Las noticias sobre la Revolución de Mayo llegan tarde a la villa del Rosario. Las urgencias mundanas pasan por festejos familiares, actos religiosos, baños en el río o estar al tanto del escándalo en el que se ve envuelto el flamante Alcalde de la Santa Hermandad del Pago de los Arroyos, Isidro Nogueras.

El funcionario vino con órdenes precisas del Cabildo de Santa Fe de inspeccionar las pulperías y verificar los precios de los comestibles. Al descubrir irregularidades en el peso del pan, licencias vencidas de comerciantes o la violación de horarios de apertura y cierre, Nogueras comenzó a multar a los pulperos y ejercer el poder a los gritos y con trabuco a la vista.

El primer indignado fue el cura del pueblo, Julián Navarro, habitué de las pulperías.

-- Ese hombre está loco -exclamó ante los parroquianos.

-- ¡Usted es un cura mulato que tiene deudas de juego y gusto por la bebida! -respondió el Alcalde cuando lo encontró en la puerta de ingreso a la capilla.

-- ¡Y usted es un demente, vago y coimero! -retrucó el cura y le advirtió que tenía el ingreso clausurado a la capillita, y que el banco destinado a las autoridades oficiales sería retirado.

La venganza contra Nogueras se cristalizó el día que estalló un escándalo de alcoba. Todo se precipitó cuando se encontraron en una misma habitación el alcalde, su esposa y la amante.

-- Te dejás gobernar por tu mujer -lo increpó Manuela.

-- Cállate, grandísima puta descasadora -replicó la esposa.

El Alcalde saldó la discusión de la peor manera: molió a golpes a su amante, que era conocida como “La Tucumanesa” o “La Señora Alcaldesa”, aunque no había papeles oficiales que le otorgaran ese título, como tampoco el de teniente del ejército por haber sido soldado blandengue en la reconquista de Buenos Aires en 1807 y condecorada por tal participación. Su nombre era Manuela Hurtado Pedrazza.

-- Me muele con sus celos -confesó el pobre Nogueras a sus íntimos al explicar su reacción violenta.

Pedro Moreno, uno de los vecinos “ilustres” de la aldea, quien, junto al cura Navarro, era de hecho una de las autoridades del Rosario, sintetizó las habladurías del mundo: “La humanidad se estremece, clama la religión, y la justicia es incitada a vista de su escandalosa conducta. Los últimos pasajes de anoche han puesto el sello a su desesperada vida. Yo he depositado a Manuela la Tucumana gravemente estropeada por usted previniéndole se contenga conduciéndose con la moderación que exige la dignidad de Juez hasta tanto que la Junta Provisional disponga de su persona, pues de lo contrario usaré de la fuerza por el bien de la causa pública y quietud del vecindario”.

Ya lo tenían en la mira a Nogueras, sobre todo cuando en Buenos Ayres, antes de la Revolución de Mayo, se decía que se estaba tramando en Santa Fe una conspiración contra el virrey Baltasar Cisneros. El rumor de una posible sedición, la difusión de los infernales papeles subversivos contra Cisneros, que contenían máximas infernales también contra Fernando VII, eran obras de Nogueras. Don Pedro Tuella escribió un documento en nombre de los vecinos españoles y en repudio a quien había hecho circular los rumores contra la imputación de levantiscos.

Cuando los buenos vecinos se enteraron del escándalo de polleras, encontraron el argumento perfecto para destituirlo a Nogueras y mandarlo a la cárcel.