La primera vez que vi El ángel exterminador de Buñuel fue hace muchos años, más de diez. En esa época yo me dedicaba solamente a la actuación y no me animaba todavía a la escritura teatral pero la miraba con cierta curiosidad. También por esa época había terminado la carrera de Filosofía. Recuerdo bien que una de las razones por las que, terminado el secundario, decidí comenzar dicha carrera fue porque sentía que tenía demasiadas preguntas y creía que estudiando lo que pensaban otros podría encontrar alguna explicación tranquilizadora. Si la pregunta filosófica por excelencia era “¿por qué?”, alguien debía haber dado alguna respuesta, supuse yo ingenuamente. Por supuesto, no muy avanzada la carrera descubrí que eso era imposible, había tantas respuestas que finalmente era imposible encontrar tranquilidad de ningún modo. Paralelamente, en mi mundo teatral era otra la información con la que me desvelaba. Lejos ya del mundo inteligible, con mis amigos veíamos mucho teatro y hablábamos mucho de teatro. También de cine, de literatura. Así aparecieron en mi vida escritores, dramaturgos, cineastas y también esa sensación –a la que bauticé “sensación La Maga”, por el personaje de Cortázar–  de estar siempre medio afuera de las conversaciones y rodeada de gente que había ido más al teatro, visto más películas y leído más libros que yo. Todo ese mundo era para mí un mundo maravilloso, donde podía refugiarme en historias en las que mis preguntas existenciales no tenían respuestas concretas pero, aun así, me sentía, de alguna manera acompañada. 

Esa sensación me llevó a querer incursionar en la escritura y la dirección teatral como manera de crear yo misma, y a partir de mis propias preguntas, esos mundos que admiraba y, en el mejor de los casos, generar refugios para quienes igual que yo, tuvieran un maremagnum en la cabeza. Sin embargo, cuando pensaba sobre qué escribir, o cómo hacerlo, otra vez aparecían los por qué bloqueando el camino. Por qué los personajes están en este lugar, por qué tal personaje hace o dice tal cosa, por qué empezar la obra en este punto de inflexión y no en otro, por qué escribir esto o aquello, por qué, por qué, por qué. En medio de todo esto, llegó a mi vida El ángel exterminador. En una charla con amigos se mencionó la película. Algunos la habían visto y otros no, y alguien dijo algo así como se trata de un grupo de personas de la alta sociedad que están en una fiesta y poco a poco se van dando cuenta de que no pueden salir de la casa y nunca se explica por qué. En mi cabeza resonaron las últimas palabras: nunca se explica por qué. 

Alquilé la película en dvd ese mismo día en el video club del barrio y organicé mi cita con Buñuel totalmente expectante. Era la primera película que veía de él. Uno de los diálogos más hermosos de la película y del cine, creo yo, es el siguiente:

–¿Lo ven ustedes? ¿Qué me dicen de esta situación?

–La verdad no sé, parece inverosímil. O quizá demasiado normal. Para mí lo malo es que nadie se hace esas preguntas.

El angel exterminador es una de mis películas preferidas por eso, porque no se explica nada, las cosas suceden por más inverosímiles que parezcan. Y no es necesario hacerse esas preguntas. O, mejor dicho, no son necesarias las respuestas. No se necesita entender y aún así, se entiende todo. A su vez, el concepto de inverosimilitud adquirió otro significado para mí: no nos parece inverosímil lo que no se parece a la realidad, sino lo que no se parece a lo que podemos entender. Le solemos pedir a la ficción algo que no le pedimos a la vida misma, que sea explicable y, por lo tanto, entendible.

Creo que por esa razón, la obra de Buñuel generó un gran impacto en mí: descubrí la enorme libertad creativa que me otorgaba el hecho de comprender que no es necesario dar tantas explicaciones ni saber tanto cuando uno escribe una obra. Que lo interesante no es por qué los personajes hacen tal o cual cosa o si es lógica tal o cual situación, sino qué es lo que los personajes hacen en un contexto determinado, cuáles son las reglas que uno crea y cómo hace accionar a los personajes según ellas. Hasta ese momento creía, porque me habían enseñado así, que lo verosímil se construía explicándolo todo, los móviles de la acción, el pasado, bla, bla, bla. Aquella noche, gracias a Buñuel entendí que lo “inverosímil” también puede suceder, y de hecho sucede, en el teatro y en la vida: no siempre hay explicaciones coherentes para los acontecimientos y, sin embargo, éstos son perfectamente posibles. Tal vez lo verosímil es precisamente que hay cosas que no se pueden entender. ¿Quién podría decir que la ausencia de respuestas sería para mí algo tan bellamente tranquilizador? ¿Quién podría decir que la vida es verosímil después de todo?


Luz Lassizuk

es actriz, dramaturga (EMAD), directora teatral, docente especializada en Educación por el Arte (IVA) y profesora de Filosofía (UBA). Se formó como actriz con Nora Moseinco, Mariana Obersztern, Rafael Spregelburd y Alejandro Catalán. En teatro trabajó bajo la dirección de Santiago Gobernori, Martín Seijo y Mariana Obersztern, entre otros. En cine, bajo la dirección de Rodrigo Moreno. Como artista interdisciplinaria sus obras exploran diferentes lenguajes para potenciar la percepción multisensorial. Su trabajo se desarrolla en Argentina y Holanda. Entre sus últimas obras estrenadas en Buenos Aires se encuentran Algo en él (2012), Zoom (2014) y Yellow (2016). En Holanda colaboró como dramaturga con      la coreógrafa española Marina Mascarell (2015) y como co-creadora y directora en la obra  A Sensorium para Ensemble Modelo62 (2016). Más información en luzlassizuk.com