Elisa Carrió no está consiguiendo lo que busca (más poder en el Estado) pero esmerila con ganas a Mauricio Macri. En buena medida lo hace porque la escudería del Presidente le contesta lo que quiere. O mejor dicho, le contesta sin salirse de los carriles que ella transita: los de un presunto corruptómetro del que sería propietaria absoluta. Como un metrobús de la pureza.

El último capítulo tiene como centro al ministro de Justicia Germán Garavano, autor del razonamiento según el que es malo para la democracia argentina tener ex presidentes presos. Presidentes y presidentas. Garavano explicó la semana pasada, textualmente, que “nunca es bueno que se pida la detención o se detenga preventivamente a un ex presidente”. Sin nombrar a Cristina Fernández de Kirchner agregó que la situación de un ex presidente no ofrece “elementos para pensar que pueda fugarse o entorpecer la causa”. Añadió el ministro que en general “hay un uso errático y excesivo de la prisión preventiva”, que “nunca es una buena herramienta”.

Como se sabe, Carrió pidió el juicio político contra Garavano. El ministro quizás haya sido el emergente que expresó en el Gobierno la molestia por una situación que afectaba al kirchnerismo, puede afectar ahora también a empresarios amigos de Macri y sin duda afecta las reglas del debido proceso y las garantías individuales aseguradas por la Constitución. El revoleo de preventivas generó un cuadro de zozobra que empezó a preocupar al oficialismo porque, como era previsible, cuando los engendros cobran dinámica propia no hay fuerza que pueda detenerlos. Los mil días de condena de facto y encarcelamiento contra Milagro Sala perjudicaron a la dirigente de la Tupac, nublaron títulos internacionales ganados por la democracia argentina y ahora podrían descargarse también sobre los amigos del poder. 

Al revés de Garavano, Carrió no puso en duda la doctrina macrista de preventiva para todos y todas. Incluso Nicolás Massot, el presidente del bloque oficialista en la Cámara de Diputados, se preguntó en público si no hizo mal en votar el desafuero de su colega Julio de Vido.

La preventiva acabo siendo como el gatillo: fácil. Y, como el gatillo fácil, suele convertirse en un problema para las elites cuando pone al desnudo que, si el capricho pasa a ser la norma de la Justicia, nadie puede soñar con una vida sin sobresaltos. 

Naturalmente no se trata en este caso de impunidad versus justicia. La cuestión es el uso de los mecanismos judiciales como parte de la maquinaria para destruir al adversario. 

“Voy a amigarme al Presidente cuando me lo saque a Garavano”, fue la frase de Carrió, que luego buscó disfrazar de broma. La palabra “me” no suena muy institucional que digamos. Pero así están las cosas en Sudamérica. Si no, hagan click en https://bit.ly/2EgN4mN y miren la publicidad de Jair Bolsonaro, el paracaidista que lanzó su campaña para la segunda vuelta del 28 al grito rapeado de “el mito llegó”. 

Por eso suenan desvaídas las respuestas del ministro de Educación Alejandro Finocchiaro y de la ministra de Salud y Desarrollo Social Carolina Stanley. “Desde el minuto uno Macri ha luchado contra la impunidad y la corrupción”, dijo Finocchiaro. “Macri es el principal motor de la lucha contra la corrupción y la persona que más ha hecho por la transparencia en nuestro país”, dijo Stanley. Finocchiaro y Stanley se movieron dentro del metrobús de Carrió. Estar a la defensiva y no salirse de la agenda del otro, en política, siempre es un problemita.

El intríngulis de Macri es que todas las encuestas en poder del Gobierno, según pudo saber PáginaI12, muestran que el desempleo y la inflación preocupan a la mayoría de los argentinos mucho más que la corrupción. Pero a la vez Macri está obligado a hablar de la corrupción (ajena) porque el único capital propio en crecimiento del que dispone es la recesión. 

Aunque una oposición desunida ayude a disimularlo, Cambiemos está en problemas. Esto abarca a una Elisa Carrió apurada por mejorar su situación interna aprovechando la caída de Macri en las encuestas.

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