en que no resuelve el problema de fondo, que no es el déficit de las cuentas públicas, sino el déficit externo del sector privado. Al contrario de lo que muchos suponen, el déficit de las cuentas públicas fue el sostén de la macroeconomía de la gestión Macri. El endeudamiento externo para cubrir el exceso de gasto en pesos brindó una fuente estable de dólares que permitió cubrir el déficit externo del sector privado y acumular reservas. El estrechamiento de esa fuente de divisas fue la que generó que las bases de la economía se resquebrajaran al primer shock negativo a nivel internacional. El intento de suplantar el acceso al crédito privado por el del FMI coliciona con las limitaciones que el organismo impone a la política cambiaria y la desconfianza que genera tener que acudir a un prestamista de última instancia.

El FMI supone que una política de dólar flexible que incentive una brusca suba del dólar es suficiente para reequilibrar el balance externo del sector privado al disminuir el déficit de turismo y, vía contracción de la producción, reducir las importaciones. Pero la elevada incertidumbre e inflación que genera la permanente devaluación del peso termina acelerando la fuga de capitales, con lo que el déficit externo del sector privado se agrava, al menos, en el corto plazo.

La consecuencia es la transformación de la corrida cambiaria en una maratón, donde la permanente suba del dólar desestabiliza la actividad productiva y la situación social, al riesgo de hundir más que un programa económico.

@AndresAsiain