Ramona “Cachita” Arévalo, una de las integrantes de la primera pareja de mujeres en casarse legalmente en Argentina, y cuando se debatía el matrimonio igualitario en el Congreso, murió a los 75 años, tras sufrir problemas cardíacos. Vivía con su esposa, Norma Castillo, de 76 años, en la casa de Parque Chas donde durante años planearon y abrieron un centro cultural, que e año pasado el Gobierno porteño intentó desalojar. A Arévalo la despidieron referentes y ONGs de la diversidad sexual, que recordaron en redes la importancia que tuvo, en 2010, la visibilidad de ella y su esposa en el camino hacia la nueva ley de matrimonio. La noticia fue comunicada por la organización 100% Diversidad y derechos por la mañana, cuando tuiteó: “Acaba de fallecer ‘Cachita’, compañera eterna de Norma, primer matrimonio de mujeres en Latinoamérica. Mucha tristeza y a la vez el recuerdo de que les fue posible el reconocimiento de este amor, en igualdad”. “Se fue Cachita Arévalo, una de las primeras mujeres en contraer #MatrimonioIgulitario en América latina. Gracias por tu visibilidad, tu cariño y tu compromiso Acá nos quedamos honrando tu sueño de un mundo más justo!”, escribió en Twitter Esteban Paulón, Subsecretario de diversidad sexual de Santa Fe, que presidía la Federación Argentina LGBT en 2010.

Arévalo vivía en Parque Chas con Castillo, en una casa de la calle Bucarest al 1400. En 2009, cuando tenían treinta años de vida como pareja, habían firmado la unión civil, pero pocos meses después se sumaron a la campaña por el matrimonio igualitario que llevaron adelante las ONG de la diversidad sexual, por lo que presentaron un amparo para pedir que el Estado reconociera su pareja como un matrimonio. El 9 de abril de 2010, la jueza Elena Liberatori las casó en el Registro Civil de la calle Uruguay. El suyo fue el tercer matrimonio celebrado entre personas del mismo sexo en Argentina –antes de la sanción y la entrada en vigencia de la ley–, el segundo en la ciudad de Buenos Aires y el primero entre mujeres. En la boda, Castillo definió a su boda como un acto de militancia. “Es por los que vienen. Para que puedan ir al Registro Civil como cualquiera, pedir turno, casarse. Por la igualdad ante la ley, como marca la Constitución de 1853”, había dicho. Las y los invitados a la boda pidieron que Arévalo también compartiera unas palabras. Arévalo dudó, porque “una vez que habla ella ya está todo dicho. No hay más que agregar”. Su mujer insistió, y entonces Arévalo dijo: “que salga la ley... Lo que dijo ella también lo acepto, y está dicho”.

Poco después de la boda, Arévalo y Castillo debieron entregar su libreta de matrimonio a la jueza Liberatori para que las resguardara de la injerencia de magistrados antiderechos, en el caso de ellas, la jueza Martha Gómez Alsina, que pretendía secuestrarlas y anular la boda. El documento les fue devuelto en agosto, cuando la ley ya había sancionada pero todavía no había sido promulgada.

Arévalo vivía en Uruguay y Castillo en Argentina, pero se conocieron porque eran parientas políticas: Cachita estaba casada con el primo del esposo de Norma. De paso por Argentina, camino a radicarse en Colombia, las parejas compartieron tiempo en Buenos Aires a principios de la década del 70. Volvieron a verse a fines de esa década, cuando los argentinos se radicaron también en Colombia. Ellas empezaron la relación amorosa a escondidas de sus respectivos maridos. Cuando murió el marido de Castillo y Arévalo se separó del suyo, dejaron de ocultarse ante sus amigos y demás familiares –como el hijo de Arévalo, que pidió a Castillo que fuera testigo de su boda– que a pesar de que ellas no dijeran nada, no ignoraban el vínculo. 

A comienzos de 2010, antes de la batalla legislativa por el matrimonio, Arévalo contó a este diario parte de su historia. “Lo mío con Norma se dio naturalmente y cuando me empezó a gustar, no me hice demasiadas preguntas. De todas maneras, tenía dudas sobre lo que le pasaba a ella. Por eso, una noche en que mi marido se fue a visitar a su hermana la llamé para que viniera a mi casa y –al pan, pan y al vino, vino– puse las cosas en su lugar. Aquella fue nuestra primera vez y aún la recuerdo”, contó entonces.