Este jueves se aprobó la primera lectura del Código Urbanístico, la nueva ley marco sobre la construcción y el uso de la tierra en la ciudad. El gobierno porteño presenta el Código como un “modelo transparente e inclusivo, que privilegie la mixtura de usos en los barrios, que sea abierto a la innovación y que promueva la sustentabilidad y el cuidado ambiental”. Pero el estudio de lo que votó la Legislatura porteña en primera ronda parece más una licencia para que los especuladores inmobiliarios se salten leyes que les habían frenado negocios en diferentes barrios. Así, como se explicó en PáginaI12, en Floresta se “olvidaron” de un buen centenar de edificios catalogados y se ocultó en un párrafo perdido que sí se autorizaban locales de textiles, hasta ahora limitados. Y en Barracas simplemente dejaron de lado los límites a las demoliciones, quedaron en el aire muchísimos edificios protegidos y dejaron en una ambiguedad imperdonable las alturas máximas. En Caballito, los vecinos decubrieron que el nuevo Código ignora nada menos que cinco leyes que se lograron con fuertes movilizaciones en los últimos años.

El análisis de la situación es producto de un trabajo detallado de varias ONG del barrio. Caballito tiene un problema muy específico en el contexto de Buenos Aires: es el barrio más denso en población y el que menos verde tiene por habitante. La asfixia urbana, se sabe, no es asunto de los especuladores, que la solucionan simplemente no viviendo en los barrios que arruinan. Pese a que el problema es tan claro que se percibe con la más breve caminata por Caballito, tomó años de batallar contra intereses creados para ponerle algún límite al tamaño de los edificios autorizados. El nuevo Código le soluciona este fastidio a los especuladores ignorando estas leyes molestas.

Una de las leyes es la 2721, que crea una zona de bajas alturas en el entorno del pasaje Chirimay. Estas leyes ni deberían existir porque los pasajes ya están protegidos, todos, con una ley especial, pero hubo que pasarla por el constante descaso municipal a su propia legislación. Esta ley específica protege cuatro pequeñas manzanas, fijando alturas de nueve a doce metros, tope que se podría decir ya es demasiado alto. Pero en el proyecto votado el jueves, este pedacito de ciudad queda incluido en algo llamado “Unidad de Sustentabilidad de Altura Alta”, pésimo castellano que implica edificios de 32,50 metros de alto.

Peor es que se ignora las leyes 2722 y 5455, que limita las alturas de toda la zona norte de Caballito, poniendo un tope máximo de 19,50, incluyendo retiros, y muchas regiones con doce o 13,50 metros de altura. Los vecinos reaccionaron con particular enojo ante esta novedad, porque estas dos leyes fueron fruto de años de organización, y hasta incluyen la prohibición absoluta de las torres con perímetro libre, por grande que sea el terreno. 

Dos leyes más que desaparecen en el goloso proyecto de los especuladores son la 1744 y la 2294, que protegen patrimonios particulares de los porteños. Caballito, se sabe, tiene zonas muy bellas, de la época en que las áreas residenciales porteñas invertían en estética y arquitectura, no en amenities. Por eso, la ley 1744 protegió un polígono residencial limitado por Pedro Goyena, Del Barco Centenera, José Bonifacio y Emilio Mitre, con un máximno de 14,60 metros de altura para obra nueva, incluyendo tanques de agua y salas de máquinas. Esto, que puede sonar a mucho, se hace para cambiar la ecuación económica del barrio, valorizando los edificios existentes como tales y devaluando los terrenos al bajarle la cota de construcción. En el proyecto de Código votado esta semana, el perímetro reaparece transformado en una Unidad de Sustentabilidad de Altura Baja que, pese al nombre, le sube las alturas al sector hasta 17,50 metros, más tanques de agua y salas de máquinas, no sea cosa de molestar a los especuladores.

Peor todavía es lo que pasa con la “distracción” sobre la ley 2294, ya que esta fue el instrumento con que se creó el Area de Protección Histórica del Barrio Inglés. Este hermoso conjunto rodeado por Valle, Emilio Mitre, Pedro Goyena y Del Barco Centenera fue protegido en 2007 y aparece nombrado en el proyecto de Código Urbanístico. El problema está en que desaparece en el Catálogo de Inmuebles Protegidos, donde se dice con nombre y dirección cada casa, estructura o edificio que no puede tocarse. Y eso que el texto votado el jueves es el borrador número once...

Los vecinos de Caballito aprovecharon su protesta para volver a exigir que la agenda del barrio sea incluida en el Código, en lugar de tener que seguir esta suerte de guerrilla asimétrica contra los especuladores y sus socios comerciales en el gobierno porteño. Así, pidieron que se formalice la protección de los pasajes Chirimay y Terry, y de la calle Hualfín, prohibiendo todo lo que supere los nueve metros de altura. También insistieron en el tema parques, un déficit grave en la zona que al macrismo no parece importarle en absoluto. Los vecinos quieren que los terrenos de Avellaneda al 1500 sean un parque y no un megashopping del grupo IRSA, al que el gobierno porteño no se cansa de privilegiar, y que la playa de cargas ferroviaria no sea un negocio de torres sino otro parque. De hecho, estas dos ideas mejorarían por mucho la muy patética proporción de verde por habitante que tiene un barrio asfixiado.