La piedra angular de su universo literario es Edimburgo. Irvine Welsh regresa a Escocia en Un polvo en condiciones (Anagrama), protagonizada por un viejo conocido: Juice Terry Lawson –presente en Cola y Porno–, un taxista adicto al sexo, actor porno amateur, un dealer de poca monta y padre desastroso con varios hijos desperdigados en el camino. El “ex chico” malo de las letras británicas vuelve al Filba Internacional –estuvo por primera vez hace dos años, en 2016– y se presentará hoy a las 18.30 en el auditorio del Malba (Figueroa Alcorta 3415). El autor de Trainspotting –que cumplió 60 años– ambientó su última novela durante la amenaza de un huracán que parece que no va dejar títere con cabeza y que le permite exacerbar la necesidad de emociones intensas. “Escocia está acostumbrada a los vientos fuertes porque es como un gran túnel atravesado por el Mar del Norte. Lo que sucedió no fue un huracán en sí; pero lo gracioso fue que todos los informativos hablaban como si fuera el fin del mundo y la mayoría de la gente aprovechaba para quedarse en los bares, cagarse de risa y tomar muchísimo alcohol. Yo vivo en Miami, donde cuando se anuncia un huracán la gente entra en pánico. Pero en Escocia nada que ver; fue un viento fuerte, sin ninguna importancia”, cuenta Welsh en la entrevista con PáginaI12.

–En uno de los capítulos de la novela, Lawson va a una reunión de adictos al sexo. Y se produce un diálogo muy desopilante con uno de los asistentes: “Cuando dices sobrio, ¿quieres decir que llevas ocho años sin echar un polvo?”… ¿Es una ironía hacia los grupos que tratan de recuperar adictos, más allá de la adicción que sea?

–Sí, lo es. No soy muy fan de ese tipo de centros de rehabilitación porque están basados en un proceso que cuenta con pasos a seguir para ir superando la adicción y me parece que la verdadera rehabilitación siempre tiene que salir de cada uno. Yo viví la experiencia de la recuperación del consumo de heroína y en el centro de rehabilitación donde estaba los otros adictos no querían dejar la heroína. Querían desintoxicarse para volver a empezar foja cero a consumir. Ahí me di cuenta de que ese no era un lugar para mí. Estos centros de rehabilitación ponen en movimiento una cuestión de psicodrama, de acompañamiento, de psicoterapia, que tiene que ver más con armar una suerte de carpeta de cómo es uno, con información sobre la personalidad de uno, pero que no aporta nada; es necesario que uno esté anclado en la realidad y sé de cuenta de lo que está sucediendo.

–En sus novelas suelen aparecer con recurrencia el padre que abandona a la familia y personas que  sufren abusos sexuales en la infancia. ¿Por qué le interesan estos temas?

–El abandono y el abuso son dos experiencias muy desgarradoras que acompañan a una persona a lo largo de su vida. Cuando consumía heroína, descubrí que dejar la droga era mucho más difícil para personas que habían sufrido abusos. Yo no había vivido la experiencia de estos daños en mi infancia y para mí fue relativamente fácil recuperarme de la adicción a la heroína, aunque fue una experiencia horrible. Yo pude llegar al momento de preguntarme: “¿Qué   estoy haciendo? Tengo que salir de este infierno”… Pero para las personas que han sufrido abandono o abusos, el consumo de heroína les permitía enmascarar el dolor. Para ellos era mucho más difícil dejar la droga porque había una dependencia psicológica, algo que a mí no me afectaba porque yo consumía heroína más que nada para salir con mis amigos, poder hacerme el pelotudo y decir: “Mirá todas la drogas que puedo consumir”. En cambio las personas que habían sufrido abusos y abandonos tenían dolores físicos por los golpes, dolores en distintas partes el cuerpo; y la heroína es un analgésico muy bueno. Entonces el consumo de heroína era para evitar ese dolor y les producía una sensación de bienestar. Uno no puede juzgar a las personas por cómo viven sus circunstancias personales. Yo estaba superando el problema de la heroína y veía que los otros no podían y me enojaba en ellos: ¿por qué no la pueden dejar?

–Otra situación muy cómica se produce con Jonty, cuando va a la iglesia porque le gusta la idea de “confesar sus pecados” y el sacerdote se enoja, lo echa y le plantea que no puede elegir cualquier artículo de fe que le interesa, que “la iglesia no es un supermercado”. ¿Es una crítica hacia la Iglesia Católica?

