El escritor salvadoreño más insolente de estos tiempos volvió al país para celebrar los diez años del festival de literatura Filba Internacional. Horacio Castellanos Moya publica por primera vez fuera de El Salvador La diáspora (Literatura Random House), su primera novela editada hace casi treinta años. Mélida Anaya Montes -conocida como Comandante Ana María- fue asesinada de 86 puñaladas el 6 de abril de 1983. El autor intelectual de este crimen, Salvador Cayetano Carpio –conocido como el Comandante Marcial—, fundador junto con ella de la organización guerrillera Fuerzas Populares de Liberación (FPL), se suicidó seis días después. Al impacto que generaron estas muertes entre combatientes y militantes políticos, hay que agregarle otro crimen anterior para meter el dedo en la llaga de la degradación de la izquierda: la ejecución del poeta Roque Dalton, en mayo de 1975, por “traidor”, acusado de ser un agente de la CIA infiltrado en el Ejército Revolucionario del Pueblo (ERP). Este es el trasfondo político y emocional de la novela de Castellanos Moya, que transcurre después de los llamados “sucesos de abril”; momento de desmoronamiento y orfandad para cientos de ex guerrilleros, intelectuales y artistas, como uno de los protagonistas de la historia, Juan Carlos, que llega a México con la intención de conseguir que lo acepten como refugiado político en Canadá.

   Hace siete años que Castellanos Moya está en Iowa (Estados Unidos), donde trabaja como profesor de la universidad de esa ciudad. Antes vivió en México (trece años), en Costa Rica, Guatemala, Canadá, España y Japón. “He vivido en tantos lugares que nunca sé hasta cuándo me quedo. Me gustaría decir para siempre, pero el para siempre no existe”, confiesa el autor de El asco, El sueño del retorno y Moronga, entre otras grandes novelas, en la entrevista con PáginaI12. La diáspora, su primera novela, fue publicada en 1989 y recibió el Premio Nacional otorgado la Universidad Centroamericana de El Salvador. La guerra civil entonces estaba en una de sus fases más intensas y los sacerdotes que dirigían esa universidad jesuita fueron asesinados ese mismo año. El autor salvadoreño advierte que no tocó nada de la trama, que sólo se atrevió a “cepillar el lenguaje” -sacar expresiones y coloquialismos que no se usan- para reeditarla por primera vez fuera de El Salvador. 

–¿En La diáspora están los fundamentos de su literatura, el comienzo del trabajo con ciertas zonas de la experiencia como la huida y el exilio, con la rabia y con la angustia?

–Sí, algunos de los basamentos de la obra posterior pueden vislumbrarse en La diáspora; el personaje angustiado del final, incorrecto y provocador, me sigue por distintas novelas. También el personaje que escapa está presente. Hay un trasfondo político real, aunque la obra sea de ficción. La diáspora está construida a partir de las experiencias de personas con las que he tratado. 

–Hay muchas versiones sobre las muertes de tres figuras claves de aquellos años: el asesinato de la Comandante Ana María, supuestamente en manos de quien había sido su camarada, el Comandante Marcial, que luego se suicidó, más el asesinato del poeta Roque Dalton. Demasiadas muertes, ¿no?

–Sí, hay muchas versiones y la novela no se propone sostener una de las versiones sobre lo que sucedió; pone los hechos en bruto de fondo. Son hechos muy calientes y controvertidos, tanto el asesinato de Ana María, como el suicidio de Marcial y el asesinato de Dalton, tres crímenes políticos. La novela no propone resolverlos, sino que la propuesta es ver cómo esos crímenes influyen en los personajes de la novela, cómo les quiebra el sentido de la épica, el sentido de la pertenencia, el sentido de la revolución.

–¿Sintió el desamparo y la orfandad, como los personajes de la novela ante estas muertes?

–No necesariamente… Pero vino a confirmar que había una tendencia muy criminal en las filas revolucionarias, una tendencia probablemente de origen estalinista, una tendencia que ha habido en las revoluciones. Siempre hay una línea más gatillera que no le interesa ningún tipo de propuesta moral. Ahí me pregunté: ¿qué es esto? ¿por qué un proceso se descarrilla de esa manera? Aunque militarmente siguiera siendo efectivo, su sustancia ética y moral estaba un poco cuestionada. No es extraño que el primer presidente de izquierda que tuvo El Salvador (Mauricio Funes), ahora esté asilado en Nicaragua, acusado de malversación por más de 300 millones de dólares. No hay pureza en la política y yo creo que la generación mía, la que tenía veinte años en esa época, creía que había cierta pureza en los ideales del cambio social.

