Producción: Javier Lewkowicz        

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Por Alejandro Vanoli *

A menos de una semana de la asunción de Trump,  hay incertidumbre por la  futura estrategia  del nuevo Gobierno de Estados Unidos. Me inclino a ubicarme a mitad de camino entre quienes sostienen que poco va a cambiar y quienes creen que habrá un giro dramático. Estados Unidos  no irá hacia un aislacionismo económico, sino a un aperturismo  más restrictivo y desigual. No habrá una extrema “solidez” en los muros migratorios, productivos ni financieros. Será un muro algo líquido, propio de un conservadurismo contradictorio entre lo arcaico y lo postmoderno.

En esa línea es de esperar que la escalada verbal con China no pase a mayores. Estados Unidos es el principal importador de China lo que da fabulosas ganancias a las transnacionales norteamericanas que exportan de China a Estados Unidos con menores costos. China financia el desequilibrio comercial de su mayor importador mundial comprando bonos del Tesoro de Estados Unidos, del que es el principal comprador mundial también. Esa sociedad de intereses comunes, puede no profundizarse, pero hay demasiados intereses globales en juego para cambiar dramáticamente reglas del juego que convienen a poderosos intereses privados en Estados Unidos.

Pero sin duda la profundización de las tendencias aperturistas y globalizantes encontró sus  límites más allá de Trump. Trump es el emergente, guste o no, del creciente malestar con la globalización neoliberal. Con todo, el Secretario del Tesoro designado viene del banco de inversión Goldman Sachs como la casi totalidad de los funcionarios del área económica en Estados Unidos en los últimos 20 años. Cuesta creer que se implementen medidas que corten de cuajo la especulación financiera e implementen un modelo productivo. Es muy probable que la era Trump guarde similitudes con la era Reagan. Bajo la bandera de la recuperación de la supremacía americana, es esperable una baja en los impuestos a los ricos, y un aumento en el gasto público para el fortalecimiento del complejo militar, combinados  con  incentivos a las transnacionales americanas para que repatrien algo de la producción  transferida a países de bajos salarios.

Ya algunas amenazas impositivas, por fuera de la retórica agresiva lograron que ciertas empresas anuncien que inversiones a hacerse en México se efectuarían en Estados Unidos. Trump tendrá la foto de alguna línea de producción de autos en Detroit con trabajadores norteamericanos, pero cuesta creer que haya un cambio sustantivo de la matriz productiva global.

Menos impuestos y mayores gastos militares y de deuda, generará un incremento del déficit fiscal, como ocurrió en las eras de Reagan y Bush. Eso implica en términos económicos un regreso triunfal de la economía de la oferta, que provocará un mayor endeudamiento de Estados Unidos y subas en la tasa de interés. Esta combinación profundizará  el complejo contexto que afronta nuestra región  tanto por el lado comercial como por el lado financiero. Mayores tasas de interés  generarán una apreciación mundial del dólar y un mayor flujo de capitales a los Estados Unidos.

La apreciación del dólar siempre provoca una caída en los precios de los commodities que América Latina, lo que afectará al balance comercial de la región, profundizando la restricción externa iniciada en 2014. Este mecanismo que afecta por el canal comercial fue parcialmente compensado en la región por un creciente endeudamiento externo. Pero una suba en la tasa de interés en los Estados Unidos frena el ingreso de capitales a la periferia y promueve la fuga de capitales como el mismo Guillermo Calvo preconiza hoy desde la ortodoxia,  con el mismo tono admonitorio que en el  “efecto tequila” de 1994. Con lo que el escenario global esperable se parece al de fines de los años 70 y al de 1994 que produjo fuertes devaluaciones en la región, ante el agravamiento del déficit de balance de pagos y la consecuente pérdida de reservas, que originaron un final de ciclo del endeudamiento y corridas bancarias y cambiarias además de una fuerte recesión. Argentina que revirtió la recuperación de 2015 por la recesión auto infligida por las políticas de Macri, sufrirá particularmente el nuevo contexto.

El gobierno macrista en lugar de fortalecer el mercado interno, con la adopción de la apertura importadora y financiera, la devaluación, las altas tasas de interés, los tarifazos y la baja del salario real, apostó a un crecimiento basado en supuestas inversiones extranjeras y mayores exportaciones de productos primarios. El problema es que la era Trump no favorece inversiones a la periferia ni genera expectativas de mejores precios o cantidades exportadas.

En 2016 quedó solamente el mecanismo de la deuda para paliar los mayores desequilibrios productivos, fiscales, externos y sociales de nuestro país. Por lo antes explicado, apostar a un nuevo ciclo de endeudamiento se tornará inviable en un futuro no tan lejano. Habrá que ver la reacción de los gobiernos de derecha de la región que se quedaron atrapados por miopía ideológica y los intereses corporativos, pedaleando en el aire la bicicleta financiera. La derecha de los años 30 no tuvo más remedio que tomar medidas pragmáticas de fomento del mercado interno para salvar sus intereses permanentes. Es hora que quienes encarnan valores nacionales populares y progresistas, promuevan un paradigma y una construcción política  que sea capaz de promover  los cambios estructurales y sociales necesarios para generar desarrollo sostenido y sustentable con equidad. No es Trump, es salir de la trampa de nuestras propias limitaciones y ataduras. Es la batalla cultural además de la economía. No será fácil. Será imprescindible.

