Mañana, en el Teatro Coliseo (Marcelo T. de Alvear 1125) se producirá un excepcional doble programa de jazz. A las 21 se presentará Richard Bona con su banda y a las 23.30 el trompetista italiano Paolo Fresu, en dúo con el pianista español Chano Domínguez. El paro del martes obligó a reprogramar el concierto de Fresu y Domínguez, en el marco del ciclo Italia XXI impulsado por el Instituto Italiano de Cultura de Buenos Aires y la Fundación Cultural Coliseum. La operación forzada por las circunstancias hizo coincidir este concierto con la ya programada presentación del músico africano, que es parte de Jazz Nights, el ciclo que continuará el 28 de noviembre con Branford Marsalis y culminará el 10 de diciembre con el trio de Victor Wooten con Dennis Chambers. Una casualidad provechosa, que pone en escena en una misma noche dos expresiones de las más interesantes del jazz de raíces.

Bajista virtuoso, cantante sensible, músico abierto hacia asombros de distintas latitudes, Richard Bona es un maravilloso ejemplo de la conexión africana del jazz internacional. Nació en una pequeña población de Camerún en 1967 y cultivó su temprana pasión por la música en el entorno familiar. El descubrimiento de Jaco Pastorius fue el detonante de su preferencia por el bajo, desde donde cultivó un estilo personal. Primero Francia y más tarde Estados Unidos fueron las plataformas que consolidaron una carrera que lo llevó a recorrer el mundo. Nombres cardinales como los de Joe Zawinul, Pat Metheny, Mike Stern, Michael Brecker, Bob James, Chick Corea, Bobby McFerrin y Branford Marsalis, aparecen en una trayectoria marcada por temas como “Dina Lam”, “Please, don’t stop”, “Muntula Moto”, “Eyala”, “Dipita” y “Kivu”, que serán parte de su presentación en Buenos Aires. 

–¿Cuál fue su primera escuela musical?

–No tuve escuela. Para mí la mejor escuela es trabajar duro, con pasión. La mejor escuela es la repetición. La excelencia, es la repetición. ¿Querés ser un buen pescador? Pues bien, andá a pescar. Y después andá a pescar otra vez. Y otra vez, y otra. Y luego otra vez. ¿Querés tocar un buen instrumento? Andá a tocar. Y luego otra vez... 

–¿Es decir que ser músico es tan fácil o tan difícil como ser pescador?

–Todos podemos ser cualquier cosa que nos planteemos en la vida. En ese sentido, no creo que la música sea diferente a cualquier otro trabajo u oficio. No creo en los talentos, no creo en los trabajadores. Creo en la repetición. Si me pregunta: ¿cuál es su secreto como bajista? Es la repetición. Tan simple o tan difícil como eso. 

–¿Es cierto que no podía comprar sus instrumentos, por eso se los construyó usted mismo?

–No es sólo que no los podía comprar: no había negocios donde comprarlos. ¡Si hacés música en Africa, no tenés negocios a mano donde comprar bajos! Si querés comprarte una guitarra... tendrás que caminar mucho, mucho. Entonces, es bastante normal y natural: si no los podés comprar, te los hacés. Yo me hice todos mis primeros instrumentos, y también mi abuelo me hacía instrumentos.

–En su música hay una marca muy presente de mixtura con otras músicas y otras influencias. ¿Cómo se mantiene la raíz africana de su música?

–Mis raíces ya están en mí, están conmigo. Lo que hago es aprender sobre todas las culturas con las que tengo contacto, o a las que quiero llegar. Porque de eso se trata todo: de acortar las distancias, de vivir con otros y compartir con ellas. Y para eso están mis raíces, no para elevarlas como las únicas que existen, no para descartarlas, sino para construir, a partir de ellas, un modo de entendimiento, de convivencia y de aprendizaje, en este mundo, que es tan amplio y diverso. Y para eso está el arte, claro. Tampoco se trata de “buscar” mixturas, de hacer experimentos, digamos. Es simplemente moverte en un mundo que es así, diverso, y hacer algo con ello, desde lo que vos traés, y al mismo tiempo abierto al descubrimiento. Es una capacidad humana básica, es algo que todos tenemos la facultad de hacer como seres humanos. Si todos nos esforzáramos por ir hacia ese entendimiento, estoy seguro de que este mundo sería un lugar mucho más bello en el cual vivir. 

–Pero el mundo se ha convertido en un lugar muy duro para vivir, y mucho más para ser inmigrante. ¿Cómo vive esta realidad, desde su lugar de músico y de inmigrante?

–Yo no soy un inmigrante. Nunca me sentí un inmigrante. Yo pertenezco a este mundo, en toda su extensión. En Estados Unidos, esa pregunta me la suelen formular como: ¿cómo vive esto que pasa siendo un negro? Les respondo que yo no soy un negro. No me siento un negro, ni un blanco, ni de ningún color. Tengo un color de piel, tengo una herencia de la que me enorgullezco. Pero eso no define mi lugar en el mundo. Yo me siento en casa donde quiera que esté. Me siento en casa donde la gente me recibe y me da la bienvenida, y eso me ocurre en todos lados. He estado en Argentina muchas veces, en Rosario, en Paraná, en Buenos Aires, o en Córdoba o en San Juan. Y siempre me he sentido bienvenido. Entonces, nunca he tenido esa sensación de sentirme inmigrante. ¿Inmigrante de qué, si estoy en casa?

–¿Y qué es lo que recuerda de esa bienvenida en Argentina?

– ¡El bife de chorizo!