La caricatura es una disciplina áspera. Quizás aún más difícil que el humor gráfico o la historieta. No alcanza con dominarla técnicamente para ser reconocido. Exagerar los rasgos del retratado es apenas parte del truco. La caricatura obliga al autor a “decir” algo con sus dibujos. Y por eso también es ingrata: suele ofender –a veces con razón– o al menos tocar el orgullo de los caricaturizados. De eso podía hablar largo y tendido Hermenegildo “Menchi” Sábat, para muchos, uno de los mejores caricaturistas que pasaron por los medios nacionales. Sábat falleció en la noche del lunes, mientras dormía, a los 85 años tras más de medio siglo dibujando a todas las figuras relevantes de la política y la economía argentinas. Era tan bueno que alguna vez Robert Cox, director del Buenos Aires Herald, preguntó: “¿Para qué usar fotos teniendo a Sábat?”. Esto fue así hasta sus últimos días. Tuvo, por ejemplo, encontronazos con la ex presidenta Cristina Fernández, a quien en sendas caricaturas le tapó la boca y le hinchó un ojo, expresando así su postura política y sus deseos personales. Su retrato de Santiago Maldonado, en tanto, parecía cuestionar la figura del joven desaparecido y muerto durante una represión en la Patagonia.

Pese a eso, Sábat también es recordado por sus poderosas caricaturas de los miembros de las Juntas de la última dictadura cívico militar y su postura crítica de la interrupción del orden democrático era de las pocas explícitas en la época, especialmente en los grandes medios de comunicación. En alguna entrevista, recordando aquellos tiempos, reconoció que siempre se preguntó “por qué no había sido boleta”.

Sus dibujos nunca tenían palabras, pero no ahorraba detalles gráficos para plantear sus ideas (“Argentina es un país extraño donde la gente está más dispuesta a pelearse por las palabras que por las ideas”, declaró en una ocasión).

Sábat nació en Montevideo, Uruguay, en 1933 y a los 15 años comenzó a trabajar en el diario Acción, de esa ciudad. Allí fue periodista, fotógrafo e impresor, hasta que en 1965 llegó al diario El País, al que renunció al año siguiente para instalarse en la Argentina. Aquí trabajó en los periódicos La Opinión, Primera Plana, la editorial Atlántida y desde 1973 en el matutino Clarín, donde hasta ayer nomás ilustraba las páginas de noticias de política, economía o internacionales. Además, publicó más de veinte libros. Y no todos fueron recopilaciones de sus dibujos que ya habían salido en la prensa. Muchos de ellos los dedicó a sus otras pasiones: el jazz y el tango. Un mural suyo, dedicado a Ástor Piazzolla (a quien “frecuentaba”), engalana una estación del subte porteño y los retratos de los principales artistas del género figuran entre lo más bello de su producción. Su larguísima carrera le valió numerosos premios: el Konex (en 1982), el Konex de Brillante (2017), el María Moors Cabot (1988) y el Figari (1997). Integró –y presidió– la Academia Nacional de Periodismo y Gabriel García Márquez le entregó un homenaje de la Fundación Nuevo Periodismo Iberoamericano.

Durante la última década muchos lo leyeron no sólo como a un caricaturista, sino como a un editorialista más del Grupo Clarín. La idea cobró especial fuerza después de dos cruces con la ex presidenta. El primero ocurrió en 2008 cuando, en pleno conflicto con las entidades agropecuarias por las retenciones, Sábat retrató a Fernández con dos vendas tapándole la boca, algo que la mandataria denunció como “un mensaje cuasi mafioso”, interpretación que retomaron muchos de sus seguidores y suscitó una polémica en la que terciaron, a favor y en contra, intelectuales, periodistas y colegas del autor. Por caso, Horacio Verbitsky, defendió la figura de Sábat y “su buena fe”. Cuatro años más tarde, caricaturista y presidenta tuvieron un nuevo encontronazo, esta vez mientras se discutía la Ley de Servicios de Comunicación Audiviosual. Tras un fallo favorable al Grupo Clarín Sábat retrató a Cristina Fernández con un ojo amoratado y provocó una nueva ola de rechazos, a las que se sumaron acusaciones por violencia de género, tanto de la presidenta como de otras figuras políticas. La Legislatura porteña, por caso, consideró “sexista y misógina” a su caricatura. Tras ello, Sábat afirmó que no volvería a dibujar a Cristina Fernández.

La última de esas polémicas estalló cuando el dibujante caricaturizó a Santiago Maldonado, acompañando un editorial de Eduardo van der Kooy. Más de uno leyó, en las cejas arqueadas y los rasgos aguzados del tatuador, una insinuación que dejaba como el malvado de turno a la víctima de la represión estatal. Más allá de interpretaciones y debates en torno al sentido de su obra, ninguna duda hay sobre su talento y su lugar en el medio. Se fue el más grande y potente caricaturista de las últimas décadas.