Ser argentino es hacerse las preguntas fundamentales de la existencia. ¿Hay que sacarle la grasa al asado? ¿Es mejor el Merlot o el Malbec? ¿Riquelme fue más grande que Bochini? ¿Quién alimenta la hoguera en la caverna de Platón?

Por si lo olvidó, doña, la caverna de Platón es una alegoría que nos habla de un mundo de los sentidos y otro de la razón. En criollo sería así: Pepe Platón agarra unos argentinos tiernitos (bebés o argentinos con mentalidad de bebés) y los encadena de cara a la pared de una caverna y a espaldas de una hoguera. Detrás de los argentinos pasan "cosas": que en la pared de la caverna se reflejan como sombras.

Los argentinos encadenados ven las sombras de esas cosas y creen que esas sombras son la vida, el mundo. Que el mundo es así, como de humo, ¿vio? Esas cosas pueden haber sido personas, Jorge Julio López, cuentas offshore, Moria Casán, genocidios, Caruso Lombardi, mafias, pero esos argentinos, por culpa del experimento de Pepe Platón, sólo ven sombras.

Obviamente, ellos no tienen la culpa de tener una visión deformada (parcial, sesgada) del mundo. Están ahí para cumplir el cometido de Pepe Platón: saber si a la gente le podés vender gato por liebre o espejitos de colores, siempre y hasta el final de los días. Y saber también (de paso) si una persona es capaz de comprar gato por liebre sin rebelarse nunca jamás.

El cuento termina con alegoría: uno de los argentinos escapa (o lo dejaron escapar para probar el experimento), y ve el mundo real, el de las cosas verdaderas, es decir el mundo de la razón, pero cuando vuelve a la cueva y le cuenta a los otros lo que vio, lo tratan de chanta.

Otra vez, no hay que enojarse con esos argentinos que no aceptan la "verdad". Pensemos en ellos, sentados allí, quietitos, relativamente conformes, alimentados, seguros, porque las cosas que pasan afuera de la caverna no los afectan. Las sombras no pueden sino producir pesadillas o miedos. No te pueden robar, no te pueden matar, como mucho te mantienen medio estúpido y confundido, que no es delito.

Quizá por eso, estos argentinos no quieren saber lo que pasa afuera o no intentan romper las cadenas. No buscan otro mundo porque no saben que existe. Y ni siquiera saben que hay fuego a sus espaldas.

O quizá se rebelaron pero poquito. Y rebelarse poquito es como enamorarse poquito. O tener un poquito de alegría. Por ahí se rebelaron haciendo lecturas personales de esas sombras, viendo un cuchillo donde otro veía una flor, como en el cuento La mancha de humedad, de Ibarbourou. O se rebelaron cerrando los ojos por un rato. Es todo. Romper cadenas y liberarse es complicado y peligroso. Y a veces imposible.

La vigencia de esta alegoría está en que habla de la grieta que divide a los que creen que saben lo que es el mundo, de los que saben (o intentan saber) lo que es de verdad.

Pero el asunto que me interesa ahora es quién alimenta a la hoguera.

Seguramente la pretensión de Pepe Platón no era hablar del poder, que en este alegoría está representado por Tito Sartén Por El Mango, al que llamaremos Tito Sartén.Tito Sartén, egresado de Harvard y amigo de banqueros, es decir que no es ningún boludo, entendió la importancia del experimento. Y sobre todo entendió la importante de mantener el fuego encendido. Que mientras ese fuego estuviera encendido, detrás de los encadenados podrían pasar cosas, incluso las más aberrantes, y que no pasaría nada.

Entonces entró en juego. Pero antes pasaron otras cosas. Pepe Platón había encontrado soluciones temporales para mantener el fuego: amigos, alcahuetes, esclavos y obreros. Cada opción terminaba en fracaso. Los alcahuetes y amigos se le reían, los esclavos se morían. Los obreros, como buenos pedigüeños, querían mejoras, y a veces hasta se solidarizaban con los giles que miraban la pared. O se gremializaban.

