Sonrió mirando a través del vidrio del vaso de vino. Y la vio ir y venir entre los platos y cubiertos de la cena. Tenía puesto un vestido liviano, de colores fuertes como ella. “Fuerte de caderas…”, recordó que decía una canción de la época de sus viejos. Volvió a sonreír porque se imaginó casi todo lo que venía. Pero no todo. Ella se acomodó el pelo que le molestaba para seguir lavando, sin decir palabra, levantando las manos y arreglándose el cabello en un rodete desmarañado y maravilloso, el silencio era agradable y presagiador.

Como si fuese el mejor director técnico del planeta eligió con cuidado la jugada, paladeando cada palabra que iba a decir. Y comenzó con la formación de Huracán del 73: Roganti, Chabay, Buglione, Basile, Carrascosa, Brindisi, Russo, Babington, Larrosa, Houseman y Avallay. Ella se quedó quieta instantáneamente, congelada. El, sin moverse ni un milímetro, vio como estiraba en un solo movimiento su espalda de gata, y todavía no escuchó ningún sonido.

Arrancó con Racing del 66: Cejas, Basile, Perfumo, Martín, Chabay, Rulli, Cardozo, Maschio, Cárdenas, Rodríguez y Raffo. Entonces la vio darse vuelta y mirarlo, mirarlo seriamente y tuvo la extraña sensación de ser el poseedor de un tigre, o una pantera, o cualquier felino de porte, a punto de saltar y sin embargo tomándose su tiempo, porque tiene claro quién domina ampliamente el campo de juego. Fascinado la miró mientras comenzaba a desabrocharse el vestido, abotonado por delante, con una letanía el Estudiantes del 68: Poletti, Malbernat, Aguirre Suárez, Madero y Medina, Bilardo, Pachamé, Togneri, Ribaudo, Conigliaro y Verón. Con cada jugador la mano de ella se movía morosa y segura.

Era un dulcísimo sufrimiento contemplarla, y la erección era firme como lo eran todavía sus tetas bajo el vestido, lo abrió dejándole ver su cuerpo, su piel, el tragó saliva sentado como una estatua, ya sin el vaso de vino. Tratando de pensar qué equipo iba a continuar diciéndole, tratando de pensar de cualquier modo, mientras ella se acariciaba el contorno de los pechos.

Entonces hizo un movimiento inesperado, caminó hacia el baño, entró y se paró frente al espejo con el vestido abierto, su corpiño y bombacha eran negros. El, que la había seguido como un perro, se dio cuenta de que nunca se los había visto puestos. Se paró detrás de ella sin tocarla, solo oliéndola. Ella tomó una toalla, la mojó y empezó a moverla despacio sobre su cuello, mientras lo miraba por el espejo. No pudo más y la agarró de las caderas como si fuera lo único que quedara de un naufragio. Ninguno de los dos escuchaba los ruidos de la calle, solo se miraban reflejados el uno tras la otra. Pronunció en voz muy grave y muy baja el Boca del 76 mientras se acercaba a su cuello para mordelo, como sabía que la volvía loca, y la escuchó gemir bajito. La técnica se repetía, cada jugador era un mordisco o un beso: Gatti, Pernía, Sá, Mouzo, Tarantini, Suñé, Benítez, Ribolzi, Felman, Mastrángelo y Pavón.

Ella lo agarró de las caderas, y lo apretó contra su culo vasto. Cuando lo sintió apoyado, duro como una piedra, su suspiro se hizo enorme y dejó escapar el aire como si no le quedara nada adentro. La fue recorriendo, separándose y juntándose a ese cuerpo que empezaba a transpirar y despedía el olor a hembra que lo enloquecía. Hundió su nariz en su espalda para olisquearla aún más y dijo: Barisio, Gómez, Cúper, Rocchia, Garré, Arregui, Saccardi, Giménez, Márcico, Juárez y Cañete. Y el Ferro del ‘82 pareció explotar dentro del baño, evaporarse entre los gemidos de ella.

La dio vuelta violentamente y la besó en la boca, sorbiéndose sus labios, chupándole la lengua, se entregó a su boca y ella lo peleó, le presentó batalla con su lengua inflamada en la que todavía se podía recordar el sabor del tinto de la sobremesa. Se comieron a golpes de bocas y sus dientes chocaron con furia y algo de dolor.

