“De inmediato le dije a Lucas Querini (de La Biaba) que lo que más me representaba artísticamente era la presentación de mi propia obra como compositor, y eso fue algo que nos acercó, porque ellos también están produciendo material nuevo. Nos dimos cuenta de que había una especie de concepto, de hilo conductor”, le explica Ramiro Gallo a Rosario/12. Con el título “Tango Santafesino”, el eximio violinista y la joven orquesta tanguera ofrecerán esta noche, a las 21.30 en el Teatro de Plataforma Lavardén (Sarmiento 1201), un repertorio que incluirá composiciones de Gallo (Santa Fe), Querini (Rafaela), Omar Torres (Las Rosas), Agustín Casenove (Santa Fe), Mariano Asato (Rosario), Luciano Tobaldi (Berabebú), entre otros.

--A Santa Fe se la identifica con la música del litoral, pero el tango tiene un asidero fuerte, ¿cuáles serían las características que hermanan ambas músicas?

--Personalmente le puedo contar un poco las dos campanas, ya que mi papá ha sido guitarrista de Mario Millán Medina, así como mi tío, hermano de mi mamá, que fue su bandoneonista. De manera que, siempre lo digo, estoy en este mundo gracias al chamamé (risas); así que al chamamé lo he escuchado desde mi más tierna infancia, también otras expresiones folklóricas, gracias a mis padres. En los casos de Santa Fe y Rosario, si bien tienen una gran raigambre de música de tradición rural, ambas ciudades tienen una clara inclinación a las manifestaciones musicales y sonoras de los centros urbanos. He visto en Santa Fe siempre expresiones artísticas que tienen que ver con el jazz, el rock, el tango. ¿Por qué se da así? Es muy difícil de descubrir. Como músico santafesino me he sentido atraído por todas las expresiones de la música popular pero sin embargo, desde muy pequeño, recuerdo haberme emocionado, erizado la piel, escuchando y tocando tango. Es difícil saber por qué se da esto, es una cuestión muy profunda. Yo toco el violín desde los 5 años, y a los 9 ya andábamos por los escenarios con mi familia. Recuerdo una especial atracción por el tango cuando lo tocábamos con mi viejo. Tenía esa especial predilección. Quizás tiene que ver con la cuestión migratoria y el aporte de los inmigrantes al lenguaje musical de los centros urbanos, en el caso del tango por parte de la italianidad. De todas formas, tanto la música litoraleña como las expresiones de músicas urbanas en nuestra región han dado grandes cultores, y la gente siempre encuentra la manera de expresarse eligiendo el sonido que más la representa.

--Esa misma sensibilidad hacia el tango la he escuchado por parte de músicos de distintas generaciones.

--Podría contarle un hecho muy puntual en mi vida. Hasta los 20 años toqué música de la más diversa, habiendo mis viejos plantado muy profundo esa semilla de la música nuestra. Hice más o menos de todo. A partir de los 16 integré orquestas sinfónicas, de cámara, hice jazz, rock. Entre los 20 y 23 viví en Sudáfrica, tocando en una orquesta sinfónica, y cuando volví tuve un contacto con el tango muy diferente. Habíamos armado un trío con amigos de la ciudad de Paraná, Entre Ríos (Luis Barbiero y Martín Vázquez), con la idea de tocar folklore, música latinoamericana y tango. De pronto, no sabemos bien por qué, empezamos a notar que el tango sonaba mejor en nuestros dedos. Hasta ese momento de mi vida, yo había tenido la conciencia de que a la música la tenía que pensar para poder tocarla, pero al tango no había que pensarlo; fue como si de repente me hubiese dado cuenta de que era el lenguaje de cuna, todo fluía mucho más fácil. Eso es el tango. Para llegar a tener una experiencia así hay que sacar muchas capas de información, porque el tango no es la cortina sonora de las ciudades ni de los medios, pero a cualquier persona de este lugar del mundo que se va a vivir afuera, escucha un tango y se le cae un lagrimón. Para escuchar tango hay que abrir el alma, y esto es algo que la gente necesita siempre, si bien está adormecida por la cosa inmediata y la cultura del consumismo.

--¿Cómo es su vínculo con las nuevas generaciones?

--Mi vínculo es permanente porque soy docente. Cuando uno se para frente a los alumnos, lo que siempre digo es que ellos creen que son quienes aprenden, pero en realidad es uno. También he estado en contacto con generaciones anteriores. Recuerdo haber hablado con Reynaldo Nichele, con 80 años y retirado hacía tiempo, fue primer violín en la orquesta de Troilo cuando debutó; cuando nos íbamos le dijimos: “Quédese tranquilo maestro, que el tango está volviendo”; y él nos dijo: “No, ¿qué va a volver? Ustedes no saben lo que era”. Allí vimos la pesadumbre de un artista que había dado su vida y esfuerzo a un género que en esos años parecía condenado a morir, pero eso se empezó a revertir; esos músicos se nutrieron también de nuestra energía y eso es algo que no debe parar. En el caso de los chicos de La Biaba, ni me animo a decir que Lucas Querini fue alumno mío, porque era evidente que ya tenía experiencia escribiendo, y eso se nota en los papeles, en el sonido que tienen. Conozco a otros de la orquesta y son buenos artistas, con una propuesta clara, concreta, que combina tradición con modernidad, como debe ser.