Y entonces, un día, Pepe Platón, temeroso de que su experimento  fracasara, optó por tercerizar. Es decir, llamó a Tito Sartén para que se encargue de que el fuego siga llameando. Pepe Platón nunca supo que Tito Sartén esperaba la ocasión.

Bien visto, fue una solución. Tito Sartén tenía sus propios esclavos. Si se morían los reemplazaban por otros sin que nadie se enterara. Tenía obreros, que cuando se ponían incordiosos los tiraba de un avión directamente al mar. O corrompía a sus dirigentes gremiales.

Ojo, que Tito Sartén no era mal tipo. Entendió que esos pobres argentinos no podían estar mirando la pared pelada. Entonces la pintaba, le colgaba guirnaldas, y hasta contrató magos que hacían sombra de manos sobre la pared. Algunos de los encadenados llegaron a amar a Tito Sartén. Sobre todo porque lo apoyó cuando los encadenados comenzaron a ver santos y dioses en las sombras. Así se fueron encomendándose al Dios del Humo, al Dios del Hollín, y así. 

Desde ese día hasta hoy se utilizaron numerosísimas herramientas para mantener el fuego encendido y evitar que los encadenados se dieran vuelta a mirar la realidad: desde las armas a, la más notable, la televisión, analogía indigna de desarrollar. Pero a mí me interesa saber quién mantuvo encendido el fuego.

Y Tito Sartén fue más lejos aún. La verdad es que, nobleza obliga, entendió el experimento mejor que nadie. Entendió que, además de los encadenados, también habría gente que se pondría a mirar la pared sin estar encadenada. Lo harían porque otros lo hacían. O lo harían por miedo. O lo harían porque sus vidas sin esas sombras eran aburridas. O por comodidad, porque rebelarse es un embole.

No fue sencillo, claro. Los encadenados se traicionaban, se delataban porque uno decía que el otro torcía la cabeza para ver lo que había atrás. Al argentino que se había escapado lo mataron con sus manos cuando comenzó a contar con lujo de detalles como era el mundo más allá de la cueva. Tito Sartén no detuvo las intrigas, incluso las promovió.

Y mantener entretenida a esa gente no era sencillo. Eran horas y horas de sombras. Tito Sartén tuvo que utilizar todos sus recursos, poner mucha guita, contratar magos que sabían hacer sombras de vedettes, partidos de fútbol.

¿Qué beneficio obtenía? Muchos. El más notable era poder pasar, traficar las cosas más horribles sin que nadie le pidiera explicaciones. Luego comenzó a cobrarles la comida. También las sombras. Los encadenados pagaron con gusto, porque eran sombras de colores, que representaban lindos culos y tetas. A esa altura ni siquiera Pepe Platón podía contarle a los encadenados la verdad: no le hubieran creído.

Y pasa el tiempo. La fascinación por las sombras es tan grande que se diría que ya no hay posibilidad de cambios. Tito Sartén tiene tantos negocios que descuida la caverna. Piensa que por más que el fuego se apague, nada puede pasar. Que la gente encadenada como mucho protestará. Entonces el fuego se apaga. Una lluvia, pongamos. Una inundación. Ya no hay sombras en la pared. Uno de los argentinos encadenados se siente raro, sacude las cadenas. Las rompe. No sabe para dónde salir porque tiene la voluntad limada. A metros tiene la entrada de la cueva. Puede escapar. Más allá, la hoguera. Aún tiene carbones encendidos. Este argentino toma una rama como si quisiera romper las cabezas de Pepe Platón y de Tito Sartén. Sospecha que si sale puede transformarse en un líder. No sabe en líder de qué, pero líder al fin. O quizá tomó la rama para tapar el sol que lo enceguece.

Lo que hace al fin es agregar la rama a la hoguera, soplar para que vuelva el fuego, y sentarse en posición de loto frente a la pared. Ese es el que alimenta la hoguera.

 

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