* Ex presidente del Banco Central.


Tradición aislacionista

Por Demián Dalle * y Enrique Aschieri **

El mar de contradicciones en el que navega la economía mundial no pinta con el mejor prospecto si su núcleo, los Estados Unidos, avanza con la meta de hacer de su ombligo el centro del universo. Es que el 45° presidente norteamericano, Donald Trump, parece expresar la tradición “aislacionista”, por caso manifestada en 1919, en el éxito de la negativa del senador, Henry Cabot Lodge, a que su país ratificara el Tratado de Versalles porque daba pie a la formación de la Liga de las Naciones; una criatura del contemporáneo presidente, el “internacionalista” Woodrow Wilson. Luego, F.D. Roosevelt, superó esa disputa entre “idealistas” dando paso al “realismo” intrínseco en la creación primero de las Naciones Unidas y después del Fondo Monetario y el Banco Mundial.

En medio de esa profunda contradicción de que la moneda de un país, el dólar, funja de moneda mundial, siendo que su circulación internacional no resulte un dato a considerar a la hora de tomar decisiones internas que la atañen, entre otros muchos dilemas de indudable jerarquía, se destacan dos con respecto al interés nacional argentino. Uno, es el de los robots y su inteligencia artificial por su reemplazo de mano de obra sin aparente colocación posterior. Esto preocupa aquí y en el resto del mundo. Otro, el de las inversiones multinacionales, por su perspectiva de agudo enflaquecimiento. El primero más relacionado con la dinámica propia del sistema; el segundo hijo dilecto de lo que se conoce como la “doctrina Trump”. Ambos, intrínsecamente relacionados.

Respecto de los robots, los modernos ludditas tienen un punto, puesto que lo producido por la máquina absorbe necesariamente menos del trabajo que desplaza su utilización. Si no fuera así, la máquina dejaría de ser rentable. Esto es soluble únicamente en el plano político. En efecto, si un robot reemplaza el 50 por ciento de la mano de obra necesaria para producir una unidad de un bien determinado, el empleo se mantendrá sin cambios si se duplica o más que duplica la producción de ese bien. Esto supone que se creó un poder de compra previo, vía lucha sindical amparada por un Estado muy consciente de que así deben ser las cosas. Que el desarrollo va de la mano de la utilización creciente de las máquinas es historia conocida con un sonado caso en los propios Estados Unidos, que desde la nada superó en un tiempo relativamente corto a la metrópoli industrial global, Inglaterra. Lo significativo es que eso sucedió no a pesar de sino por la mala calidad de su fuerza de trabajo y sus salarios “anormalmente” altos, porque es ese costo doblemente excesivo de la fuerza laboral el que induce a la utilización masiva de las máquinas.

Y ahí entra la contradicción de las multinacionales. Cuando, por efecto de la relocalización en la periferia de diversos emprendimientos productivos, actualmente se abaten los salarios “anormalmente” altos, el sistema responde, por ejemplo, bajando la esperanza de vida al nacer de los norteamericanos por primera vez en dos décadas; o, un plano más distópico, prometiéndoles el destino de emigrantes tras las fábricas o servicios que se han ido o quedarse como mucamos de los dueños de ese capital. También votando a Trump. La “doctrina Trump” corta esa tendencia con el simple expediente de subir los aranceles aduaneros. Porque las multinacionales no se localizan por los bajos costos sino por el alto volumen de ventas. Van a la periferia de bajos salarios porque tienen asegurado el mercado en el centro por medio de “acuerdos comerciales”.

La Argentina por razones de territorio, calidad de la fuerza de trabajo, historia, entre otras, tiene abierta la muy compleja y difícil vía del desarrollo que para el resto de la periferia está prácticamente obturada. La experiencia Trump que comienza, presumida de marcado “aislacionismo”, seguramente le dificultará el camino si es que está dispuesta a transitarlo, pero no impedirá que sea recorrido, puesto que al fin y al cabo el bloqueo del desarrollo proviene de las fuerzas del mercado. Es menester de la decisión política ponerlas a trabajar a favor del desarrollo nacional, a sabiendas de que ningún país tuvo que bajar sus salarios para desarrollarse, bien al contrario, tuvo que subirlos previamente. Ocurre que cuando se establece una multinacional lo que se negocia no es el monto del capital a invertir, sino el volumen de la producción proyectada. Por este conjunto de razones, y hasta nueva orden, el desarrollo, en lo primordial, de nosotros depende.

* Economista.

** Economista, docente de la UNM.