La pieza se llama “Piensa Angela Loij mirando un elefante” y, más allá de lo llamativo –a priori bizarro– del nombre, suena una hermosura. Una música que, además de sublimar en arte a la última mujer selknam, es de esas que pegan directo en los rincones recónditos del alma. Le sigue “Somo’ lo héroe del sótano”, y la sensación se repite. Es más folklórica que “clásica” (no académica) pero igual de conmovedora. La siguiente (“Cachua triunfal”) mixtura ambas tradiciones, pero las orienta hacia el norte de la patria. Y así, entre tales franjas, transcurre la obra. El disco que La Lija acaba de publicar bajo el nombre de Río Largo, bajo el imperativo estético de valses, zambas, huaynos, joropos, ritmos latinoamericanos y –algo– de cultura rock, en el sentido que la entiende el Indio Solari. “Que haya piedad de nuestra pretensiones”, suplica Tomás Bradley, poeta y cantor de la compañía musical, en un arrojo de humildad innecesario. No hace falta.

Bradley cuenta pormenores de la big band: “Como compañía tenemos apenas unos pocos puntos cardinales que marcan nuestra obra. Referido a lo musical, una de ellas es la decisión de instrumentación orgánica. No por vocación vintage, sino para estar seguros de que la potencia que podamos lograr no precise de otro apoyo que el de la materia prima (el instrumento) y la tripa que se ponga detrás”, define el hombre, ahora sí en vereda con la fuente de la magia. “Por otro lado, está la devoción por la melodía en el más clásico sentido de la palabra. Porque la melodía es ‘relato’, es ‘sentido’, es ‘ir hacia’ y es tensión, contraste y posibilidad de tragedia. A esto lo compensamos con el gusto al arreglo que no la moleste. La vocación melódica hace que demos un gran lugar a músicas que en un primer momento no se relacionaría con la música popular latinoamericana, como ser la celta”, transcurre Bradley, subido a un tren infinito de palabras.

En lo histórico-formal, La Lija es una la liga de artistas que no solo se expresa en el campo musical, sino también en el teatral y el literario. Una tríada que desemboca en un claro y permanente interés por lo latinoamericano. Refuerza el cantor. “Nuestro latinoamericanismo pasa por la búsqueda de aquello que está detrás de lo americano, y que no expresa la mera rítmica, lenguaje, uso de instrumentos, o folclore particular. Apostamos a su existencia y si se crea entonces el sujeto americano será un hecho real. Lo buscamos por detrás de los elementos accidentales, apostando a que hay un alma profunda de él, o a que se puede crear una que contenga todo. La buscamos por su multiplicidad”. Así lo denota Río Largo, sucesor del disco debut (Saludá primero, dispará después), que no agota su producción a la fecha, porque la compañía también escribió e interpretó tres obras de teatro (No pasarán! –elegía de la República–; Alas para una mula y Fuga sobre un trozo de tela). También participó como banda sonora de la película Moacir, de Tomás Lipgot, y “le hizo la segunda” al Cuarteto Cedrón para reponer la legendaria cantata Del gallo cantor, escrita por Juan Gelman y el Tata Cedrón, tras los fusilamientos de Trelew.

“Hacemos un esfuerzo no tanto por generar un estilo sino una poética general que no se agote en nosotros, sino que pueda contener a otros hacedores. Como buscando hallar las reglas para una práctica en la que muchos puedan confluir desde sus estilos”, explica Bradley, tirando una clave que se abre a la interacción con otros artistas. Que podría caberle a Cedrón, tanto como a cualquiera que entienda tales aristas. U otras, como los cambios abruptos de ritmo dentro de una misma canción –algo que abrevan del rock de los setenta– y un gusto por forzar los límites de los ritmos tradicionales. “La devoción por esas formas como si fueran cosas fijas es como pensar que el árbol es y será siempre el árbol cuando le pega cierto viento”, metaforiza el músico. “Los elementos externos de la música popular son sólo expresión de un lugar y una época, y la tendencia arqueologizante que tanto académicos como folcloristas buscan imponerle para fijarlo no hacen sino entorpecer su ser, que debe ser dinámico para que no se muera. Es negar lo sabido, que la zamba antes de ser zamba quizás fue zamacueca y así.”

