Los hermanos Juan Gregorio y Eusebio Góngora, oficiales de Artigas, con sesenta hombres de los cuales ocho son desertores, llegan al Rosario. Anuncian que tienen una misión reservada que cumplir en nombre del jefe oriental.

—Hace ya un tiempo que están acá y no se ve efecto alguno de la misión que tienen -los inquiere José Tiburcio Benegas, el comandante militar.

Los hermanos Góngora no se inmutan.

—Ustedes deben regresar a Santa Fe y ponerse a las órdenes del gobernador Candioti.

—Nosotros no reconocemos su autoridad.

Algunas horas más tarde, los hermanos orientales junto a diez soldados interrumpen el descanso del alcalde de la Santa Hermandad del Rosario. Ante los golpes incesantes, Bernardino Moreno abre la puerta de su casa. Juan Gregorio, lo presiona para que entregue las armas.

—Soy la autoridad judicial, y persigo con todo celo a delincuentes, vagos y mal entretenidos.

Ante la resistencia del alcalde, Góngora no duda en poner el caño de la pistola en el pecho del gobernante.  

—¡Hay que degollarlo! -exclama un soldado que asiste a la escena desde un rincón de la casa.

—¡Vamos a atarlo! -propone otro.

Moreno no demora en entregar sus armas. “Ha sido un vil y escandaloso atentado, tome V.E. alguna medida ante los males y horrorosos estragos de esta gavilla”, cuenta en una carta enviada al director supremo Álvarez Thomas.

Los hermanos Góngora repiten la escena con el comandante Benegas y oficiales, sargentos y cabos del Pago. Las patrullas que diariamente salen en la quietud de la noche a recorrer el vecindario, por seguridad, han quedado desarmadas.

Juan Gregorio vuelve al día siguiente a la casa del alcalde. Pero Moreno ya no está, ha fugado.

—¿Dónde se ha ido el pícaro traidor a Artigas para quitarlo del medio? -pregunta a los gritos Góngora en cada pulpería que incursiona.

Anastasio Sanmartín, otro de los vecinos leales a los porteños, también le escribe al director supremo: “Persuadidos, los mejores vecinos de las grandes ventajas que resultaron a este afligido vecindario de la unión con esta capital y esperando el poder de una mano bienhechora que nos pusiese a cubierto de insultos, vejaciones e injusticias, hemos sido despojados varios individuos que hemos tenido cuna en este suelo. ¿V.E. puede hacerse cargo de la triste situación en que nos hallamos abatidos por unos hombres que no tienen más derecho que la fuerza?”.

—La insolencia de sus oficiales orientales en el Rosario ha espantado a los pacíficos moradores -protesta Álvarez Thomas.

—Si Góngora no ha cumplido con todas las formalidades de estilo será efecto de ignorancia que de mala fe -responde Artigas, desde su campamento de Purificación y da por cerrado el sumario. Nadie va preso por intriga, razona.