De todos los defectos que se le pueden encontrar a Brasil, y entre más lo querés más lo rezongás, la xenofobia no era el primero que saltaba. Racismo sí, clasismo ni quieras saber, violencia, machismo insidioso, pero en el día a día una suerte de sensación de que para el brasileño los inmigrantes indican que algo anda bien en el país. Por algo hay quien quiere venir.

Esto lo sabe cualquiera que haya vivido en Brasil. No sólo es fácil hacer amigos sino que es raro, muy raro que alguien te pesque el acento y te ataque por extranjero. El brasileño se puede enojar, claro, pero ecuménicamente te va a putear por boludo, o por ventajero, o porque le sale nomás. Pero raramente por el simple hecho de venir de otro país.

Cuando finalmente te pasa, y te pasa finalmente, es cuando se percibe la diferencia. La mía fue en un Carrefour paulista, un monstruo suburbano en la Marginal Tiete un domingo a la noche tan aburrido que uno va y hace la compra de la semana. Carrito lleno en la cola y un leve choque con el de adelante, un flaco rubión que inmediatamente se saca, se da vuelta y empieza a los gritos. Uno se disculpa y ahí el otro empieza a gritar que extranjero tenías que ser, que encima venís a robar empleo, y un par de lugares comunes más.

El tipo eventualmente paga y se va, y ahí pasa algo esencialmente brasileño: la cajera se disculpa, la cajera de al lado también, la gente en la cola, un gerente que vio todo. Nadie se metió a callarlo al sacado, porque no se hace y puede ser peligroso, pero todos se acercan a pedir que uno no crea que los brasileños piensan así de los extranjeros. Hasta te ayudan a poner las cosas en las bolsas.

Con lo que Jair Bolsonaro candidato firme, número puesto en la primera vuelta y con buena chance en la segunda es simplemente un síntoma de anomia. El ex militar –um milico, también dicen por allá– es como un resumen de todo lo que puede andar mal en Brasil. Es el policía que te dice que si atropellás a alguien de noche no pares, que llames al 911 y dejes tus datos que ellos se encargan. Es el que piensa que sólo el ejército y el napalm pueden resolver las favelas. Es el que cree que el Brasil se jodió por tanto negro, pero que eso puede arreglarse.

Duele pensar que alcanzan los que votan a Bolsonaro para elegirlo. Las bolsas subiendo y el establishment festejando anuncian que el precio va a ser el que ya estamos pagando los argentinos por andar eligiendo cierta gente. Pero Bolsonaro agrega otra cosa y va a cobrar otro precio, uno muy brasileño, muy duro, muy de sangre. Como en la canción de Caetano Veloso, Haití puede ser aquí, con tanta bala para tanto negro, tanto casi negro, casi blanco, todos pobres. 

Cuando la derecha manda en Brasil, no tiene ni miedo ni pudor de matar. Para que Bolsonaro gane esta elección hace falta que su voto trascienda la elite, el blanco, el dueño de algo, y convenza a quienes de últimas van a ser sus víctimas. Otra que votar en contra de tus propios intereses.