Flor Monfort acaba de sacar dos libros: Las rusas, uno de cuentos y Luna Plutón, de poemas. Ambos son primeros libros en cada género, pero a la vez, los escasos meses que los separan, los vuelven hermanos, casi diríamos un dúo. Lo cierto es que los libros tienen más similitudes que diferencias, por más que el género abordado sea diferente. Hay preocupaciones comunes, anécdotas que se repiten, idéntico modo de enfocar sobre ciertas cosas, objetos, gestos, señales, un telescopio para la distancia y un microscopio para la cercanía. No es difícil imaginar que ambos libros fueron escritos al mismo tiempo, o quizás en períodos cercanos de la vida de su autora. No hay saltos ornamentales entre cuento y cuento, ni ente poemas y poema, sino más bien pequeños pasitos entre la ficción y la autobiografía, como quién va de la cama al living. 

Flor Monfort nació en Buenos Aires en 1976. Es periodista y estudió Filosofía. Hasta ahora sus cuentos habían sido publicado en antologías como Historias de mujeres infieles (2008), El amor y otros cuentos (2010) y Cuarenta grados a la sombra (2013). Hace años que trabaja en Página 12 como periodista y editora de Las 12, precursor en el recorte feminista en un suplemento de mujeres, allí donde los medios masivos publicaban moda y cocina. Si bien la literatura siempre estuvo cerca en su familia (el hermano de su abuelo, Jacobo Muchnik, fundó Fabril, y después Muchnik editores), venía demorando el paso a la publicación. Ella cuenta: “me costó mucho juntar ese deseo, esa pulsión, ese disco rayado, fuente de una calentura muy profunda porque a mi escribir me excita, me sulfura, me llena de fuego... decía, me costó mucho juntar eso con una salida al mundo, como si mi mundo privado me diera vergüenza, o si una no se sintiera lo suficientemente legitimada para entrar en ese mundo de hombres intelectuales. Los años van pasando y una se da cuenta que hace solo eso: escribir y leer y armar ciclos de lectura, y hacer que las amigas escriban y publiquen y entrevistar escritoras y entonces por qué no lanzar lo propio y cagarse en todo, matar a los monstruos internos, al dedito ese que te dice lo que sí y lo que no”.

 Tiempo más tarde nos encontramos con Las rusas, potente libro que viene a sumar una perla más en el cuidado catalogo de la editorial íntegramente femenina Rosa Iceberg. ¿Qué hay, entonces, en estos cuentos? Desde el primero al último, protagonistas femeninas de distintas edades, viviendo intensamente experiencias propias de las mujeres pero con el corrimiento que implica estar contando algo en el que no entra en juego el estereotipo, ni para ironizarlo. La escritura de Flor Monfort es sensorial, vívida, mete al lector en una cámara transparente donde las palabras resuenan en distintas partes del cuerpo, porque fueron escritas desde distintas partes del cuerpo y no solo desde la mente y la razón.

Las escenas son muchas. En el primer cuento, “Patriota”, una madre joven va a ver un departamento para alquilar con su hijo encaprichado, colgando del escote, el departamento es un fiasco, pero el viaje de ida y vuelta en auto por Jorge Newbery la hacen deshojar mentalmente ese mismo camino, tiempo atrás, cuando ese hijo fue concebido por azar, pero no tanto. “Las rusas”, el relato que da nombre al libro, narra la muerte de la abuela matriarca de familia, el fin de una estirpe que deja a la protagonista sola, arrojada al mundo, a la vez que la disolución de esa casa que la cobijó y donde concibió una sensibilidad con la que se siente constituida. En este cuento Flor Monfort dice de su abuela: “Lo que hacía con las palabras era muy astuto”. Y uno ve que en ese juego de reflejos entre abuela que muere, madre que piensa que quizás deba matarse y nieta que narra, la que hace cosas astutas con las palabras, es la última. También hay cuentos sobre intensas experiencias púberes y adolescentes estalladas, amistades pegoteadísimas, oscuros secretos veraniegos, cosas que la protagonista vive y ve pero que no confiesa; hay madres de amigas que también son amigas y madres, –porque madre no hay una sola, sino muchas–, hay hombres –amantes, novios– que son cobijados en la creencia de su ingenio, pero que la narradora dice “hay algo de mi que sabe que ahí no hay ingenio sino trama patriarcal de la más básica”, hay largos chats con hombres que terminan en encuentros sexuales, porque siempre, antes y después de todo, en la escritura de Flor Monfort está el cuerpo, la sensación, el olor y el sabor, el lugar donde hechos y palabras se impregnan hasta hacerse sangre. 

Por otro lado no tan lejano están los poemas incluidos en Luna Plutón, editados por Caleta Olivia, joven editorial de poesía independiente. En ellos la maternidad entra y sale, caleidoscópica, se va hacia atrás y hacia delante en el tiempo, en las horas del día y de la noche, en la posibilidad misma de escribir, del mismo modo que maternar. Difícil y al mismo tiempo fluido, lleno de felicidad. “Para mí la poesía son las notas revisadas, una y otra vez, pero escritas con rabia, soltadas al pasar y después reconstruidas en un discurso que cuando empieza a salir ya no para. La poesía es catarsis pero también es la pulpa, lo más concentrado, buscar la palabra para decir con un grano de arena que una se siente el desierto. Y a mí me gusta la poesía que te corta el aire, que te deja en el medio del mar, un poco rota, sin reparar demasiado en quien lee, sin ser amable con quien lee. La prosa es un despliegue, un edificio, vas poniendo los ladrillitos, y cuando mirás, después de sufrir mucho, ya tenés varios pisos pero tenés que poner las ventanas, las terminaciones. No sé si puedo escribir prosa en cualquier momento pero para la poesía me basta leer a las que me gustan para inspirarme y carburar. La poesía además es construcción colectiva, de hecho yo aprendí la poesía con amigas, con el colectivo Máquina de lavar que escribíamos seis juntas todos los lunes durante años, entonces se acerca más al juego, a la fiesta.”

Como los diferentes sonidos de una misma campana, los poemas y los cuentos de Flor Monfort se continúan, se expanden, continúan la conversación o la contraen. “Bajar el arma/ entender el verbo” dice el inicio de “El nuevo”. Pero la autora no parece haber bajado ningún arma para escribir, sino haber salido al campo de la literatura con dos objetos explosivos bien en alto. Y alto suenan también sus ecos, que perduran mucho tiempo después de haber sido detonados.