–Es una crítica contra todas las iglesias. Me parece ridículo que una persona con un problema de pareja o un problema sexual vaya a  consultar a alguien que es célibe. Las iglesias protestantes no son iglesias como tales porque en el Reino Unido se usan para los casamientos y los funerales. En Irlanda se está secularizando bastante la sociedad y esto hace que las iglesias católicas se parezcan más a las protestantes y que no haya una presencia constante de la iglesia en la vida civil. Como institución, la iglesia se ha transformado en algo más social, un lugar de encuentro. Nadie cree ya en esas pavadas religiosas, aunque a veces puede pasar que alguno haga de cuenta que sí cree.

–Aunque no sea una cuestión central, en “Un polvo en condiciones” aparece cierta alusión hacia la independencia de Escocia. ¿Qué importancia tiene un escenario independentista para usted?

–Lo más importante no es la independencia de Escocia, sino la necesidad de desintegrar el Reino Unido y los estados que están basados en el derecho de las élites y no en el derecho de los ciudadanos. Estamos viviendo en una era post capitalista en la que la división del trabajo tal como la habíamos conocido ya no existe más; entonces estas instituciones y conceptos como el imperialismo, el elitismo, el patriarcado, no pueden continuar porque exigen muchísimo dinero; con lo cual tenemos que alejarnos de estos sin sentidos y abrazar los derechos de los ciudadanos para poder sobrevivir. Abrazar el derecho de los ciudadanos implica un cambio democrático. El estado-nación, el Reino Unido, Estados Unidos o España, ¿cuál es el sentido de que sigan existiendo como países? Ya no tiene sentido porque están para que la gente sea infeliz y para que las élites sigan perpetuándose en el poder. Todos estos países deberían desintegrarse para generar unidades gubernamentales que sean más perceptivas hacia los ciudadanos. 

–En sus novelas suelen aparecer personajes con mucha conciencia y pertenencia de clase. ¿Por qué le interesa trabajar con la clase social?

–El sistema británico es un sistema de clases y así hemos crecido. Si nacés dentro de la clase trabajadora, todo el tiempo te están haciendo consciente de tu pertenencia de clase. Pero al mismo tiempo, hay otro discurso que dice que la clase no es importante. A pesar de ese contra discurso, la lección que te la vida es justamente la inversa.

–¿Cuál es el propósito de ese discurso que niega la existencia de clases? ¿Violar derechos de los ciudadanos?

–Sí, el sistema elitista tiene que perpetuarse y autojustificarse. En el caso de (Brett) Kavanaugh, elegido por Donald Trump para integrar la Corte Suprema, la ultraderecha justificó los delitos de violación, de los que fue acusado, por una cuestión de la masculinidad. Esto va de la mano con la justificación que ha existido respecto a muchas instituciones muy nocivas, como la esclavitud, basada en la justificación de que los negros eran inferiores; el machismo, basado en la justificación de inferioridad de las mujeres. Lo mismo pasa con el tema de la diferencia de clases; es algo que esgrimen las élites para permanecer en el poder. Pero la otra cara de la moneda es la negación de todo esto. La tecnología actual no justifica la perpetuación de algunas instituciones como el patriarcado.

–Hay un personaje de “Un polvo en condiciones”, Ronald Checker, un promotor inmobiliario estadounidense, que remite a Trump. La novela la publicó en inglés en 2015, cuando todavía era difícil imaginar que llegaría a ser presidente, ¿no?

–Me acuerdo de una frase de Bertrand Russell: “El problema con el mundo es que los inteligentes viven llenos de dudas y los idiotas viven llenos de certezas”. Vivimos momentos de cambios muy profundos y por eso las sociedades tienen la tendencia a gravitar hacia los idiotas. Se está generando un nuevo credo político que es el credo del idiotismo; cada país busca al idiota más grande que puede encontrar, lo vota en las elecciones, para después seguir odiándolo, pero también para continuar votándolo. Esto ocurre porque estamos en una época en la que se han perdido muchos sentidos y estos idiotas proponen dar vuelta el reloj, volver hacia atrás, para sentirse más seguros intelectualmente como antídoto a la amenaza existencial que estamos viviendo.

–¿Por qué los idiotas que ganan las elecciones suelen ser de derecha?

–La derecha trabaja con el instinto básico más que con la racionalidad. La derecha es proclive al idiotismo. Como las cosas están andando sistemáticamente mal por el caos financiero, el cambio climático, las poblaciones a nivel demográfico que se están saliendo de control y hay una crisis de la economía basada en los salarios, la tendencia de las sociedades es buscar a alguien a quién poder echarle la culpa. Y se tiende a castigar hacia abajo, a la gente con menos poder; es más fácil dividir que ser tribal. Tendríamos que poder pasar a la siguiente etapa, pero la derecha opera mucho con los miedos. Quizá la gente vota al idiota más grande que puede encontrar para que arruine las cosas lo más rápido posible y de esa manera poder saltar a la siguiente etapa. Estos idiotas están operando como agentes de cambio desde un lugar muy perverso y peligroso.