“Admitamos que por una breve noche una república de deseos se vio gratificada. ¿No confesaremos que la política de esa noche tiene más fuerza y realidad para nosotros que, digamos, el gobierno de la nación en pleno? Algunas de las fiestas que hemos mencionado duraron dos o tres años. ¿Es esto algo que merezca la pena imaginar, por lo que merezca la pena luchar? Estudiemos la invisibilidad, el tramaje, el nomadismo psíquico; y ¿quién sabe lo que hemos de conseguir?”.

Este párrafo final de La zona temporalmente autónoma (1990), de Hakim Bey, es un buen epígrafe para Traidores los días que huyeron, la primera exposición antológica de Roberto Jacoby en Rosario, que desde mediados de este mes hasta el 4 de noviembre ocupa todo el edificio del Museo de Arte Contemporáneo (MACRO, Bulevar Oroño y el río).

En esta muestra atípica, un lado B del artista y sociólogo argentino, se pueden encontrar desde videos, objetos, libros y canciones hasta pinturas, esculturas y dibujos que dormían ocultos en el estudio del autor vanguardista. Fernando Farina y Santiago Villanueva, los curadores, decidieron dar a ver sus primeros ejercicios académicos al óleo y sus dibujos hechos en servilletas por puro placer, sin ambición de que fueran exhibidos; esas piezas “no desmaterializadas” cuelgan ahora en el piso 7 (el que inicia el recorrido) sobre paredes irónicamente pintadas de borravino y junto a su instalación sonora satírica en colaboración con Alejandro Ros, titulada Vernissage.

Paredes irónicamente pintadas de borravino titulada Vernissage.

Quiso el azar objetivo que en la inauguración, cerca del mediodía del sábado 15, confluyeran en un mismo ascensor Jacoby y la dramaturga Vivi Tellas. Entre los dos improvisaron una visita guiada medio en joda que resultó un happening imprevisto, una performance a dúo fluyendo por los siete pisos e imposible de capturar por la grilla de la institución misma que la posibilitaba. Un público de artistas se deleitó con ese derroche de creatividad por una leyenda viviente capaz de reírse de sí mismo sin dejar de tomar en serio lo que hace.

Esta ética del acontecimiento sin representación dibuja el reverso de Antihappening (1966), del grupo Arte de los Medios, constituido por Jacoby, Eduardo Costa y Raúl Escari. Aquella obra conceptual (que junto a la acción colectiva Tucumán arde, de la cual fue precursora y en la que Jacoby participó, integraría su lado A omitido aquí) deliberadamente nunca existió más que como representación mediática.

Jacoby había conocido por Oscar Masotta el estructuralismo, en uno de cuyos ensayos más influyentes Roland Barthes propuso como paradigmas del “acontecimiento” al Mayo Francés y al alunizaje de la Apolo 11 que fue visto por TV en miles de hogares, aunque nuestro siglo duda de que haya sucedido. El presente como campo diseminado, inabarcable por un solo individuo, constituye el meollo de Darkroom (2002), la edición de cuyos registros de una performance a oscuras, producidos inadvertidamente por los espectadores con una cámara infrarroja que les era entregada como visor, puede verse al final en el primer piso.

El Jacoby “clásico” del séptimo remata con una obra-broma: un Papá Noel berreta que él rescató de la ruina y transformó en adusto busto de Karl Marx. El sexto revisa su parodia seria del arte abstracto argentino desplegada durante la última dictadura, incluyendo un dibujo mural reciente de grafito directo en la pared hecho por dos artistas contemporáneos siguiendo la receta de ese Cinetismo fácil para tiempos difíciles: signos que no dicen nada, no vaya a ser cosa.

Los pisos quinto y cuarto aguardan algo más que espectadores: lectores y oyentes con tiempo para sentarse en canastita en las blandas esteras celestes a leer los libros de Jacoby o sobre su obra, o a anidar en el uterino sillón diseñado por Marina de Caro para escuchar sus canciones. La sala de lectura en el quinto piso es la única donde entra la hermosa luz natural que viene desde el río; la de “Jacoby musical” está pintada de azul. Algunas de las rimas que compuso cuelgan enmarcadas entre ochentosas instantáneas del público. Aquel era Jacoby escritor y este es el letrista de Virus, pero como bien dice Ana Longoni en el texto de catálogo de su retrospectiva en el Museo Reina Sofía de Madrid, no se trata de compartimentos estancos; en sus coplas desliza pensamientos de filosofía política. De hecho además el título de la muestra es un verso de un poema suyo.

El “Jacoby conceptual” del tercer piso reúne obras plasmadas en colaboración con otros artistas o por sabihondos ficticios que él inventa para el boceto o la performance. Los espectros de Marcel Duchamp y su alter ego Rrose Sèlavy sobrevuelan esta sala; el del escultor barroco Franz Xaver Messerschmidt, la del piso 2, “Clown”, donde se exhiben una máscara y una serie de autorretratos nunca vista antes completa en un museo. Cabe destacar en el piso 3 la aurática presencia del borrador original de un manifiesto fechado en Rosario en 1968 y que parece escrito hoy. “Como el vestido-Mondrian de Saint Laurent de 1965”, apunta en lápiz, dando una clave para leer su obra.