–¿Cómo era el final de “En la gran ciudad”? No me lo puedo acordar. 

–¡No te lo acordás porque no tiene final! En el disco esa canción termina en un fade out.

–¡Cierto! Entonces inventémosle algo...

Pil y Stuka pelotean en el ensayo como dos nenes recuperando chiches de un baúl que parecía perdido. Los juguetes son las canciones de Mercado Indio, el último disco que grabó la formación emblemática de Los Violadores. Aquella que completaban Sergio Gramática y el Polako Zelazek, y que ahora se vuelve a rearmar para conmemorar las tres décadas del álbum en cuestión, tal como hace dos años lo hizo con Y ahora qué pasa, eh?, de 1985. La relevancia histórica de estas reagrupaciones se evidencian en el acceso a sitios impensados incluso en los momentos de apogeo de la banda: en 2016 fue el Luna Park, ahora el Gran Rex. Además de significar el primer desembarco de un artista punk (de aquí y de cualquier parte) en el teatro más importante de la calle Corrientes, el show del sábado 6 de octubre servirá también para darle difusión al          reciente DVD y BluRay Luna Punk, sucesor del CD doble en vivo y de una batería de vinilos y casetes sobre ese mismo recital. 

Mercado indio fue el cuarto disco de Violadores y depuró el estilo que la banda venía buscando a través del punk modelo 77 del disco epónimo, la variedad de arreglos de Y ahora qué pasa, eh? y el halo gótico de Fuera de sektor. Es, por lejos, el de mejor factura técnica de toda su discografía y, probablemente, también el más sólido y monolítico. Una obra cumbre que agarró al grupo con un gran nivel de popularidad en la Argentina y países cercanos (la influencia de la exitosa expedición a Perú en el concepto artístico de Mercado indio es crucial), pero a la vez con las erosiones que este crecimiento trepidante provocó en un colectivo de creatividad notable y personalidades intensas. Tal fue así que, a poco de la publicación del disco, Gramática abandonó a Los Violadores, iniciando una sangría que continuaría con la salida de Zelazek y, finalmente, con la de Stuka, autoexiliado en Estados Unidos. Mientras, Pil insuflaba en los 2000 una formación alternativa pero digna, interesante pero diferente, junto al Tucán Barauskas, el Niño Khayatte y Sergio Vall.

Es decir que Mercado indio articuló todo lo bueno de Los Violadores, pero además todo lo malo, llevándolos a las alturas y también a sus cornisas. Como si después de la cima no quedara otro camino que la caída. La banda reconoce hoy que aquellas tensiones internas volvieron insostenible un proyecto que pudo haber dado más. Un escenario difícil y minado también por la frustrante experiencia con la vieja CBS, hoy Sony Music, multinacional a la que habían migrado después de su experiencia en Umbral Discos, e incluso rechazando un ofrecimiento de Billy Bond para grabar Mercado indio en RCA. “En ese momento explotaron Los Fabulosos Cadillacs, que eran de la misma compañía, y decidieron apostar todo a ellos. A nosotros nos demoraron mucho hasta la presentación del disco, que fue en julio del ‘88, en Obras, y eso nos llevó a mostrar casi nada el álbum, ya que (Sergio) Gramática se fue poco después. Habíamos hecho un discazo, pero la Sony medio que nos dejó en pelotas”, se lamenta Pil. El grupo seguiría bajo el ala de ese sello durante tres discos más (Otro festival de la exageración cerrando la década, Y que dios nos perdone abriendo otra, y En vivo y ruidoso), aunque sin el ángel, la potencia ni tampoco la formación de la era concluida en Mercado indio.  

