Acto de clausura, testamento y corolario de una carrera de más de sesenta años en el cine y la televisión, Lucky se presenta envuelta entre los pliegues de la historia de Harry Dean Stanton dentro y fuera de la pantalla. De ninguna manera se trata de una película autobiográfica, pero varios de los pelos y señales del personaje –un anciano de noventa años de poquísimas pulgas, solitario pero abierto a la charla, fumador empedernido incluso durante sus sesiones matutinas de ejercicio físico– se reflejan en la vida del actor que lo interpreta. Y viceversa. De inminente estreno en nuestro país, el debut como realizador de otro actor de trayectoria, John Carroll Lynch, es el retrato agridulce pero siempre amable de un ser humano enfrentado a la inminencia de su desaparición, además de una reunión de amigos dispuestos a entregar una parte de lo mejor de sí mismos para construir una historia cinematográfica. Lucky también es, y en no menor medida, un registro ficcional de estilos de vida que podrían estar a punto de extinguirse, como esa tortuga que, lentamente, sin que su dueño se percate, se escapa del que fue su hogar durante décadas sin mirar atrás, para nunca más volver. El pueblo donde vive Lucky (así lo llaman y, dada su longevidad y buen estado de salud, la gracia le calza como anillo al dedo) podría ser cualquier pueblo desértico del estado de Arizona, donde la película fue parcialmente rodada. El ambiente es consecuentemente seco y la cercanía con México aporta una de las aficiones del protagonista: los corridos, la ranchera, la música de los mariachis. Así es presentado en sociedad durante la primera escena: en calzones, fumando y escuchando en el living de su casa con vista al desierto Con el tiempo y un ganchito, la canción compuesta e interpretada por Pedro Infante. “Porque el tiempo es buen amigo/ Buen amigo de verdad/ Porque cobra y porque paga/ porque paga y porque cobra/ porque quita y porque da”. La letra no podría ser más apropiada a la historia de Lucky. Al igual que su tono, melancólico pero esperanzado, triste y algo solitario pero nunca final. Stanton falleció el 15 de septiembre del año pasado, a los 91 años, dos semanas antes del estreno comercial del film en los Estados Unidos y dos semanas después de la emisión del último episodio del regreso de Twin Peaks, serie para la cual volvió a ponerse bajo la dirección de su amigo personal, David Lynch.

Sobre un fondo azul claro, que no es otra cosa que un cielo implacablemente límpido, se asoma Lucky para terminar de acomodarse en un plano medio. Una imagen conscientemente icónica, de afiche, que inmediatamente remite a un posible alter ego del pasado, el hombre amnésico que aparece en medio del desierto en París, Texas, criatura creada especialmente para él por el guionista Sam Shepard. Al costado, los títulos en amarillo, con ligera sombra, que en la memoria del cinéfilo puede remitir a otras secuencias de apertura de los años 70. Tal vez a Pat Garrett y Billy the Kid, la película de Sam Peckinpah con James Coburn, Kris Kristofferson y Bob Dylan en la cual Stanton interpretó a Luke, apenas una más entre tantas decenas de personajes secundarios que harían de su rostro (pero no de su nombre) uno de los más reconocibles del cine estadounidense de las últimas cinco décadas. El paseo matutino lo lleva, como todos los días durante los últimos años, al diner del pueblo; el café “con mucha crema y azúcar”, la charla con los empleados del lugar, la primera sesión de crucigramas de la jornada, van construyendo una existencia de agradables rutinas, de pequeños placeres inalterables, de reencuentros con vecinos, usualmente amables, marcados por la repetición con ligeras variaciones. También hay lugar para el improperio –que bien podría traducirse como “conchudas” o “putas de mierda”–, proferido hacia un lugar que el espectador no reconocerá hasta el final de la proyección. La heladera repleta de cartones de leche y nada más que cartones de leche ilustra la excentricidad, posiblemente exacerbada por la edad. Más tarde, la tele y sus concursos de preguntas y respuestas y, más tarde aún, la visita nocturna al bar de Elaine, donde un puñado de parroquianos se reúne todas las noche a tomar algunos tragos. Lucky no es un poeta como Paterson, pero en esa descripción de ritmos cotidianos el film de John Carroll Lynch se emparenta a lo lejos con el de Jim Jarmush. De golpe, algo ocurre: un golpe contra el suelo. Un desvanecimiento extraño, nunca visto ni sentido previamente. Una extraña distorsión de la realidad, una aberración. Un aviso, quizás, de que las cosas podrían dejar de ser como suelen ser, como deberían ser. Y sin ningún dios a la vista con sus confortables promesas de eternidad o reencarnaciones celestiales. Alguna vez, Stanton respondió a la pregunta de un periodista con la siguiente frase, tajante y sin fisuras: “No me puedo vincular con el concepto judeocristiano, en absoluto. Es un concepto fascista, basado en el miedo. Es todo sobre ser un jefe. Alguien a cargo de todo. Un creador”.

