El dólar pasó de 20 a 40 pesos en cinco meses. Los rendimientos de los bonos en moneda extranjera pasaron de 6 a 12 por ciento. Las tasas de interés subieron del 28 al 60 por ciento. La inflación arrancó enero en torno del 20 por ciento y terminará diciembre por arriba del 40. La matemática de estas variables es divertida. Los problemas se duplicaron. Con el crecimiento la performance fue aún peor. El Producto Interno Bruto comenzó 2018 creciendo al 2 por ciento y terminará con una recesión de más del 2. Este panorama de incertidumbre no fue adelantado ni siquiera por los economistas más pesimistas y los analistas más críticos de la gestión. La economía argentina sigue sus propias reglas.

La lección que deja este año es que pensar en un ajuste cambiario del 151 por ciento no era una locura. Tampoco lo era creer que iba a necesitarse el Fondo Monetario Internacional para obtener un crédito de urgencia ni que los salarios iban a tener una caída en dólares del 53 por ciento con una reacción social entre moderada e inexistente. ¿Pensar que la estrategia para los próximos meses será dolarizar o volver a una convertibilidad es absurdo? No puede descartarse nada a esta altura y resulta interesante revisar los datos duros.

La primera cuenta interesante es medir la cantidad de pesos que tiene la economía circulando y que el Banco Central debería estar en condiciones de reemplazar por dólares. La cantidad de billetes y monedas en circulación suma 763 mil millones de pesos y el encaje de los bancos (o sea el neto entre depósitos y créditos) otros 548 mil millones. Los pasivos en pesos de corto plazo en manos del sector privado también deberían considerarse como parte del circulante que deberá respaldarse con divisas. No hace falta incluir la parte de esta deuda que se encuentra en manos de bancos públicos (en torno al 30 por ciento). Las Lebac y las Leliq en manos de inversores y bancos privados suman 539 mil millones de pesos. Esto implica que la cantidad de pesos que deberían canjearse por dólares asciende a 1,851 billones de pesos (763+548+539).  

La segunda cuenta interesante es medir la cantidad de moneda extranjera líquida que tiene en su poder el Banco Central para poder canjear todos esos pesos en circulación. Las reservas internacionales suman 50 mil millones de dólares. Pero unos 16 mil millones son encajes de los depósitos de los bancos en moneda extranjera y no pueden usarse como respaldo. Para la cuenta se considerará que el resto de los dólares de las reservas son líquidos (suponiendo que los pasivos de corto plazo como los Repo logran renovarse).  

Esto arroja dos conclusiones. Uno: la puesta en marcha de una dolarización o de una nueva paridad fija contra el dólar requiere a este nivel de reservas tener un tipo de cambio cercano a los 55 pesos (1,851 billones de pesos dividido 34 mil millones de dólares es equivalente a 55 pesos por dólar). Dos: aplicar la medida con un tipo de cambio más parecido a los 40 pesos implicaría conseguir cerca de 10 mil millones de dólares extra para incrementar las reservas líquidas (1,851 billones de pesos dividido 44 mil millones de dólares en reservas líquidas equivale a un tipo de cambio de casi 42 pesos por dólar). Estas cuentas no implican que el país decida dolarizarse, pero si son una referencia para entender que la medida es posible con un poco más de devaluación o un ingreso extra de dólares. 

La idea da vueltas y hay que estar atento a las sorpresas. Para la Argentina ya nada es inesperado. El país no es novato en este tipo de medidas. La aplicó con ciertos matices a principio de los noventa siguiendo una receta repetida para la región. América latina registraba problemas de inflación por la crisis de deuda de la década anterior y fijar la paridad de la moneda local (o directamente reemplazar la moneda por la divisa norteamericana) fue el cortafuego de manual para frenar el proceso inflacionario.