¿Cómo lo conociste a Pier Paolo Pasolini?

—Me lo presentó Enzo Ocone, por aquel entonces director de montaje de Alfredo Bini, el productor de la película. El encuentro tuvo lugar en la RCA, a finales de 1965, cuando me llamaron para Pajaritos y pajarracos, con Ninetto Davoli y el gran Totò.

La figura de Pasolini era muy discutida en la Italia de aquellos años. ¿Qué imagen tenías tú de él antes de conocerlo? ¿Y qué cambió después?

—Más o menos la que tenía todo el mundo, leía los periódicos, muchos de los cuales, para hundirlo, lo acusaban de sucesos sórdidos, verdaderas patrañas; por ejemplo, decían que había raptado a un empleado de gasolinera. Cuando lo conocí, lo que me encontré fue un hombre trabajador, serio, una persona de lo más respetuosa y honrada, que hacía las cosas con la mayor discreción. Me dejó una huella muy profunda, tanto es así que, de aquel encuentro, todavía hoy conservo un gran recuerdo.

¿Llegaron a ser realmente amigos?

—Recuerdo haberlo visitado una vez con mi mujer a su casa en el Eur, pero no puedo definir lo que había entre nosotros como amistad. Había aprecio y un sincero respeto mutuos, pero rara vez nos veíamos fuera de la moviola o de algunas reuniones de trabajo.

¿Cómo te enteraste de su muerte?

—Por una llamada, a primera hora de la mañana. Sonó el teléfono y respondí. Y era Sergio Leone. Me lo dijo él. Recuerdo la conmoción que sentí, me causó un dolor inmenso.

¿Qué pensás de su homicidio?

—Es difícil decirlo. Creo que es una muerte aún demasiado enigmática como para poder pronunciarse sobre ella de forma tajante. Después de su desaparición, por consejo de Enzo Ocone, que nos presentó, le dediqué, precisamente, la última pieza que había compuesto para Saló o los 120 días de Sodoma. En la partitura escribí “Adiós a Pier Paolo Pasolini” y esas palabras se convirtieron en el título. 

Saló o los 120 días de Sodoma fue presentada en el Festival del Cine de París veinte días después de la muerte de Pasolini. ¿Alguien te criticó por esa colaboración? ¿Cómo veías el mensaje de la película?

—Nadie se permitió nunca decirme nada, pero fue un gran escándalo. Contiene escenas monstruosas: pienso en la gente que come excrementos, pero no solo en eso... Dicho esto, he de confesar también que la película la vi entera solamente después de su estreno.

¿No la vieron juntos?

—Pasolini estaba bastante seguro de la línea que debía seguir. A pesar de ello, una tarde me llamó para que la viéramos juntos en la moviola, pero de una forma muy curiosa: le pedía sin parar al montador que la apagara para avanzar el rollo hasta otra secuencia, luego le pedía que continuara con la proyección unos segundos y, acto seguido, que volviera a parar, de manera que con él solo vi fragmentos. Cuando fui al estreno en el Cinema America, de Roma, me quedé consternado. “¡Dios mío!”, me dije. Estaba pasmado y, por fin, comprendí por qué había decidido no enseñarme las escenas más fuertes: creía que podían herir mi sensibilidad o, quizá, mi moralidad. El propio Pasolini se avergonzaba de aquellas imágenes y, como hombre sensible, pensó en “protegerme”. Había hecho la película para escandalizar a la gente, no para escandalizarme a mí. Tenía cierto pudor en este sentido, por contradictorio que pueda parecer... Quería impactar a la gente, perturbarla, si era necesario, para hacerla pensar, para hacerla reflexionar, no para provocar un escándalo gratuito. La película me dejó tocado, pero todavía hoy recuerdo con emoción el respeto, la prudencia y la consideración que tuvo conmigo. A menudo me paro a pensar en lo que Pasolini habría dicho hoy, en cuáles habrían sido sus reflexiones sobre el mundo en que vivimos. Echo mucho de menos sus constantes iluminaciones intelectuales, también a “nuevos Pasolinis” en el horizonte... Y me temo que no hay ninguno.