Producción: Tomás Lukin


Subordinación a Washington

Por Leandro Morgenfeld *

En la historia del vínculo entre Argentina y Estados Unidos han predominado las tensiones. Salvo durante las presidencias de Guido, Onganía, Menem, De la Rúa y Macri, la relación entre Buenos Aires y Washington fue distante o conflictiva. Sin embargo, excepto en algunas circunstancias históricas acotadas, la oposición a Estados Unidos no se vinculó a políticas autonomistas, nacionalistas ni mucho menos anti-imperialistas, sino más bien con una alianza (subordinada) entre las clases dirigentes locales y distintas potencias extra-continentales.

La principal constante de la relación bilateral es la competencia por la colocación de la producción primaria. Uno de los factores económicos clave para entender los conflictos con Estados Unidos tiene que ver con las dificultades de las exportaciones de bienes agropecuarios argentinos para ingresar en ese mercado, primero por barreras aduaneras y luego por distintas formas de proteccionismo no arancelario (subsidios, barreras fito-sanitarias o disposiciones vinculadas con la seguridad nacional). Infructuosamente, la diplomacia argentina realizó múltiples gestiones para destrabar las exportaciones hacia el país del norte, resistidas por el bloque agrícola estadounidense, con inmensa capacidad de lobby tanto en el Congreso como en la Casa Blanca. Las lanas a fines del siglo XIX, las carnes desde los años veinte o los cítricos, el biodiesel, el acero y el aluminio, en la actualidad, enfrentaron el proteccionismo estadounidense.

El Departamento de Estado, por su parte, utilizó las expectativas de los exportadores argentinos para evitar que los gobiernos del sur desarrollaran una política de confrontación, autonomía y/o de mayor independencia frente a la potencia del norte. En la década del treinta, en la de sesenta o incluso en los últimos veinte años, esta cuestión operó como un factor disciplinador que morigeró los planteos más anti-estadounidenses en la región. Una constante de los distintos gobiernos argentinos, incluso de aquellos que esbozaban una retórica nacionalista y que enfatizaban la necesidad de desplegar una política exterior más autónoma, fue soslayar las posturas antiimperialistas, a las que se suele tildar, despectivamente, de aislacionistas. Así, en general, fueron abandonadas las confrontaciones con la potencia del norte, en función de las negociaciones y las expectativas de colocar mayores exportaciones en ese codiciado mercado, conseguir insumos estratégicos, comprar equipamiento militar o bien facilitar la llegada de inversiones y generar confianza en el sistema financiero, para poder tomar deuda.

En los noventa, tras el fin de la guerra fría, primaron las relaciones carnales, con una inédita subordinación a Washington, que se frenó a principios del siglo XXI, fundamentalmente luego del histórico “No al ALCA” en la Cumbre de Mar del Plata de 2005. Luego de múltiples tensiones durante los gobiernos kirchneristas, cuando asumió Macri puso en marcha una política exterior orientada a lo que llamó “volver al mundo”, para ampliar las exportaciones, atraer inversiones y facilitar el crédito internacional, aunque por ahora no está dando los resultados buscados.

Como parte de su estrategia de alineamiento con Estados Unidos y las potencias europeas, el gobierno de Macri propuso a la Argentina como sede de la XI Reunión Ministerial de la Organización Mundial del Comercio en diciembre de 2017 y también de la Cumbre del G20. A fines de noviembre, Trump, Xi Jinping, Merkel, Macron, Putin y los demás líderes de ese selecto grupo se reunirán en Buenos Aires en un contexto internacional, regional y local complejo e incierto.

La crisis de la Cumbre Presidencial del G7 realizada en junio en Canadá, más el recalentamiento de la guerra comercial entre Estados Unidos y China, las tensiones en Medio Oriente por el unilateral reconocimiento estadounidense de Jerusalén como la capital de Israel, el estancamiento de la OMC, la emergencia de nuevos liderazgos como en el López Obrador en México, la impredecible situación política en Brasil y el impacto negativo de la crisis económica y social en la Argentina, con el consecuente creciente deterioro de la imagen del gobierno de Macri, auguran un escenario potencialmente explosivo, totalmente distinto al que vislumbró cuando propuso a la Argentina como sede de la primera cumbre presidencial del G20 en América del Sur, imaginando que sería la vidriera perfecta para proyectarse como un nuevo líder regional. En paralelo, ya se está organizando una gran movilización el 30 de noviembre en Buenos Aires para repudiar a Trump, al G20 y al FMI y para mostrarle a Macri que el pueblo argentino no está dispuesto a volver nunca más a las relaciones carnales con Estados Unidos.

