Mientras exploraba un dispositivo de espejos con el objetivo de llevar la luz del sol a un subsuelo, Juan Jáuregui –amigo y artista autoexiliado desde hace años en Canadá– me comentó que Gordon Matta-Clark había hecho una obra con un principio similar.

Esta conversación se dio a mediados de los años 90 en una ciudad de la pampa ondulada, donde la búsqueda de información específica en materia de arte contemporáneo era más un anhelo que algo tangible. Entonces el principal acceso a las obras era a través de libros y publicaciones. El programa de estudios de la escuela de formación artística local llegaba con suerte hasta las vanguardias. Internet aún era incipiente.

El rastro de la obra se diluyó en fade out.

En aquella época solo conocía de Matta-Clark el hit de la casa cortada. La búsqueda me llevó  a adentrarme en su obra la cual me conmocionó. Descubrí un artista mítico que en casi diez años realizó con deliberada libertad, belleza y determinación un cuerpo de obra poderoso, al límite, épico, confraternal, salvaje y erudito, protopunk e intelectual. Alguien que usó de un modo radical la acción física como medio para reflexionar sobre la materia, el espacio que habitamos y cómo lo hacemos, individual y socialmente. 

En el 2010 visité una exhibición suya en el Museo Nacional de Bellas Artes de Santiago de Chile. En ella había seis impresiones en gelatina de plata de 40x50 centímetros cada una. Las imágenes –poco iluminadas, fuera de foco–  correspondían a un mismo espacio interior. Mostraban paredes descascaradas, un par de lámparas, ladrillos a la vista, ventanas, puerta con rejas ribeteadas, cables, espejos cuadrados que reflejaban el entorno y en una de las tomas se ve reflejado el rostro del artista en una selfie mirando a cámara. El epígrafe que acompañaba al grupo de fotografías llevaba el título Bellas Artes Intervention y aportaba un texto con detalles que explicaban el panorama. 

Para mi sorpresa esas fotos expuestas eran el vestigio material de la obra esquiva que me habían referido años antes. 

Según apuntaba el epígrafe en 1971 Nemesio Antúnez, director del Museo Nacional de Bellas Artes de Chile invitó a Matta-Clark a intervenir el subsuelo de la institución. La propuesta consistía en instalar en los distintos niveles del edificio un complejo sistema de espejos que permitiese ver el cielo desde el baño del subsuelo.

Esas fotos no eran el registro de la obra, sino un relevamiento de campo, un anexo que acompañaba la descripción de lo que habría sido la pieza. No existía registro visual de la intervención, sólo el testimonio de Antúnez y de una persona que colaboró en la realización. El hallazgo de estos negativos fue posterior a la muerte de Matta-Clark.

Esto renovó mi obsesión por esta obra. Tiene todos los elementos de una pieza conceptual pero no lo es. Tiene un halo elusivo y fantasmal, más vinculada al género literario que al universo retiniano. Existe en una dimensión mental. Pareciera que tuviese vida propia. Que se auto reconstruyó retroactivamente valiéndose del soporte ancestral y volátil del relato oral. 

A su vez esta pieza –como un fractal– condensa gran parte del repertorio de los intereses que su autor desplegará en los años venideros: hacer visible lo que está oculto, lo subterráneo, perforar la materia para generar nuevas relaciones con el espacio, la relación de fuerzas entre el cuerpo y los objetos, la iconoclasia de lo instituido, el vínculo entre anarquía y arquitectura (anarchitecture), la práctica colaborativa, la crítica institucional. 

Pienso en cuáles fueron las circunstancias por las que Matta-Clark no le dio el mismo tratamiento riguroso de registro y documentación que sí le otorgó a cada uno de sus proyectos. 

Podría ser algo del orden del abandono, por los motivos que sean. O bien, se trate de un juego de adivinanzas y escondidas que dejó planteado para futuros curiosos y/o investigadores.

Pero no descarto que en definitiva sea un extraño sortilegio que como un virus se vale de las cuerdas vocales, de las palabras y del papel impreso como huéspedes y que este texto no haya escapado al hechizo y sea un instrumento involuntario más del que se sirve Bellas Artes Intervention para renovar su existencia.


Camilo Guinot nació en Mercedes, Buenos Aires, en 1970. Vive y trabaja en Capital. Realizó clínica de obra con Pablo Siquier. Participó del Laboratorio e Investigación de Prácticas Artísticas Contemporáneas (LIPAC) y del Programa de Tutorías, ambos en el CCR Rojas. Recibió la Beca Nacional del Fondo Nacional de las Artes y la Beca Nacional de Intercambio Cultural entre Argentina y Colombia. Participó del programa de residencias del Museo Castagnino+Macro en San Javier. Realizó residencias en Base Esperanza, Antártida; Lugar a dudas, Cali (Colombia) y en Espacio G, Valparaíso (Chile). Recibió el premio Igualdad Cultural, el 3er premio del Premio Itaú Cultural y Sitios Tangentes, Tucumán, entre otras distinciones. Fue invitado a participar en Abstraction in Action, plataforma web sobre artistas de Latinoamérica. Actualmente exhibe un proyecto en el Espacio de Arte Contemporáneo (EAC) de Montevideo (Uruguay).