“Nosotros cuatro juntos no llegamos a darle mucho rodaje en vivo a las canciones de Mercado indio; sin embargo, creo que el público que siguió escuchando a Los Violadores con cariño –que hoy es más de lo que imaginan– revalorizó el disco y, con el tiempo, convirtió muchos de esos temas en himnos propios”, sostiene Gramática. Y tiene razón: “Bombas a Londres”, “Violadores de la Ley” y el propio “Mercado indio” salieron de ese álbum y quedaron para siempre. “Esas canciones son insacables de cualquier show que podamos hacer. Y también hay otras intocables. Como ‘El último hombre’, por ejemplo. ¡Porque son imposibles de tocar!”, sonríe el baterista. Una gran canción que iniciaba el lado B de Fuera de sektor y que Pil insiste para incluir en el Gran Rex, aunque sin quórum hasta el momento. 

“Hay temas de Mercado indio que no hicimos nunca... o eso creía. Hace poco apareció una grabación en vivo de ‘Infierno privado’, canción que yo pensaba que jamás habíamos tocado.Y bueno, si pintan las pruebas, no me queda otra que admitirlo: ¡sí, fui yo el que la tocó!”, reconoce Stuka, rematando la frase con una carcajada al aire. “A mí me pasó lo mismo con ‘Al borde del abismo’, aunque después resultó que lo habíamos hecho en Obras, cuando presentamos el disco”, agrega Pil. “De Mercado indio conservamos en los shows posteriores solamente la canción que le da nombre, ‘Bombas a Londres’ y ‘Violadores de la Ley’”, enumera el cantante. “¡También hacíamos ‘Solo una agresión’, que la canto yo! Pero, ¿por qué no tocábamos ‘Juega a ganar’? ¡Si está buenísima!”, se pregunta el guitarrista. “¡Porque no teníamos sala de ensayo!”, justifica el cantante. 

–¿Qué les provocó volver a escuchar las canciones de ese disco, el último que grabaron juntos?

Sergio Gramática: –Yo soy, en cierto punto, el que más se distanció de esas canciones, porque fui el primero en irse de la banda. Pero ahora me generaron muy lindas sensaciones.¡Y hasta descubrí cosas que no sabía! Eramos libertarios, anarquistas, y por lo visto nos salían muy buenas canciones.

Stuka: –¡Yo no podía creer que hiciéramos cosas tan complicadas! Eso nos obligó a tener que simplificar un poco las versiones para poder resolverlas en vivo. Hay muchos arreglos, capas y pistas que son difíciles de hacer solo con dos manos por persona (risas).

Pil: –Creo que desde la música tiene cosas progresivas. Disfruté mucho volver a escuchar en vinilo no sólo Mercado indio sino también los otros discos de esa época. Y quedé muy sorprendido, por ejemplo, con “Noticias en la noche”, de Fuera de sektor, una canción que había desaparecido de mi vida y que terminaremos haciendo en el Gran Rex. 

Hablar hoy de discos publicados o vendidos es como invocar relatos del paleolítico. El formato físico es despreciado como producto comercial y también como médium artístico. En suma, un objeto que en la actualidad ya no reporta moneda ni circulación, sino, cuanto mucho, apenas algo de estatus. En los 80, sin embargo era común y casi obligatorio que Soda Stereo, Los Abuelos de la Nada, Riff, Virus, incluso Sumo, lanzaran cada año un álbum diferente. Los Violadores compartían con ellos públicos, lugares y mercados. Y casi por añadidura, la misma gimnasia. “En ese entonces, el disco era más negocio y también más atractivo, porque tenía nueve temas, a lo sumo diez. Era algo muy concreto”, explica Gramática. “También había una presión del mercado. Nosotros sacamos Mercado indio en el contexto de un contrato con la Sony que nos exigía un álbum por año”, detalla Pil. “¡El disco era un gran negocio para los que hacían plástico y cartón!”, bromea Stuka. Pero agrega: “También era negocio para las compañías, por supuesto, aunque mucho no les importara lo que había adentro. Para mí, sin embargo, sacar un disco por año era lo más divertido”. 

