Como un gabinete de curiosidades del siglo XXI, donde se puede encontrar las obras más extrañas de escritores y artistas, un festival de literatura como el Filba Internacional no inventa nada nuevo, sino que propone, a la manera de una lista o inventario, aprehender algunas orientaciones sobre la creación y la escritura, en un mundo un tanto caótico y desmesurado. Pero también revela una especie de orden o recorte, arbitrario y azaroso, del estado de la literatura y la cultura. De lo que está circulando, de lo que se lee o leerá. Lo primero que dijo el escritor José María Brindisi, coordinador de “La rebelión de las listas”, un intercambio descontracturado entre Rodrigo Fresán, Valérie Mréjen y Horacio Castellanos Moya en la Biblioteca del Malba, es que hay una suerte de lugar común que comparten muchos lectores: “cuando un escritor es interesante, leería hasta la lista de supermercado; es tan interesante que hasta podemos leer cualquier porquería”. Fresán empezó recordando una lista memorable: la lista de excusas que ponían los trabajadores de la construcción de las pirámides egipcias. “La lista es genial; dice que bebió mucho la noche anterior, que le dolía un ojo, que se despertó tarde… Si se le quita el contexto de las pirámides, podría ser ahora. No ha cambiado nada en la historia de la humanidad”, subrayó el autor de La parte inventada.

   Las listas –se sabe– pueden no tener fin. “Rick Moody utiliza la lista como argucia a la hora de contar: la idea de la enumeración como recurso, la lista como la letanía, algo que se convierte como una especie de recitado; no tanto la lista como cosas por hacer o no, sino cómo observar determinado objeto o un paisaje”, ejemplificó Fresán, que compartió una de sus listas, libros que más veces ha leído o releído, completos o en parte, entre los que se destacan Los infinitos, de John Banville; Música para camaleones, de Truman Capote; La invención de Morel, de Adolfo Bioy Casares; Cumbres borrascosas, de Emily Brontë; novelas, cuentos y diarios de John Cheever; El gran Gatsby, de Francis Scott Fitzgerald; El mundo según Garp, de John Irving; Hijo de Jesús, de Denis Johnson y Moby Dick, de Herman Melville, entre otros. “Yo nunca había pensado en las listas –reconoció Castellanos Moya–. Las listas son en la vida cotidiana, qué tengo que comprar y hacer; no tengo conciencia de usarlas como recurso literario. Pero El asco es una lista de las cosas que no me gustan de El Salvador. Mi relación con las listas no es una reflexión permanente”. Mréjen mencionó a una autora que le gusta mucho, la japonesa Sei Shônagon, del siglo X, que escribió El libro de la almohada. “En este libro lo que hace es construir una clasificación de las cosas que le hacen latir el corazón, las cosas que la llenan de miedo, las cosas del pasado; es como un inventario poético”, afirmó la autora de Selva Negra, quien también leyó una lista, en su caso de cosas imposibles que no puede dejar de hacer, como “no cerrar los ojos ante las escenas violentas de las películas”, “ver las primeras imágenes de Un perro andaluz”, “no escuchar las conversaciones de las mesas vecinas”, “no mirar los correos electrónicos al levantarse” y “separarme de ropa, que ya no uso pero que está cargada de recuerdos”. 

   “¿Cómo reaccionan ante las listas de los otros?”, preguntó Brindisi. “Las veo como un favor, no entro en conflicto con la lista de los otros –respondió Fresán–. No discuto con ellas, pero también me sirven para congraciarme conmigo. Detrás de todo libro hay una lista fantasmagórica; uno hace una lista de todo lo que quiere que suceda en el libro. Las listas que se escriben a mano son más sinceras que las se escribe por ordenador o teléfono móvil. Las listas de artefactos electrónicas tienen el destino de ser olvidadas”. Castellanos Moya aseguró que tiene una relación más compleja con el “arte” de la enumeración. “Yo tengo rebelión ante las listas. Cuando leo listas que jerarquizan, siento sospecha hacia las jerarquizaciones. La lista de jerarquías implica una lógica de qué leer; ese tipo de listas las leo con un poco de suspicacia porque no todos coincidimos por qué un libro es más importante que otro”. Mréjen comentó que ella empezó su trabajo con listas de nombres que presentó como un collage, con los apellidos de distintas personas que encontró en la guía telefónica, y recordó una anécdota. El director Jean Renoir dirigió a una actriz a quien le pidió que dijera un texto del film “como si estuviese leyendo una guía telefónica”.

   Castellanos Moya enumeró algunos de los libros que más ha releído, como La educación sentimental de Flaubert y las tragedias de Sófocles. “No soy muy relector de novelas porque cuando son contemporáneas me frustra que no pasen la prueba del tiempo; hay libros que se me han caído de las manos en la segunda lectura y que antes admiraba”, dijo el autor de Tirana memoria. En el caso de Mréjen admitió que relee mucho los libros de Perec, de Marguerite Duras y En busca del tiempo perdido, de Marcel Proust. “No releo tanto, sino un fragmento, algunas líneas. Además, hay tantos libros no leídos, tantos para leer, que no sé bien qué contestar”. Entonces se produjo el paso hacia la desacralización cuando el escritor salvadoreño precisó un puñado de libros que no ha releído o terminado. “En la segunda lectura de Rayuela me quedé patinando. Nunca terminé el Ulises, ni En busca del tiempo perdido ni la trilogía El hombre sin atributos de (Robert) Musil; sé que son libros importantísimos, pero entro y reboto”. En este rubro Fresán desplegó su listado: Las aventuras de Augie March, de Saul Bellow; El Maestro y Margarita, de Mikhail Bulgakov; Papeles póstumos del Club Pickwick, de Charles Dickens y Ada, o el ardor, de Vladimir Nabokov, entre otros. Mréjen, con una delicada ironía, aclaró que sería interesante hacer una lista de las personas que leyeron el tomo dos de El hombre sin atributos. Ella cree que serían muy pocos los que estarían en ese listado. “Son muchos los libros que no terminé de leer. Al principio sentía culpa por no terminarlos –confesó la escritora francesa–. Pero con el tiempo la relación con el libro va cambiando y el libro nos dice que no es el momento; hay que dejarlo y esperar que nos diga: este es el momento, ahora podés leerme”.

   Fresán se explayó sobre algo que no puede dejar de hacer. “Me gustaría tener un botón que al presionarlo me permita dejar de ser escritor: dos meses de no pensar como escritor, de no ver la vida como un escritor y poder ser alguien que no le gusta escribir o leer. En una entrevista reciente a Ringo Starr, el periodista le pregunta cómo es ser un Beatle. Y él responde: ‘¿cómo es no ser un Beatle?’ Desde que tengo memoria que quise ser escritor; hay un gran privilegio en poder ejercer mi vocación original y más infantil, pero a veces digo: cómo me gustaría no ser escritor por quince días”.