Y San Lorenzo del 64, los carasucias irrumpieron, salieron de sus labios mientras la besaba y la apretaba como si le faltara experiencia, manoseándola y oyéndola reírse loca de placer, y escuchar Irusta, Gramari, Albretch, Páez, Telch, Magliolo, Doval, Rendo, Areán, Veira y Casa.

Los breteles habían caído y él recuperando la cordura desabrochó el corpiño y sus tetas le pesaron en las manos, gentiles. Se sintió un chico perdido entre esos pechos, y los disfrutó de todas las maneras que se le ocurrieron, mientras su mano se perdía entre las piernas de la mujer. Entonces ella le levantó la cabeza, lo miró y le ordenó: “Vení”.

Caminaron hacia el dormitorio y ella se sentó en la cama. Pero la tiró hacia atrás y fue llevándola hacia la cabecera. Se desnudó a los manotazos y se puso de costado a su lado, la miró a los ojos sabiendo lo que quería.

Tocó con un solo dedo el elástico de la bombacha y lo levantó como si fuera un gesto nuevo. Vio bajo la tela oscura su vello y lo excitó todavía más, ella lo agarró de la cabeza, tirándole del pelo y le dio un beso que lo dejó con la respiración agitada. Le fue sacando la bombacha mientras ella la empujaba con los pies…

Lo atajó de nuevo en su boca, haciendo un gran esfuerzo postergando el momento, lo besó pasando su lengua lentamente por la comisura de sus labios, apretando entre sus dientes pequeños su boca, mordiéndolo dulcemente. El perdió la poca cordura que le quedaba y bajó por el cuerpo de ella, lamiendo sus pezones, su panza, sorbiéndose sus caderas y sus muslos con deleite.

Y abajo donde empieza la maravilla decididamente la tocó, la besó y la chupó, empalagándose de su dulzor, ella abrió, cerró las piernas, inquieta y bajo la boca de él ya completamente loca nuevamente se abrió y se ofreció completa. Levantó la cabeza para mirarla gozar y le dijo en un susurro “¡Ahora te toca a vos!”. Entonces la letanía pasó a ser de ella y comenzó a pronunciar nombres encadenadamente, uno a uno. Dijo sin titubeos el equipo de sus sueños, los once mejores hombres en el puesto perfecto, según ella lo entendía.

Sus gemidos eran cada vez más roncos y empezó a murmurar: Carrizo, Perfumo, Passarella. Tomó aire, lo sintió allí abajo metido en ella, y siguió: Tarantini, Marzolini. Pegó un grito ante la invasión de la lengua de él y haciendo un esfuerzo siguió: Redondo, Brindisi, Houseman, Maradona, Messi y Kempes. Entonces el placer de lo que sentía, asociado a lo que estaba imaginando la llevaron a acabar en un grito gutural y profundo que lo volvió completamente loco.

La acarició mirando sus ojos brillantes y enloquecidos y se acunó en sus tetas. Las sintió duras y le pareció que eran unas tetas de bienvenida, las de siempre y nuevas a la vez, ella lo dio vuelta y lo puso contra el colchón, se sentó en su abdomen y fue corriéndose hacia atrás, le pidió con voz de gata: “¡Cogeme!”. Y él cumplió con lo que le pedía, la sostuvo de las caderas y se fundió a su cuerpo con toda el alma, en un movimiento de vaivén sostenido y sincronizado que parecía un baile primitivo y lo era.

Mientras se afanaba en complacerla le recitaba el River de la Máquina: Soriano, Vagui, Yácono, Rodolfi, Ramos, Ferreira, Muñoz, Moreno, Pedernera, Labruna y Loustau. La excitación de ella creció todavía más y llegó lo que él estaba esperando. En un murmullo entre suplicante e imperativo le dijo: “Ahora, decímelo una vez más”.

El la movió de lugar, se puso sobre ella y levantó en alto sus piernas como si fueran un arco invertido, y comenzó a bombear y a recordar el relato de Víctor Hugo: “¡La va a tocar para Diego, ahí la tiene Maradona, lo marcan dos, pisa la pelota Maradona, arranca por la derecha el genio del fútbol mundial, y deja el tercero y va a tocar para Burruchaga. Siempre Maradona. ¡Genio! ¡Genio! ta-ta-ta-ta-ta-ta-ta y ¡Goooool!...¡Gooool! ¡Argentina 2- Inglaterra 0!”.

Y en el brutal y maravilloso placer más perfecto fueron uno solo, la misma pasión, la misma fuerza, la misma entrega, el mismo desahogo, el amor, el fútbol.