Harry Dean con su amigo David, que encarna al hombre que pierde la tortuga en Lucky.

El desierto de lo real

En ocasión de la presentación de Lucky el año pasado en el Festival de Cine de Chicago, John Carroll Lynch explicó en conferencia de prensa las particularidades que terminaron forjando su hechura. “Hace largo rato que quería dirigir una película. He estado escribiendo y coescribiendo y, en diferentes circunstancias, la idea de dirigir me había interesado, pero por diversas razones eso nunca había ocurrido. Este proyecto se dio de una gran manera: surgió de pronto, de la nada, de una forma que no esperaba, a través de mi amigo Drago Sumonja, que es uno de los guionistas del film. Conozco a Drago desde hace quince años, cuando actuamos juntos en un cortometraje. Uno nunca esperaría que un corto que no vio nadie te lleve a tu primer trabajo como director, pero así fue como se dieron las cosas. Originalmente, la idea era que yo interpretara un papel, que finalmente recayó en Barry Shabaka Henley. Pero luego, un par de meses más tarde, me llamaron para preguntarme si consideraría la posibilidad de dirigir. A esa altura Harry Dean ya había aceptado hacer la película. Lo mismo Ed Begley. Y así fue como comenzó todo”. Como el de Harry Dean Stanton, el de John Carroll Lynch es un rostro que la gran mayoría de los espectadores de cine y televisión reconocerá de inmediato, aunque su nombre permanezca en las nieblas del anonimato. Nacido en Boulder, Colorado, en 1963, se trata de otro actor de raza (de carácter, como suele decirse) que ha hecho de los papeles secundarios la piedra angular de su carrera. Como tantos otros actores y actrices en la historia del cine, particularmente en el caso de la industria de Hollywood. A Lynch puede vérselo en Fargo, de los hermanos Coen (allí es el marido de Marge, la detective embarazada interpretada por Frances McDormand) y en Gran Torino, la película de Clint Eastwood en la cual aparece brevemente como un peluquero de barrio. También aporta su talento en pequeños papeles en Contracara, de John Woo, y en Zodíaco, la obra maestra de David Fincher. En la pequeña pantalla, en tanto, sus roles en Carnivàle o en el especial de Halloween de American Horror Story, Hotel, no pasaron desapercibidos. La lista es extensa, aunque lógicamente no tanto como la de Stanton, quien también hizo de los roles secundarios y las guest appearances una marca profesional y una forma de (sostén de) vida. El de Lucky es, de hecho, el segundo papel principal en toda su carrera, luego del Travis Henderson de Paris, Texas, el film de Wim Wenders que cristalizó definitivamente su imagen, su persona cinematográfica, ese rostro cansado y cuerpo enjuto que parece estar siempre a punto de desaparecer, pero que resiste estoicamente toda clase de vientos y tormentas.

En una entrevista con el sitio especializado Collider, John Carroll Lynch dio detalles sobre las relaciones entre actor y personaje y cómo fue trabajar con Stanton en la que terminaría siendo su despedida del cine: “La película está inspirada en Harry Dean Stanton y fue escrita en todo sentido para él. Las historias que integran el film son historias de su vida y se trata, definitivamente, de una película ‘inspirada en’. Por supuesto, la historia de Lucky no es la historia de Harry Dean, peo las historias de Lucky son las historias de Harry Dean. De esa manera fue construido el material. Harry Dean tenía 89 años cuando hizo la película y él, más que nadie, se dio cuenta de lo desalentadora que era la tarea, ya que debía estar en todas las escenas. Llegar todos los días al set puntualmente y hacer el trabajo que hizo en el rol principal fue algo impresionante, tanto en términos de resistencia como de calidad”. La profesión de actor como un trabajo que, como cualquier otro, demanda esfuerzo y dedicación, lejos de las vanidades del vedetismo o la fama. Algo así podría afirmar Lucky, el personaje, si se dedicara a ese métier. Pero poco se sabe de él en la película, qué hizo antes, a qué dedicó su vida. Nunca estuvo casado. Eso lo dice claramente, aunque tal vez tenga uno o dos hijos por allí. La frase resuena en la memoria y una búsqueda no demasiado intensa confirma las sospechas: la línea de diálogo está tomada casi literalmente de una declaración a la prensa del actor, hace muchos años. En otra escena que transcurre en el comedor del pueblo, la aparición de un veterano de la Segunda Guerra interpretado por Tom Skerritt da pie a una conversación que pasa del simple comentario entre desconocidos a la confidencia íntima. Como Lucky, Stanton también participó de la contienda y estuvo destinado como miembro de la marina en Japón. Alguna vez declaró que “usualmente, me interpreto a mí mismo. Cualquier trauma o conflicto psicológico que esté atravesando en ese momento lo incluyo en el papel. A veces no es algo sencillo de lograr, pero a veces funciona”. Y, desde luego, su carrera paralela y semi amateur como músico también se ve representada en la ficción: The Harry Dean Stanton Band, en la cual tocaba la guitarra, se especializaba en la fusión entre el jazz y la música mexicana, con algunas pizcas de tex-mex. Puede vérselo en ese rol en el videoclip de “Dreamin’ of You”, el tema de Bob Dylan, otro homenaje audiovisual a una posible imagen cristalizada de los Estados Unidos de América, una cartografía encarnada en los trazos de toda una vida, en las legendarias arrugas de su rostro.

