Mientras le daba los toques finales a la muestra en La Usina del Arte, Costhanzo recibió la noticia de la muerte de Carlos Garaycochea, quien fue su maestro de dibujo. “Sabía que no estaba bien, que no era el mismo, pero igual fue un mazaso”, asegura. “Los alumnos llegamos a hacerle un homenaje, eso estuvo bueno. Antes de eso, hace unos diez años, yo me había acercado a su casa a agradecerle. Tuve la suerte de poder agradecerle en tiempo real. Con los buenos maestros pasa que uno los adora, después se pelea y finalmente vuelve a adorarlos. Es un proceso bastante común, porque tenés que romper con tu maestro para poder crecer, pero después volvés a quererlos. El fue muy eficiente conmigo, como con todos, pero como yo no era el mejor de sus cursos tenía que esforzarme el doble para llamar la atención. El me nutrió de cultura, porque me mostó a los grandes dibujantes de los que yo después mamé, como Al Hirschfeld y Saul Steinberg, pero también tenía una gran cultura cinéfila, entonces por él conocí lo mejor de Woody Allen, de los Monty Phyton... Y lo más importante de todo es que me hizo querer el oficio. Los sábados a la mañana, yo iba feliz desde Castelar hasta Corrientes y Uruguay, donde Garaycochea tenía su escuela, a pesar de que sabía que iba a sufrir porque me costaba y tenía compañeros mucho mejores. Pero, dentro de la exigencia, él generaba un clima de estar haciendo algo distinto e interesante. No sé cómo lo hacía, pero pasaba”.