Después de tres semanas de ambiguedades y contradicciones, Donald Trump finalmente fue asertivo en el caso del periodista saudita desaparecido. Ayer, en Montana, dijo que aceptaba como creíble la versión oficial de Arabia Saudita de que Jamal Khashoggi murió “en una pelea a puñetazos” en un consulado en Estambul. El presidente norteamericano dijo que la declaración de Riad es “un importante primer paso” y no tuvo ninguna crítica hacia la falta de información sobre los detenidos o sobre el destino del cadáver de Khashoggi.

El periodista disidente desapareció el dos de octubre en el consultado saudita en Estambul, adonde había ido a sellar unos documentos que necesitaba para casarse con su novia turca. Según el gobierno de Turquía, la cita era una emboscada y Khashoggi fue torturado, asesinado y descuartizado por un grupo de quince agentes. El grupo había llegado ese mismo día de madrugada en dos aviones privados, y dejó el país a la noche. Con videos de seguridad tomados en migraciones y en la puerta del consulado, difundidos por los turcos, la prensa norteamericana identificó a cuatro oficiales de seguridad sauditas. Los cuatro habían acompañado en viajes internacionales al príncipe Mohammed Bin Salman, regente del reino.

El caso tuvo especial impacto en Estados Unidos porque la víctima era residente permanente y columnista del diario The Washington Post. La denuncia sobre su asesinato creó una ola de repudios hacia Arabia Saudita en la política norteamericana, incluyendo numerosos republicanos, y arruinó la cumbre de negocios de Riad del mes que viene. Programada para ser un evento de primer orden y una vidriera para las reformas del príncipe, la cumbre perdió a sus principales participantes y oradores, incluyendo al secretario del Tesoro Steve Mnuchin.

La reacción de Trump fue cuidadosamente ambigua, actitud que él mismo explicó exagerando la importancia de Arabia Saudita como cliente al decir que había contratos por “110.000 millones de dólares, lo que significa 600.000 puestos de trabajo”, números cuestionados por empresarios y economistas. Luego de una reunión con empresarios de armas, el presidente llegó a decir que si había que sancionar a los sauditas por el caso, prefería que no se tocaran los contratos de armamentos. Exagerando nuevamente, dijo que “representan más de un millón de empleos, lo cual hace que no sea constructivo para nosotros suspender pedidos (de armas) como esos. Nos haría mucho peor a nosotros que a ellos”.

Por dos semanas, Arabia Saudita había rechazado las acusaciones y prometido una investigación. En la madrugada del sábado, hora local, un breve comunicado admitía que 18 personas habían matado al periodista en una discusión dentro del consulado que derivó en una pelea a golpes. El comunicado no identificaba a nadie, ni explicaba cómo fue la supuesta pelea ni dónde está el cadáver. Horas después, el Rey Salmán destituyó a dos consejeros cercanos al príncipe Mohammed y a tres funcionarios de inteligencia.

Fuera de Trump, estas admisiones a medias y estos despidos no convencieron a muchos que las ven como la búsqueda de un chivo expiatorio para salvar al príncipe. Los portavoces del presidente turco Recep Erdogan rechazaron la versión oficial y afirmaron que Turquía continuaría realizando su propia investigación. La Unión Europea y otros organismos internacionales también reclamaron por una investigación exhaustiva. “La Unión insiste en la necesidad de una investigación completa, creíble y transparente, que aclare las circunstancias de la muerte y haga que los responsables asuman sus responsabilidades”, reza el comunicado.