–Dentro de ese grupo de exiliados en México, ¿usted está más cerca de la historia de Gabriel, “el escritor frustrado”?

–No, estoy un poco en todos. Ninguno de los personajes de esta novela tiene puestas mis características principales. En México, en esa época, conocí a varios ex combatientes que eran enfermos de guerra, gente que había quedado lesionada emocional y psíquicamente con cosas que había visto o que le había tocado hacer. 

– “La revolución salvadoreña tiene una manera peculiar de devorar los cadáveres de sus grandes hombres controvertidos: a escondidas”, dice en La diáspora. ¿Por qué esa revolución devoró los cadáveres de sus grandes hombres?

–Seguimos sin saber dónde está el cadáver de Roque Dalton, ¿verdad?, por más esfuerzos que ha hecho la familia y sabiendo que algunos de sus asesinos materiales están vivos. ¿Por qué sucede esto? En realidad no sé; es un motivo de reflexión. Pero no es sólo el cadáver que falta, sino que es una revolución que mató a su más importante escritor. Y después escondió su cuerpo. ¿Qué significa eso en la relación de un país con la palabra escrita? ¿Es eso simbólico de algo o fue algo fortuito? El asesinato de Dalton abre un debate mucho más grande.

–Otro cadáver que no está es el de Federico García Lorca, fusilado en 1936 y arrojado a una fosa común.

–Pero con la diferencia de que a Lorca lo mataron sus enemigos. A Dalton lo mataron sus compañeros de lucha en el 75. Lo cual le da al hecho una vuelta de tuerca más profunda.

–Lo perturbador es cómo se produce ese pasaje del camarada al enemigo dentro de la propia fila...

–Yo creo que son herencias del estalinismo dentro de la izquierda. Toda utopía trae una tendencia carnicera, una tendencia asesina. Eso es muy extraño; en toda utopía, en todo esfuerzo por imponer una utopía sobre la tierra, siempre hay unos crímenes feos de por medio. Hay una tendencia a matar a aquel que disiente de esa utopía.

–¿Llegó a militar en la izquierda salvadoreña?

–Yo colaboré como periodista, pero nunca fui un combatiente ni un militante, apenas un colaborador en la prensa, desde México. Muchas de mis preocupaciones de entonces se las puse a los personajes: cuál era el sustento moral de esa revolución y cómo fue destruido. Si el pensamiento político de estos grandes dirigentes que se mataron entre sí conllevaba la posibilidad del crimen. Terminaron comidos por su propia bestia. 

–¿Cómo fue su salida de El Salvador? ¿Es parecida a la salida de alguno de los personajes de La diáspora?

–Yo salí en el 79, regresé al Salvador en el 80 y volví a salir en el mismo 80. Cuando todo esto sucedió, estaba viviendo hacía tres o cuatro años en México. Mi experiencia de la guerra es lateral; no es la experiencia directa de quien ha participado en una guerra, sino de alguien que estuvo muy cerca, que la vivió con una gran intensidad porque muchas de sus personas más queridas se habían involucrado hasta el fondo en la guerra y porque era el evento determinante de lo que estaba pasando en Centroamérica en esa época. El Salvador era el país donde se estaba definiendo la línea de combate entre el comunismo y el capitalismo, entre Estados Unidos y la Unión Soviética. Como no tuve la experiencia de primera mano, eso me permite fabularlo, porque si no tendría que contar historias de no ficción, ¿me explico? Uno escribe a partir de lo que no ha vivido, en mi caso lo que me motiva es lo que pude haber vivido. De otra manera, serían textos autobiográficos que me son indiferentes, porque no me sale la voz autobiográfica.

–La sensación de paranoia de uno de los personajes, que siente que lo persiguen todo el tiempo, es propia de alguien que huye. Aunque no estuvo en la línea de combate, aunque no era un militante, ¿sentía que igual estaba en el ojo de la tormenta y podía ser víctima de persecuciones?