Además de crear sus canciones, la banda también se inmiscuía en las decisiones gráficas de cada disco. Detalle no menor en un grupo que, por ejemplo, jamás tuvo un logo que lo identificó, sino que lo fue adaptando según las necesidades estéticas de sus tapas. “¡Hacer las tapas era re copado!”, se entusiasma Stuka, quien descubrió al que luego haría el arte de Mercado indio. “Una vez fui a Cemento y había una exposición de murales alucinantes. Le pregunté a (Omar) Chabán quién era el tipo y me nombró a un tal Gustavo Romano. Lo contactamos, le contamos la idea del disco y el flaco resolvió todo de una manera muy zarpada. La tapa, por ejemplo, era un mural gigante que él desplegó a lo largo del escenario de Cemento. A eso le sacamos una foto... ¡y esa es la imagen de la tapa de Mercado indio! No es Ilustrator ni Photoshop, sino una foto a un mural enorme al cual le habíamos agregado letras de plástico.” 

La estética de Mercado indio (un sórdido blanco y negro rematado con letras doradas) condensa la polisemia de una colonización como estado de situación de la historia de la humanidad, que se grafica tanto con ruinas incaicas conquistadas por los españoles como con punks de rigurosa cresta, ortodoxia que había cuestionado a Los Violadores y de la cual la banda misma buscaba en ese momento desmarcarse. “Nos encendimos con el punk, pero éramos muy melómanos; buscábamos cosas y nos pasábamos data todo el tiempo. Desde Ramones hasta Vangelis, pasando por Motorhead o Thin Lizzy. Era todo nuevo y asombroso”, explica Gramática. Y Stuka va al hueso: “La diferencia con las demás bandas punks argentinas es que nosotros habíamos escuchado rock. De la misma manera que, por cierto, lo hicieron los punks ingleses para ser punks de verdad. Las bandas siguientes, en cambio, nos escucharon a nosotros”.

Para el guitarrista, proclamarse punk en la Argentina durante esa era posdictadura significaba no sólo ser carne de arrebato de policías empoderados con edictos discrecionales, sino también de otras tribus incipientes pero más violentas. “¡Los heavys, por ejemplo, nos cagaban a cadenazos! Y nunca entendí por qué. Muchos eran seguidores de Riff y me parecía una locura, ya que a Pappo lo amé siempre, fue una de mis influencias fundamentales”, dice Stuka. Pil recuerda a los temibles Firestones: “Eran una barra de choque que venía a matarnos, porque cada vez que nos encontraban se tiraban a lincharnos”. Varias crónicas de época dan cuenta de las palizas que cometían estos falangistas de la cultura rock criolla del siglo XX. “En un punto, creo que querían matarnos porque éramos inclasificables. Para los pesados parecíamos muy livianos, pero para los livianos lucíamos muy pesados”, sostiene Gramática. Pil lo resume en una canción: “Hicimos ‘Espera y verás’ para los propios punks que nos cuestionaban porque éramos caretas, usábamos maquillaje, tocábamos en discotecas, boludeces así. Espera, espera... y verás. Y así fue, acá nos tienen otra vez”.

–¿Y qué esperan ver en el Gran Rex treinta años después de un disco que tocaron poco y que ahora revivirán completo en un teatro?

S.: –En un momento va a haber una sección de cuerdas y en otro participará la soprano Diava Favaro, recuperando en cierto punto aquello que hicimos alguna vez con tenor Carlos Saidman, aunque en ese entonces ya sin Sergio (Gramática). Tener una banda que se llame Los Violadores y poder rearmarla cada tanto me parece buenísimo, sobre todo cuando logramos llevarnos bien.

P.: –De por sí, la idea de tocar en un teatro como el Rex es excitante; llegar ahí te hace merecedor de reverencias (risas). Pero también será interesante ver si estamos a la altura de lo que queremos ofrecer: una buena imagen de una banda que tiene buenas canciones. Nunca sabemos si será el último show o si habrá otros. Podemos pelearnos, podemos reconciliarnos, pero la idea siempre es compartir un buen momento. Duraremos hasta que nos apaguemos... y eso nunca se sabe cuando podrá ser.