Se escapó la tortuga

A Howard se le escapó la tortuga. Literalmente. Howard no es otro que David Lynch (el otro Lynch de la película), un viudo a quien la pérdida de su mascota le ha trastocado por completo la vida. A tal punto que se ha visto en la necesidad de llamar a un vendedor de seguros para firmar finalmente un testamento (el especialista en cuestión está interpretado por Ron Livingston, con bigote de ocasión). Los dos o tres cruces de Lynch y Stanton en pantalla, llenos de un humor tristón y, por momentos, algo surrealista, dejan traslucir la relación entre ambos fuera de la pantalla. Una suerte de conexión amistosa que trasciende las líneas de diálogo o la interpretación de los personajes. Algo que, por otro lado, puede sentirse a los largo de los noventa minutos de proyección de Lucky: un calor humano que, más allá de cierta amargura a la cual la película nunca le esquiva el bulto, resulta absoluta y excepcionalmente entrañable. Lo de la tortuga quizás no sea otra cosa que un guiño, un chiste interno, una parodia del personaje que Stanton interpretó en Alien, el film seminal de Ridley Scott, ese proletario espacial que pierde y busca al gato de la tripulación en medio de la inmensidad del Nostromo. En ocasión del fallecimiento de Stanton, David Lynch escribió las siguientes líneas de despedida en su cuenta de Twitter: “El gran Harry Dean Stanton nos ha dejado. Se va un grande. No hay nadie como Harry Dean. Todo el mundo lo amaba. Y por una buena razón. Era un gran actor (de hecho, más que grande) y un gran ser humano. Era tan bueno estar alrededor de él”. Carl Rodd, el personaje interpretado por el actor en la película Twin Peaks: El fuego camina conmigo y en el reciente regreso de la serie, también poseía algo del ser humano real, un poco de su fuego y de sus cenizas. Rodearse de amigos es también parte del proceso creativo, como alguna vez dijo, con otras palabras, Orson Welles.

Lucky acepta, un poco a regañadientes, asistir al cumpleaños del hijo de la empleada del almacén del pueblo. Mexicana de origen, su familia está compuesta por inmigrantes e hijos de inmigrantes, y la fiesta incluye torta con velitas, piñata tradicional (de esas que debían molerse a palos para revelar sus vísceras) y un trío de mariachis. La escena está construida de manera tal que el espectador nunca espera el golpe emocional –ligero, de ninguna manera subrayado– que comienza a cerrar la narración, antes de los tramos finales. Lucky canta a capella y todo se detiene, como en un obra de teatro en la cual los performers congelaran sus cuerpos ante una orden del director. Sin innecesarias palabras extra, apenas las frases de la canción, se resume una sensación, una emoción, una vida. Es un momento de singular lirismo, potente y al mismo tiempo nada estridente. Algunos minutos antes, las consecuencias de una posible pelea de bar durante una borrachera llevaban a Lucky a la entrada de un bar, las luces rojas inundando el ambiente y la pantalla, el mareo existencial dándole paso a una posible metáfora infernal. El cielo y el averno están aquí, en la tierra, podría afirmar Lucky, quien finalmente regresa a su casa y observa por enésima vez la entrada a ese lugar lleno de “conchudas”. Pero no dice nada, tal vez porque, por primera vez, es consciente de que el purgatorio es todo aquello que no logramos asimilar como parte inseparable de nuestra existencia. Ante la inminencia de la muerte, Lucky parece un poco más sabio. O, al menos, un poco menos tonto. El desierto espera, como siempre. Nada ha cambiado pero ahora todo es diferente.