“Le tengo al niño”. La frase oída o inventada por Laura Romero, una mujer de la clase media bogotana que trabaja como empleada doméstica “sin necesitarlo” –recibe una renta por una mina de sal que heredó de su familia–, parece materializarse con la aparición en la puerta de su casa de un niño al que ella nombra como Fidel. La fantasía de proteger a otro –experimentada en el fuerte vínculo que tiene con su perro Brus– se desvanece cuando decide entregarlo a un centro estatal de cuidado infantil, donde será ofrecido en adopción. Como si ella no pudiera soportar el abandono, como si fuera más la víctima que la victimaria, intenta recuperar a Fidel. Pero el niño ya no es el mismo y parece cada vez más hostil hacia el afecto que ella pueda prodigarle. Los niños, la novela de Carolina Sanín que es el primer libro de la escritora colombiana que publica Blatt & Ríos en Argentina, es una historia excepcional por el modo en que explora el terror y lo sobrenatural como si difuminara los límites entre las experiencias cotidianas y aquello que proviene de la imaginación.

Sanín (Bogotá, 1973), que participará del 10° Filba Internacional que se realizará desde mañana hasta el domingo 14 de octubre, es una narradora inquietante y con una gran elasticidad para moverse entre géneros y registros. Publicó la novela Todo en otra parte (2005), el ensayo Alfonso X, el Rey Sabio (2009), el libro para niños Dalia (2010), las colecciones de relatos Ponqué y otros cuentos (2010) y Yosuyu (2013), y la crónica humorística Alto rendimiento (2017). La escritora colombiana es Doctora en Literatura Hispánica por la Universidad de Yale, con especialización en literatura de la Edad Media. “La Edad Media, o al menos la baja Edad Media, es para mí un período de gran consciencia en la historia del saber humano. El hombre se dio cuenta de que conocer una cosa era conocer todas las demás; de la profunda relación que vinculaba todos los objetos de la realidad, y de la multiplicidad e infinitud de la realidad. En ese período supimos, además, que hay continuidades entre la imaginación y la realidad material. Luego nos volvimos ingenuos; nos asustamos de esa consciencia y quisimos separar el arte de la ciencia, la experiencia de la fantasía”, plantea Sanín en la entrevista con PáginaI12.

–Los niños es una novela que pone en discusión la maternidad, el cuidado y la protección. ¿Por qué el interés por estos temas? 

–Me interesaba el vínculo materno, su naturaleza y su construcción, pero también un fenómeno humano más amplio, del que la maternidad es una manifestación: cómo todos procedemos de otros –nacemos de ellos– constantemente; cómo nos producimos los unos a los otros todos los días. La pregunta por la maternidad era entonces, en la novela, también una pregunta sobre la imaginación, sobre la posibilidad de mirarnos mutuamente y así concebirnos, gestarnos, albergarnos.

–Desde la relación con su perro a la preocupación por las abejas, Laura tiene una fijación intensa con el reino animal y con la naturaleza. Esta sensibilidad, ¿conecta con la idea de que hay otros mundos distintos dentro de la novela?

–Hablo mucho, en todos mis libros, de los animales. Trato de contemplarlos, de tenerlos en cuenta. La ampliación de la propia sensibilidad o de la noción de sí mismo pasa por la posibilidad de que descubramos en nuestra conciencia y en la formación de nuestra identidad la experiencia de los animales no humanos, que son mundos desconocidos y contiguos a nosotros.

–Los niños se transforma y pasa de cierto “realismo anómalo, desviado” hacia una zona que oscila entre el terror y la novela de fantasmas. ¿Qué importancia tiene lo sobrenatural?

–Pienso en Los niños como en una comedia y un cuento de terror. Me interesaba enunciar la existencia simultánea de varios espacios con distintas coordenadas y distintas leyes; de espacios en los que estamos al mismo tiempo que habitamos este, y en los que tememos perdernos. Pensaba en esa posibilidad de nombrar esos espacios de leyes diversas como un paso hacia un realismo más realista que el realismo de lo visible y de lo anecdóticamente narrable.

–Laura está leyendo Moby Dick y en un momento le cuenta un cuento a Fidel que por el título “Grandes expectativas” remite a la novela de Charles Dickens. ¿Cómo funcionan estas referencias literarias? 

–La mujer le cuenta al niño la trama de Grandes expectativas de Dickens, y le cuenta el caso de El hombre de los lobos de Freud, como si fueran cuentos que ella inventa; por otra parte, a la vez que trascurre la trama en la que está inmersa, la mujer lee Moby Dick. Incluir otros textos en el mío tiene que ver con mi interés por expresar esa simultaneidad de la que hablaba antes: contar una historia es dar testimonio de que en un espacio transcurren al mismo tiempo varias realidades. Quería mostrarme cómo una obra puede recontarse de infinitas maneras, y caber dentro de cualquier otra obra, yuxtapuesta con otras… era una manera de ampliar un texto y de decir que cualquier texto es el universo. Me interesaba también la posibilidad de recontar una novela (o un caso psicoanalítico) transformándolos en fábulas.

– “Todos los niños (...) son como casas encantadas”, dice la narradora. ¿Y los adultos? ¿Laura es también como una casa encantada? 

–Todos los adultos son niños en cuanto contienen al niño que fueron. Y adultos y niños son espacios habitados por espectros inconstantes, que de repente se hacen invisibles y luego vuelven a desdibujarse. Fidel es un niño visible y es también un niño imaginado. Real e imaginado no son términos contrarios. Por otra parte, en una obra de ficción, en la que nada de lo que aparece existe materialmente, me parecía honesto conservar la ambigüedad entre lo que la imaginación crea y lo que la vista ve.

–¿Laura es una suerte de “desplazada” de la clase media que trabaja como empleada doméstica para sentir cómo es el trabajo de un pobre? 

–Laura trabaja como empleada doméstica, no para sentir la experiencia de una mujer de otra clase social –es decir, no para solidarizarse o compadecerse–, sino para vivir la experiencia de limpiar la casa de otros, que podría ser una experiencia interesante para alguien. Nuestras experiencias del trabajo, la servidumbre y la libertad están determinadas estamentalmente. En la novela me permitía la fantasía de que no fuera así; una fantasía comunista a lo mejor. En un momento de la novela, Laura se refiere a “mis casas” y lleva a Fidel a conocer varias de sus casas. No quiere que el niño piense que le pertenecen, ni tampoco que son “suyas” en el sentido en que ocupan lugares en su memoria. Con eso quería preguntarme en qué sentidos puede decirse que un lugar o un objeto le pertenece a uno: ¿le pertenece porque uno tiene un título sobre él, o porque él es significativo para uno, o simplemente porque uno puede estar en él o puede conocerlo? 

–Quizá la orfandad sea un tema de la novela, que se insinúa en la figura de Fidel, pero también en la de Laura. ¿Qué es ser huérfano hoy en el siglo XXI? 

–Todos somos huérfanos en el sentido de que todos los seres humanos, según las mitologías más compartidas entre nosotros –la de la expulsión del Jardín de Dios, por ejemplo–, estamos exiliados, abandonados al mundo y aprisionados en el tiempo. Tenemos la fantasía de que venimos de otra parte, y a esa otra parte regresamos. En ese sentido, siempre mientras vivimos somos huérfanos separados de nuestro origen, que ignoramos e intuimos.

* En el Filba participará en el panel “Vínculos eran los de antes”, el viernes 12, a las 18, junto con Fabio Morábito y Samanta Schweblin (Godoy Cruz 2270). Más información en www.filba.org.ar