Desde Río de Janeiro

Poco después de las ocho y media de la noche del domingo, en el hotel de San Pablo en el que se encontraba junto a los coordinadores de su campaña electoral, Fernando Haddad, el candidato del PT del ex presidente Lula da Silva, esbozó una breve sonrisa de alivio y abrazó a su mujer.

En aquel instante el candidato ultraderechista, Jair Bolsonaro, estaba con 47,2% de los votos válidos. La sonrisa de alivio tenía una explicación: hasta media hora antes, Bolsonaro rozaba la marca de 49,4%, y había indicios palpables de que podría salir electo en la primera vuelta.

El resultado final –46,09% contra 29,2% alcanzados por Haddad– es muy inquietante. La distancia entre los dos principales candidatos es de poco más de 18 millones de votos. Pero no hubo victoria de Bolsonaro en la primera vuelta, y como nunca antes en la historia electoral desde el regreso de la democracia en 1985, luego de 21 años de dictadura militar, la vieja frase “algo es algo” se muestra plenamente justificada.

En aquella noche del domingo, superado el susto inicial, Haddad empezó a moverse procurando aliados para la segunda vuelta. Hubo una larga conversación telefónica con el candidato de centroizquierda, Ciro Gomes, que obtuvo 12,48% del electorado, lo que se traduce en poco más de trece millones de votos que ahora se hacen fundamentales para Haddad. También anunció que abrirá negociaciones urgentes con otros candidatos de centroderecha, y sus estrategas mencionaron un objetivo primordial: los 20% de electores que se abstuvieron de votar y los otros 8% que anularon su voto o votaron en blanco. 

Ayer por la mañana Haddad voló a Curitiba para encontrarse con Lula da Silva, quien se encuentra detenido desde abril, condenado en un juicio sin pruebas e impedido de disputar la presidencia como favorito absoluto. Luego regresó a San Pablo para reunirse con el comando de su campaña y trazar la estrategia en esta segunda vuelta.

Hay dos dudas que tendrán que ser elucidadas en las próximas horas. La primera: despegarse o no de la imagen de Lula da Silva e imponer su propia personalidad. Se considera que el ex presidente ya trasladó a Haddad todos los votos posibles, y que a partir de ahora el candidato tendrá que ampliar su campo de acción. Pero el “núcleo duro” del PT ofrece resistencias a que la imagen del ex presidente sea relegada a un segundo plano. 

La otra duda se refiere al momento en que Haddad deberá exponer su política económica, con claros gestos destinados a tranquilizar el mercado. 

La amplia victoria de Bolsonaro en la primera vuelta, muy por encima de lo previsto, provocó una estampida de la Bolsa de Valores y una feroz corrosión del dólar y del euro frente a la moneda brasileña. 

La urgente necesidad de armar un amplio arco de apoyos capaz de llevarlo a la victoria y por primera vez dar un vuelco en el resultado inicial solo resultará factible si Haddad opta por una política económica más centrista, alejada de algunas líneas básicas de un programa de izquierda. El problema será convencer a la dirección del PT de esa necesidad urgente.

Hay, además, otro dato especialmente grave a ser contemplado: la dimensión, absolutamente inesperada, del sentimiento “anti-PT” en especial y anti-izquierda en general, que resultó en algo que hace una semana sonaría a puro delirio, la explosión de la ultraderecha. El minúsculo partido de Bolsonaro, por ejemplo, que contaba con un único y solitario diputado federal, eligió 50, transformándose en la segunda mayor bancada en la Cámara, superada solamente por los 56 del PT de Haddad.  

Quedó muy claro que para la casi mitad del electorado el fantasma del autoritarismo exacerbado de Bolsonaro no asusta. Que su defensa de la dictadura, de la tortura y de la pena de muerte, bien como sus ataques radicales de racismo, machismo y misoginia, tampoco son preocupantes. La ausencia de cualquier política social en su programa de gobierno y la irracional defensa de un neoliberalismo fundamentalista (y por eso inviable) en la economía, con la propuesta de “privatizarlo todo”, parecen situarse a distancia astronómica de las preocupaciones de esa parte del electorado.

Frente a esa abrumadora inclinación a un candidato ultraderechista, que superó todas las previsiones, el PT y la centroizquierda brasileña tratan de trazar una estrategia eficaz. La propaganda política en radio y televisión, que comienza el viernes 12 –cuando faltarán 16 días para la vuelta final– mostró, en la primera etapa, ser insuficiente para frenar la explosión de los seguidores del ultraderechista en las redes sociales. 

Pese a eso, los seguidores de Haddad y sus probables aliados cuentan con que ahora, sin lograr huir de los diez minutos diarios en propaganda transmitida por televisión, Bolsonaro perderá espacio. Basta con que abra la boca y dispare sus habituales absurdos para que parte de los que votaran en él se asusten y cambien de idea.

Se trata, en realidad, de una expresión de deseo más que una posibilidad concreta. Pero, una vez más, vale la vieja frase: algo es algo.