–No, yo no tuve esa sensación en México porque en esa época era un país muy seguro, un lugar en el que estaban vedadas las acciones políticas y las fuerzas de ninguno de los bandos iban a cometer un asesinato político en México. Yo no sentí paranoia en esa época, pero cuando regresaba a El Salvador sí, por supuesto. Pero eso no era paranoia, eso era realismo (risas). Era un peligro real, me podía suceder algo en cualquier momento en El Salvador, pero en México nunca tuve la sensación de que me perseguían.

–Lo que también aparece en la novela es que México es un lugar muy hospitalario con todos los exiliados latinoamericanos. Hay dos personajes argentinos en La diáspora, el periodista Jorge Kraus y una ex militante de Montoneros, Rita.

–Mis relaciones de amistad en esa década del 80 en que me dedicaba al periodismo político era con gente que procedía de Uruguay, Argentina y Chile. Ese era el núcleo de periodistas que nos encontrábamos en las reuniones, en las conferencias. México era considerado por Centroamérica, por las fuerzas del cambio, como una retaguardia desde la época de Sandino, desde la época de la invasión norteamericana a Nicaragua. Además, en los 80, México jugó un papel muy importante para evitar la agresión del presidente (Ronald) Reagan con las tropas americanas en Nicaragua y El Salvador.

–El periodista “aventurero” Jorge Kraus, el personaje que le gusta estar como en el frente de todas las batallas, ¿le parece una figura positiva o el protagonismo que quiere tener, un mal de los periodistas de estos tiempos, es excesivo?

–Yo creo que es excesivo el protagonismo que quiere tener; hay un poco de ironía en el tratamiento de ese personaje. En ciertos procesos hay gente que pulula por ahí y quiere saltar inmediatamente al camión del triunfo, como dicen. En la novela, la visión que tiene el narrador es crítica, un poco irónica y sardónica sobre cómo ese periodista saca provecho de esa situación queriendo publicar un libro sobre El Salvador que juega con el título del libro de (Fiodor) Dostoievski. Es válido, pero en la novela es objeto de ironía.

–Al principio de la novela, uno de los personajes está leyendo una novela de Milan Kundera con cierto reparo porque teme que sea un panfleto anticomunista. ¿Cuál es la novela que está leyendo el personaje?

–La broma; en esa época Kundera era una lectura que influía mucho en los escritores e intelectuales que nos identificábamos con la izquierda, pero dudábamos de la utopía. Sabíamos que se necesitaba un cambio, pero la utopía comunista ya venía de por sí corroída. No sé si sus novelas a esta altura puedan ser leídas de la misma forma, pero en esa época en que las leí me parecían muy nutritivas, muy frescas, por cómo se burlaba y contaba desde adentro la historia con personajes secundarios que no eran protagonistas políticos.

–Que es un poco lo que hace el narrador de “La diáspora” y usted como escritor.

–Sí, hay una influencia inicial de Kundera. Otra novela que me influyó muchísimo es La educación sentimental de (Gustave) Flaubert. Pero te quiero decir una cosa muy interesante: el propio Dalton, un hombre de izquierda, que fue revolucionario y guerrillero clandestino, asesinado por sus camaradas guerrilleros, tenía momentos en su poesía en que se burla del comunismo, de su misma utopía, cuando dice el comunismo tiene que sopesar la gran mierda de Stalin. Escribir ese verso, en esa época, era duro.

–¿Cómo es ese verso de Dalton?

— “El movimiento comunista internacional ha venido sopesando la gran mierda de Stalin”… Y luego dice: “Si Jesucristo resucitara y entrara al Vaticano, necesitaría una máscara antigás”. Tiene unos versos muy duros; una tradición que desafía con cierta sorna al poder. Dalton era un escritor tremendamente sarcástico, irónico, aunque también escribió poemas militantes, que son los que más se conocen, que son poemas de fe. De la generación de poetas que se dio a conocer con la revolución cubana, el único que tenía humor era Dalton. La poesía de Dalton es muy insolente.

–¿De dónde le vendría a Dalton esa insolencia?

–No sé, quizá era genética. El padre de Dalton había sido también un tipo muy insolente, un gringo que le robó 15 mil dólares a Pancho Villa y se escapó con el dinero de Arizona a Centroamérica. Debe haber tenido mucho humor para robarle el dinero a Pancho Villa, ¿no? (risas).