Y así también transcurren las ondulantes aguas sonoras de Río Largo. Dieciseis piezas (“Barquito boliviano”, es otra a destacar mucho) que conjugan pareceres de doce músicos, y sonidos de unos veinte instrumentos, en la búsqueda de una canción latinoamericana dinámica, que ellos denominan Nueva Música Popular. Y que prefieren concebir como síntesis y no como fusión. “Si bien la palabra fusión es sinónimo de síntesis, y en ese sentido se la suele usar, en música esta palabra suele acompañar experimentos que no concilian los elementos que pretenden fusionar, sino que meramente los yuxtaponen o superponen. Para diferenciarnos de ese proceder decimos síntesis, porque pretendemos eliminar las tensiones entre los elementos y hacer que sean uno de allí en más”, se planta Bradley, y de paso explica el porqué de la longitud a veces extrema de lo títulos. “Es que una canción contiene muchas cosas, y nosotros creemos, con barroca convicción, que no hay espacio menor. Contrario a la idea de balance o sobriedad, nos damos más a la sobreabundancia, a simular un pequeño infinito o una gran profundidad. Por lo general, mandamos al título de la canción todo aquello que no encontramos modo de decir dentro de ella, pero que consideramos importante y que la amplía sin destruirle el misterio”, prosigue el músico que, otra data no menor, siempre habla en plural.

–¿Podría extenderse en las diferencias que ustedes ven entre fusión y síntesis en la música?

–En una fusión, según el uso que se le da en música, ningún elemento pierde ninguna característica, va solamente sumado a otro. Nosotros queremos colaborar generando una obra dentro de la cual esté todo, y no hacer un desfile que dé cuenta de lo plural. Que dentro del continente hay mucho y variado ya se sabe, no hace falta hacer fusión para que se lo advierta. En cambio, el único modo que hay de hacerlo una sola alma, por múltiple y compleja que esta sea, es la de sintetizarla. O sea, generar el balance de todos los elementos entre sí para que pierdan su anterior condición, y enfrentarla, en todo caso, a las tensiones de siempre: el amor, la muerte, la tierra.  

–Sobre qué ejes estéticos y conceptuales gira, entonces, Río Largo, disco que llamó tanto la atención al Tata Cedrón, que aceptó hacer dos largos ciclos con ustedes.

–Río Largo es, en primer lugar, un intentar sentar como base para nuestra obra, de modo conceptual, la idea de indagar nuestro lugar en la historia, que es un momento parecido a un epílogo y al mismo tiempo el de un inicio. A la noción del mar como final le agregamos lo que también se sabe de él, esto es, que es cantera de otros ríos, de otros sentidos. Y de que si bien no hay vuelta atrás, tampoco hay ningún final real. Que siempre hay un sentido posible. Esto aparece todo mencionado en el poema que da inicio al disco, donde se discute esa noción de que pudiera haberse llegado a un lugar, las orillas del mar, para nada. Y luego se sienta la idea de que estamos ligados en una larga cadena a través de la historia y que hay un relato profundo que se expresa a su modo en cada lugar y época. Pero que lo importante es que lo haya, sino no sabremos morir ni vivir.

–“De aquí no voy a ningún lugar que no sea la canción alta. Alta en la vida y en la muerte alta.”

–“Otros ríos nos aguardan. No termina. Nunca termina. Silencio: un murmullo atraviesa el ecuador de nuestra eternidad”…  sí, las canciones están ordenadas como un simbólico discurrir por este río hasta el mar, con referencias continuas a esta idea del nacer y del morir, a hechos y cosas de la historia que están presentes en todo tiempo y las cosas generales de la existencia. Desde el momento en que La Lija pasó de ser un grupo de teatro y música e intérprete de repertorios ajenos, a componer su propio repertorio tuvo, en un primer momento, de un modo inconsciente, un pensamiento y noción sobre el valor de su generación. Hoy podemos decir que somos sujetos de algunas ideas fundamentales para nosotros. Una de ellas es que es tan cierto que en un momento dado “La historia se acabó” como también que en realidad nada termina, y que no hay retorno ni término. Porque fuimos, y en un punto seguimos siendo, un continente hegemonizado por ideologías que no nos son propias. Nosotros también supimos creer junto a nuestros dueños que la historia, igual que un río, iba necesariamente hacia un lugar determinado, hacia el final de las contradicciones, hacia una redención de sí.

–¿Manejan otro eje que se adentre en las profundidades del río, más que en su longitud?

–Bueno, sí, todo el disco tiene a lo largo de sus canciones, en su arte de tapa e interno y en su composición musical y lírica y en el orden de las canciones una intención muy clara que es la de, de un modo legítimo y desde un lugar concreto (América), poder interpelar todos los imaginarios y tradiciones que pueda decirse que han hecho al alma americana. Como un querer dar cuenta de todo el barro que ese largo río arrastra. Esta potencia latente la hemos ganado como americanos a fuerza de dolor y, si bien genera hacia su seno contradicciones gigantescas, esquizofrenias, dificultades para determinarse, confiamos en la posibilidad.

–¿Cuál, específicamente?

–La de un relato simbólico que sirva de apoyo a la realidad social y política de este continente. La práctica artística es, en cierto grado, hacedora del mundo, y si es buena lleva en sí los valores del mundo que quiere crear.