* Profesor UBA. Investigador Adjunto del Conicet. Autor de Bienvenido Mr. President. De Roosevelt a Trump: las visitas de presidentes estadounidenses a la Argentina.


Nuevo escenario global

Por Anahí Rampinini *

El retorno de las recetas neoliberales a la región, el desmesurado aumento del endeudamiento y las recientes recomendaciones de dolarización o convertibilidad, nos hacen pensar que estamos dentro de la misma película que en los años noventa. Sin embargo, este es un diagnóstico incompleto, el mundo cambió respecto de ese entonces, junto con las intenciones de sus actores más importantes. Por ello cabe preguntarse: ¿Quiénes se benefician con las medidas tomadas por los gobiernos neoliberales latinoamericanos? ¿A qué intereses responden y con qué intereses se contraponen?

El comercio mundial se ha desacelerado luego de la crisis financiera de 2008 y viene cayendo continuamente desde 2012. Esto afecta principalmente los intercambios transfronterizos de bienes intermedios relacionados a la producción mundial en las Cadenas Globales de Valor, vinculadas directamente con la producción industrial china. Semejante escenario ha desacelerado la economía china, proceso “agravado” por el aumento de su salario real promedio, lo que generó la internacionalización de empresas chinas hacia otras regiones. El gobierno chino comenzó a explorar respuestas en su anunciado plan Made in China 2025 donde propone convertir al país en el líder mundial de los desarrollos tecnológicos de punta para esa fecha, aumentando el valor agregado de sus exportaciones e intentando incrementar su mercado interno a través de un alza en los salarios.

La búsqueda de aliados que ayuden a romper su dependencia tecnológica con los países desarrollados parece ser clave para el éxito de este plan. En efecto, la región latinoamericana podría ser un potencial consumidor de sus productos tecnológicos, un aliado estratégico en la provisión de recursos naturales necesarios para el desarrollo de su industria, un potencial productor de insumos intermedios y por último, un destino interesante para inversiones de infraestructura y energía que implique dar un uso a sus amplias reservas de dólares.

En ese escenario, la a instauración del régimen neoliberal en América Latina con el re-establecimiento de los viejos lazos Norte-Sur de la mano de nuevos dirigentes políticos, la desvalorización de la moneda, el estrepitoso endeudamiento, el desprestigio de las empresas privadas y públicas y de sus funcionarios, no parece ser casual. Este ataque a la institucionalidad presenta oportunidades de negocios tales como la compra de empresas latinoamericanas desvalorizadas y la posibilidad de recuperar los niveles de control sobre el devenir económico de la región, que había menguado a partir del proceso de fuerte integración política latinoamericana de los últimos años.

En efecto, la reciente renegociación del acuerdo del gobierno argentino con el FMI hace evidente el respaldo del gobierno de los Estados Unidos al modelo económico neoliberal de cambiemos, de cara a las elecciones del próximo año, modificando el cronograma de desembolsos, con un aumento de 18,6 mil millones de dólares en los montos que se recibirán durante lo que queda de 2018 y 2019, y dejando solo 5,9 mil millones para 2020 y 2021.

La pérdida de soberanía económica de los estados latinoamericanos a partir del endeudamiento y las recomendaciones de adoptar regímenes de convertibilidad y/o dolarización, claramente no está en línea con la estrategia china, a la que le sería más conveniente contar con un mercado latinoamericano fuerte e independiente de los intereses del Norte. No obstante, los objetivos chinos para con la región latinoamericana no carecen de intencionalidad. Por un lado, parecen más benéficos en pos de solucionar nuestros problemas de desarrollo, por ejemplo, las inversiones en infraestructura y energía, significan la creación de importantes activos tangibles, o las posibles transferencias de tecnología cruzadas que las asociaciones público-privadas características del esquema económico chino podrían significar. Pero por el otro lado, estas inversiones están relacionadas principalmente a asegurar los flujos de recursos naturales necesarias para su crecimiento.

Bajo este contexto cabe preguntarse, de cara a la guerra comercial que desató el presidente de los Estados Unidos con China y a partir de los objetivos que China tiene con la región latinoamericana, si todo esto no se trata de un conflicto de intereses de mayor orden, una disputa sobre los niveles de hegemonía que ejerce cada uno en nuestra región.

* Becaria doctoral Conicet-UNQ, investigadora CCC.