Desde Toronto

Los dos son estadounidenses, ambos son documentalistas y por lo tanto se ocupan de la realidad de su país, pero no podrían ser más diferentes. Michael Moore (Flint, Michigan, 1954) se ganó hace tiempo una popularidad inusual para un director de documentales, en gran medida porque supo hacer de sí mismo un personaje, protagonista de sus propios films, una suerte de “hombre común” que desde ese lugar nada inocente cuestiona a la política y al establishment de su país. Por el contrario, Frederick Wiseman (Boston, Massachusetts, 1934) jamás aparece en cámara y es desconocido por el gran público, aunque su filmografía suma más de cuarenta films, que pueden ser considerados como el cuerpo de obra más consecuente y significativo que un cineasta de los Estados Unidos ha hecho sobre sus habitantes y sus instituciones. 

Se diría que lo único que tienen en común es que suelen elegir al Toronto International Film Festival  como plataforma de lanzamiento de sus películas y este año no es la excepción. Mientras Moore –un ídolo para los canadienses, que lo han entronizado como una mezcla de stand-up comedian y político de barricada– vino a presentar Farenheit 11/9, su furiosa diatriba contra Donald Trump, Wiseman trajo Monrovia, Indiana, un apacible retrato de una pequeña ciudad del medio oeste norteamericano, ese interior profundo de donde proviene la mayoría de los votantes de Trump. Vistas en conjunto, no podría haber dos películas más disímiles aunque con lecturas complementarias, que ayudan a comprender la realidad de Estados Unidos.

El título del nuevo documental de Moore altera el orden de los factores pero no necesariamente el producto. Si Farenheit 11/9 –que en  2004 le valió la Palma de Oro del Festival de Cannes– Moore cargaba contra George W. Bush y las causas y consecuencias de los atentados del 11 de septiembre de 2001, aquí en Farenheit 9/11 (la fecha en el nuevo título se refiere a la mañana en que Trump fue declarado ganador de las elecciones de 2016) el director de Sicko indaga en el origen del triunfo del actual presidente de los Estados Unidos y en las implicancias de su mandato. Y lo hace a su modo, de forma bombástica, apelando básicamente a material de archivo tomado de noticiosos, al que edita de manera tan vertiginosa como manipuladora, no muy diferente a como lo hacen tantos programas de televisión que se nutren del propio medio. 

El recurso le sirve a Moore para desarrollar dos tesis que no dejan de ser atendibles. La primera es que Trump se salió con la suya porque todo lo que hizo en su vida lo hizo siempre a la luz pública, sin ocultar nada, empezando por su codicia, racismo y misoginia, lo que termino naturalizando su impunidad. Tanto que hasta se le permite lo que en la puritana sociedad estadounidense no se le permitiría a nadie más: hacer repetidamente chistes en TV sobre su inocultable deseo sexual hacia su propia hija Ivanka, quien a su vez se muy presta solícita a esas bromas. La segunda tesis es que si Trump está donde está es por culpa del Partido Demócrata, que durante décadas fue abandonando sus políticas y votantes en favor de sus propios intereses corporativos. Tanto que no duda hablar de Barack Obama como un mero lacayo del grupo de inversión Goldman Sachs. En ese descreimiento, Moore encuentra una de las razones por la cual aquellos que se abstuvieron de votar fueron el grupo más numeroso en las últimas elecciones de su país, aunque también terminaron perdiendo: empleo, derechos, beneficios sociales. 

Finalmente, Moore apela al recurso más fácil: le pone la voz de Trump a la imagen de Hitler. Puede parecer excesivo, pero para el realizador no lo es: recuerda que el Führer también llegó por las urnas y que hay que actuar ya para que la historia no se repita. 

La nueva película de Frederick Wiseman sin embargo parece venir a desmentirlo. Cineasta progresista y eminentemente urbano, en Monrovia, Indiana Wiseman sin embargo se instala en esa localidad rural de 1.063 habitantes y sigue su rutinaria vida cotidiana. Como si hubiera venido de otro planeta (y Nueva York, sin duda lo es), Wiseman va viendo carteles por la calle –peluquería, cantina, escuela, armería, iglesia– y allí va con su cámara y su micrófono, a observar, a escuchar. Porque para Wiseman el cine sigue siendo una herramienta de conocimiento: sus documentales no son de tesis, no contienen por adelantado ninguna respuesta, sino que intentan comprender, sin que medie protagonista o narrador alguno.

Con su paciencia y rigor habituales, sin condescender jamás a la ironía o la burla, el director de la extraordinaria Ex Libris - The New York Public Library (que se verá en el próximo DocBuenosAires) da cuenta de lo que sucede puertas adentro: los cortes de pelo estilo militar, los tatuajes con salmos de la Biblia, los serenos debates sobre las virtudes de tal o cual rifle. De hecho, un cartel llama la atención: “Bienvenidos al Estado de Indiana, el hogar de un millón de portadores de armas. Disfrute su estadía”.