La imagen del scrum convertido en una carpa llevada por el viento, que pierde los parantes una y otra vez, y queda sometido por el empuje de los All Blacks, explica lo que fue una nueva derrota de Los Pumas. Parece que no hay caso. Que cuando las ilusiones se alimentan por un par de buenos rendimientos, en condición de local y a cancha llena, todo vuelve a fojas cero. La bestia negra del seleccionado argentino es un adoquín en el zapato. Una fuerza compacta, que aunque juegue deslucido --la de anoche lejos estuvo de ser la versión más destacada de Nueva Zelanda-- pasa factura por cada error ajeno. 

Los Pumas empezaron a perder el partido en su confusión y su desorden. Terminaron el primer tiempo 21 a 3 abajo. Tres tries en contra y apenas un penal a favor. Ni siquiera aprovecharon un hombre de más cuando salió amonestado Sonny Bill Williams tras una sucesión de penales que el árbitro no daba. El scrum ya es un karma, con la tradición argentina en esa formación muy desdibujada. Pero a ese problema se agregó la cantidad de lines desaprovechados. La sucesiva cantidad de fallas apagó el rendimiento. Incluso, puso nervioso al equipo.

Semejantes ventajas ante un rival quirúrgico como los All Blacks, termina de modo indefectible en derrota. Y aunque el segundo tiempo indique que terminó empatado en 14 puntos, esa reacción no explica todo. Porque jugando a la baja los dos, Nueva Zelanda es más. Tiene siempre un ingrediente adicional en su cocina. Le sale simple lo que a Los Pumas le sale forzado. Pese a todo, Cubelli y Boffelli --el mejor del equipo-- marcaron dos tries que hicieron más decoroso el resultado. No alcanzó, y contra los tractores de negro parece que nunca alcanza. Por ahora los Pumas siguen muy lejos de la hazaña. De ganarles por primera vez en su historia.