Anders está en el paraíso. Al menos ese tipo de paraíso que se ofrece a los mortales cuando son además varones de clase media que dedicaron media vida al progreso material, propio y de la familia: el retiro, la jubilación holgada, el fin del estrés laboral y el tiempo disponible todo entero para…   ¿para qué? Pero además, quizás precipitadamente, Anders se acaba de separar de su mujer, que ahora vive con el hijo de los dos, de 27 años y en un limbo –el de terminar la universidad y no conseguir trabajo especializado– que replica al del padre. Los dos extremos de la vida laboral se cruzan en La tierra de los hábitos constantes, la nueva película de Nicole Holofcener que acaba de estrenar Netflix, plantea con sutileza una versión apagada del sueño de la seguridad material y de la juventud como promesas de futuro: aquí, el suburbio de casas hermosas y correspondientemente hipotecadas es un territorio plagado de insatisfacción y falta de sentido. Pero no de manera dramática, sino sutil: como en la vida, en las películas de Holofcener no hay grandes rupturas, caídas o revelaciones sino medianía. 

La tierra de los hábitos constantes es una adaptación de la novela del mismo nombre, de Ted Thompson, y a partir de Anders, su protagonista (Ben Mendelsohn) arma una figura asimétrica en la que se contraponen dos parejas y sus respectivos hijos varones. Anders y su ex, Helene (Edie Falco) no son a todas luces la pareja ideal; ella ya estaba cogiendo con otro desde antes de separarse, y él solo reacciona a la pérdida cuando registra que su libertad de varón para dejar y tomar, para irse y volver según sus necesidades, no es tal: la ex está con otro y la nueva pareja lo obliga a entregar la llave de su vieja casa. Ben Mendelsohn interpreta a Anders como un adulto semi asombrado por todo el drama que se despliega a su alrededor, como si solo se hubiera ocupado de pensar en sí mismo. Como padre se lo pinta en una escena: el hijo viene una noche y le pide pasar la noche en el sofá, Anders trata de ser lo que piensa que es un padre y en modo automático le dice “No, tenés que crecer”. Tarda poquísimo en arrepentirse. Pero el personaje se termina de volver despreciable frente a Charlie (Charlie Tahan), el hijo adicto de otra familia.

De hecho La tierra de los hábitos constantes contrapone a Sophie (Elizabeth Marvel) como madre con Anders como padre, cada unx del hijo del otro, en dos escenas clarísimas, quizás demasiado: una sabe cuidar y ser una adulta frente a un chico, el otro no. Y todo lo que Anders no puede como padre, ex marido y adulto se resume de manera muy obvia en la impotencia: cuando trata de coger con distintas mujeres que conoce en un local de decoración, en el super, en un club de strippers, a Anders no se le para, lo que constituye uno de los puntos aunque no el más alto de su destrucción como varón. Lo que parece franca estupidez, el personaje parece sublimarlo en conflicto existencial, como se puede ver en esa escena del bar donde, cerveza de por medio con un amigo, Anders cuestiona la validez de la trama social para sostener a un individuo y darle sentido y el amigo le contesta, sin más: “Pero vos te fuiste”. Así y todo, La tierra de los hábitos constantes funciona como desmentida de la potencia del varón blanco y heterosexual pero es menos misteriosa que otras películas de Holofcener, como Amigos con dinero (2006), donde los personajes pueden ser mediocres u odiosos pero no dejan de ser enigmas. Acá, la típica trama de película independiente donde un personaje, que a veces es Ben Stiller o Adam Sandler, se muestra en toda su debilidad pero también en aquello de sincero que permite amarlo, está llevada a un límite complicado del cual es difícil volver para decir: amen a Sanders, entiendan que es humano. Si en algo es realista la película de Holofcener es que, como en la vida, este personaje no pierde.