La abogada y jueza que le dedicó su primera novela a la compañía aérea British Airways cuenta la historia que justifica esta curiosa dedicatoria –que para algunos puede resultar descabellada–, como si fuera una actriz que representa su propia vida. Simonetta Agnello Hornby no necesita cerrar los ojos para recordar la escena. “En el aeropuerto de Roma tuve como una visión. El vuelo al Reino Unido estaba demorado, yo no tenía dinero, no me podía comprar una revista o un libro para leer, no podía tomar un café, no podía hacer nada. Sólo tenía las mermeladas que me había dado mi madre. Era 2 de septiembre de 2000. Entonces, de la nada, se me apareció la historia de una mujer que va a morir”. Agnello Hornby, que vive en Londres desde 1972, ya estaba en el avión, sobrevolando París, cuando terminó de construir mentalmente La Mennulara (2002). Lo primero que hizo apenas aterrizó fue empezar a escribir. La espera la convirtió en escritora, una gran narradora con el ego domesticado; lo mantiene a raya con un empeño casi aristocrático, un gesto de elegancia, calidez y cordialidad que son como su marca registrada. Es también la autora de La tía marquesa (2004), Boca sellada (2007), La monja y el capitán (2010), El veneno de las adelfas (2014) y Café amargo (2017), novelas publicadas por Tusquets que en su mayoría transcurren en una Sicilia que se debate entre el pasado y el presente.

Agnello Hornby (Palermo, 1945), que estuvo en Buenos Aires invitada al 10° Filba Internacional, no fue al colegio hasta los 11 años; un dato biográfico frecuente en el seno de la familia de barones de la pequeña aristocracia rural de Sicilia en la que nació. Tenía una maestra que iba todos los días a su casa, a enseñarle a ella y a su hermana, y una niñera húngara. “Mi madre decía que una buena señora tiene que hablar tres lenguas –inglés, francés e italiano– para entretener a los amigos de su marido. Una función muy agotadora, ¿no?”, bromea la escritora italiana, una de las abogadas especializadas en derecho de familia más importantes del Reino Unido, en la entrevista con PáginaI12.

– “Aquí los gobernantes han delegado sus responsabilidades en la mafia. Nos estamos convirtiendo en un Estado dentro del Estado. No hay certezas, no hay libertad, no hay justicia”, se dice muy al principio de Café amargo en la Sicilia de hace un siglo. ¿Ha cambiado la Sicilia del siglo XXI?

–No mucho... Esperábamos que cambiara después de la Guerra porque la mafia era muy potente en el período del fascismo. Ahora en Sicilia hace mucho tiempo que la mafia no mata, pero todos saben que cuando no hay asesinatos el capo de la mafia tiene el control total. No necesita matar para que la gente le obedezca; es una situación muy triste, pero es la realidad. La mafia nació en 1812, cuando con la nueva Constitución se pudieron vender las tierras. Antes, los dueños de la tierra se ocupaban de mantener el orden; había un sistema de justicia, incluso mandaban a la gente a la cárcel. Los hombres que trabajaban para los barones hicieron un arreglo con la mafia para recuperar el orden que habían perdido cuando se derrumbó el feudalismo. Leí un libro del inglés John Dickie sobre la historia de la mafia, las razones que permitieron que naciera y se expandiera, los vínculos con los empresarios y con la Iglesia Católica. Ahora en Europa tenemos muchas mafias, pero la siciliana fue la primera. No es motivo de orgullo.

–La historia de Maria en Café amargo, ¿es la historia de su abuela materna?

–No. Pero yo le había dicho a mi madre que me gustaría escribir una historia de mi abuela, a quien no conocí. “Mamá, si escribo la historia de la nona como tú me la cuentas, es muy breve: es demasiado buena”. Entonces se me ocurrió encontrarle un buen amante. “Si tú quieres...”, me contestó mi madre... Maria es la abuela que me imaginé.

–¿La familia de su abuela era socialista?

–No, pero tenían amigos socialistas. Eso es pura invención. Yo soy socialista, voto al laborismo en Inglaterra: “nunca comunista, siempre socialista”.

–¿Cómo conviven sus dos identidades: la escritora siciliana, y la exjueza y abogada que escribe sus sentencias en inglés?

–Cuando uno prepara una torta, tiene la crema, el chocolate, cada una de las capas tiene un ingrediente; pero cuando uno la corta, todos están ahí: yo soy mujer, escritora, abogada, siciliana, inglesa y me siento ciudadana del mundo. Escribo en italiano porque La Mennulara, mi primera novela, me apareció como si fuera una película en el aeropuerto de Roma. Y pensaba en italiano. Si hubiera estado en Londres, habría sido en inglés. Convivo muy bien con mis dos identidades.

–¿Por qué en Café amargo tiene tanta importancia la familia?

–La familia es donde nace el ser humano; aunque ahora podemos creer que no es importante porque estamos emancipados, sabemos que la familia es la fuente de la felicidad y la desdicha. No soy religiosa, pero en la Biblia el primer homicidio es de un hermano a otro hermano. La familia es el centro del amor y del odio.

–¿Cómo empieza a escribir una novela?

–Escribo unos apuntes sobre los nombres de los personajes, la carrera, el trabajo, la familia –el padre, la madre, el hijo–, cuándo nació cada uno y dónde. No puedo empezar a escribir si no sé cómo va terminar. Puede ser que algún personaje se vuelva más importante y la historia se modifique un poco. Conozco escritores ingleses que me dicen que escriben 300 páginas sin saber cuál será el final. Yo no puedo; el tiempo es importante en mi vida y no puedo derrochar tres meses de trabajo.

–¿Escribir ficción para usted es como construir una sentencia?

–No, escribir sentencias es más triste y aburrido. Puede ser que yo quiera a un personaje, pero si es culpable tengo que condenarlo. Tengo que impartir justicia. Cuando escribo una novela, me dejo llevar por la imaginación. No sé cuánto de la abogada ejerce influencia en la escritora; un psicoanalista quizá podría ayudarme, pero no lo tengo. Mucha gente quiere ir al psicoanalista, respeto esa decisión, aunque me parezca que no es necesario. En el pasado, el psicoanalista era el padre confesor y no había que pagar. Les diría a mis amigos que se psicoanalizan que un buen motivo para la conversión es que cambien a sus psicoanalistas por un buen padre confesor (risas).

–¿Por qué la música es importante en Café amargo, pero también en su vida?

–No soy musical, no puedo cantar; estudié piano, aunque no sé tocarlo bien. La vida sin música sería demasiado triste. La música es la mejor invención del hombre.