Entre la cumbia y el trap que arremeten desde los pocos rincones de wifi que tiene la Quebrada y los carnavales de verano que definen el perfil turístico de la región, el fenómeno Tantanakuy persiste hace más de 40 años como una trinchera de resistencia más allá de modas y climas. En torno a lo que comenzó como un encuentro de artistas treintañeros, se expandió con un fabuloso centro cultural y devino en leyenda, se dinamiza desde hace décadas una cultura andina que busca dialogar entre sus tradiciones y la actualidad; entre los sikus hechos pacientemente con cañas, como enseñaron los abuelos, y los smartphones que venden publicidades hechas en otros países; entre las enseñanzas ancestrales y “la realidad efectiva”. Tantanakuy significa “encuentro” en quechua, una de las lenguas históricas de esa tierra junto a la aymará.

Hace una semana se hizo la edición 36 del Tantanakuy juvenil, derivación del que originalmente ideó Jaime Torres en 1973 para gentes de todas las edades. El prócer supremo del charango en Argentina imaginó un encuentro anual con amigos en Humahuaca y eso devino rápidamente en un evento que nucleó todo tipo de artistas referenciados con la cultura andina, al que en un tiempo la plaza histórica del pueblo le quedó chica y tuvo que circular por Maimará, La Quiaca o San Salvador con varios días de actividades.

Entre los que estimularon el Tantanakuy juvenil se encuentra el acordeonista humahuaqueño Fortunato Ramos, a quien la platea rockera descubrió cuando tocó el erke junto a Divididos en Mañana en el Abasto (primero solo, luego también con la cantante y quenista tilcareña Micaela Chauque). Antes ya Mollo y Arnedo (hijo del reconocido folclorista Mario Arnedo Gallo) venían invitando justamente a Jaime Torres. El link de ambos promotores del Tantanakuy con el rock no es casual: demuestra que toda tradición debe también buscar una razón de ser en la actualidad para no acabar fosilizada como pieza de museo.

A diferencia del “de grandes”, el encuentro juvenil tiene sede fija en la Casa del Tantanakuy, alucinante centro cultural fundado en 1998, cuatro cuadras a espaldas del Monumento al Indio de Humahuaca, en la parte alta del barrio Santa Bárbara. Ahí funcionan una biblioteca popular, espacios para talleres de música, danzas, plástica, teatro, telar, un salón cerrado para eventos y una sala de proyección donde se dan cursos audiovisuales y se cultiva el cine popular. La encargada de esto último es Aldana Loiseau, compañera de Juan Cruz Torres, quienes no nacieron en Humahuaca pero se instalaron allí en el 2000 y le dieron otro influjo al Tantanakuy como concepto, y también a la ciudad que es corazón cultural de la Quebrada. El más chico de los hijos de Jaime es el único que se dedicó al charango como su papá y, al igual que él, también tendió puentes con el rock a través del Humahuaca Trío y curtidas con Arbolito.

Durante los días que dura el Tantanakuy juvenil, la pintoresca Humahuaca se ve saludable, copada por un piberío que hormiguea entre las callejuelas encerradas por casitas de adobe y un horizonte de cerros tornasolados. Llegan en procesión distintos grupos artísticos, escuelas de música o colegios con orientaciones afines no sólo de la Quebrada, sino también del resto del país. Muchaches de La Quiaca, Moreno o Junín de los Andes reunidos alrededor del fuego milenario del carnavalitos, huaynos o tinkus. Copleros y bailarines, cantores y cantantes, charangos y acordeones, quenas y sikus, pero también bajos y guitarras eléctricas, bombos legüeros y baterías de varios cuerpos. Gorros y ponchos, botas o jeans. La tradición y la variedad en un cerro del norte argentino donde los pibes le cantan a la luna, a las flores y al acullico, a las diferencias, al amor y al olvido.

Durante la mañana se multiplican los talleres de sikus, cerámica o tejidos. La pedagogía incluye no sólo una técnica para aprender a tocar, fraguar o tejer sino también una filosofía andina que se manifiesta a través de creencias o rituales como el del agradecimiento y respeto a la Pachamama. Para la cultura urbana, acostumbrada a tirar la basura en la vereda, esto causa risa, pero muy cerca de Humahuaca está Bolivia, primer país en declarar la Naturaleza (con mayúscula) como un sujeto de derecho, por cierto valiente forma de protegerla. En este vértice de Argentina, las fronteras son más políticas de culturales: miles de años antes de que fueran trazadas, ya habían dejado su huella pueblos aborígenes, así llamados porque en latín significa “los que vienen de origen” (y no “sin origen”, como muchos divulgan erróneamente).

La mañana es la entrada. La acción principal sucede después del mediodía, luego de un intervalo con un almuerzo popular que tuvo por menú un energizante guiso carrero. Cada delegación tiene alrededor de 20 minutos para mostrar lo suyo y aplaudir lo ajeno en un anfiteatro con las gradas a la inversa, curiosa geometría adoptada para respetar la traza del cerro y no alterarla. Así va transcurriendo esta fiesta juvenil andina entre el cielo explotado de azul, el sol que se va escondiendo entre las montañas y el viento que empieza a soplar cuando cae la noche y la música que sigue sonando mientras lucen relámpagos más allá de Hornocal, el cerro de catorce tonos que se observa desde el Tantanakuy. La variedad de climas sincroniza con la amplitud de gustos y expresiones entre angulosos gigantes de piedra estallados en colores.

El Tantanakuy es cuna, encuentro, resistencia y renovación. Un manifiesto al que todo productor cultural desea suscribir, aunque pocos lo logran. Uno es el propio Juan Cruz Torres, quien va y viene de Humahuaca a San Salvador para comprar carne o arrimar pibes, viaja fugazmente a Buenos Aires para estar cerca de su papá y, a la pasada, sostiene: “Este es un lugar de expresión para los neocoyas, chicos del 2018 que acarrean historias y pertenencias con situaciones de hoy. Vivimos en un paisaje hermoso y con una cultura fuerte y arraigada, pero en un contexto de problemáticas actuales y las imágenes de una televisión que no son las que te devuelva el espejo. Todas estas contradicciones también nos sirven para hacerlos reflexionar sobre nuestro origen y, sobre todo, acerca del destino que queremos elegir. Debemos sentirnos orgullosos de lo que somos”.