El jueves 25 fue otro día de la dependencia: el del voto mayoritario en Diputados a una ley de Presupuesto que convalidó legislativamente el regreso al FMI. La aprobación por 138 votos a 103 demandó la fuerza de las transacciones en el Ministerio del Interior, transacciones que lograron sumar a la minoría oficialista el concurso de los peronismos provinciales y algunos sueltos (17 positivos y 8 abstenciones). Fue un día oscuro, con revueltas fabricadas para justificar la represión de la protesta que se manifestaba a las puertas del Congreso y que posibilitó la producción de imágenes para la cadena nacional de medios privados. El objetivo fue que se hable de opositores revoltosos y no de números. Otro día para la colección de hitos legislativos macristas, como el pago a los fondos buitre y la reforma previsional.

El Presupuesto 2019 representa la versión aggiornada de la ley de déficit cero de la primera Alianza. Su función será muy precisa: destruir las funciones del Estado y generar saldos para el pago de deuda. La transparencia de los números es pasmosa, lo que se recorta no se ahorra, sino que se destina al pago de los servicios de la deuda. Luego lo que se ahorra destruye progresivamente los servicios básicos del aparato de Estado. Porque eso hace el Gasto, hace funcionar los servicios del Estado, principalmente la salud, la educación, la seguridad social y la infraestructura. Achicar el gasto quiere decir recortar los salarios de médicos, maestros, profesores y científicos, detener la creación y el mantenimiento de la instalaciones educativas y sanitarias, disminuir los recursos enviados a las universidades, contraer el complejo de ciencia y técnica, reducir la obra pública, como por ejemplo la construcción y mantenimiento de rutas, y recortar vacunaciones y pensiones. La lista de cosas que dejarán de hacerse o se reducirán podría llenar esta página. Los números abruman. Las únicas partidas que aumentan son las de seguridad, la salvaguarda para controlar la protesta de los ajustados, y por supuesto las destinadas al pago de deuda.

El balance es paradójico. Primero se dijo que se tomaba deuda en divisas para no hacer un ajuste, la falacia del “gradualismo”, y ahora se dice que el ajuste es inevitable porque, dado el nivel que alcanzó la deuda, el país ya no es sujeto del crédito externo y necesita pagar los créditos que tomó diciendo que no tenía ninguna importancia tomarlos. O sea, supuestamente se tomó deuda para no hacer un ajuste y ahora se ajusta para pagar deuda. Brillante, salvo por el detalle que no es así como funciona.

La realidad es que no se necesitaban dólares para financiar gastos del Estado en pesos y tampoco se necesita tomar deuda para poder gastar, ya que el Estado tiene mecanismos para hacerlo en forma autónoma. Los argumentos estaban mal, pero si la lógica oficial fuese cierta, entonces podría decirse que se tomó deuda para cubrir las reducciones de impuestos decididas en diciembre de 2015, en particular las retenciones al agro y a las mineras, que desfinanciaron al erario. Mientras tanto, el verdadero destino de la deuda quedó reflejado en el balance de pagos: el turismo, el déficit comercial, la remisión de utilidades y la salida de capitales. Nada de obras ni de financiamiento del desarrollo. Mucho menos de generar las condiciones para el repago.

El Presupuesto 2019 expresa entonces los resultados de las decisiones de política económica tomadas desde diciembre de 2015. El resultado es que toda la economía quedó subordinada al pago de deuda, es decir a canalizar hacia el exterior todo el excedente económico producido por el país. Imposible encontrar una definición más transparente de “dependencia”. Incluso del más demodé “colonialismo”.

Mientras esto sucede en lo financiero, la estructura productiva, antes que transformarse para generar más dólares, lo que se supone debería ser el destino del endeudamiento externo, se encuentra en curso de reprimarización. Los datos del EMAE-Indec de agosto, difundidos esta semana, no sólo muestran la recesión (-1,6 por ciento interanual y 5º mes de caída consecutiva), sino también los cambios estructurales. En los extremos florece la intermediación financiera (+7,1) y se desploman la industria (-4,1) y el comercio (-5,1).

En este escenario, la nueva deuda que aportará el FMI, especialmente los 5700 millones puestos a disposición este viernes, se destinará al pago de la deuda vieja y a sostener el tipo de cambio y la salida de capitales. La contracción económica producto de la condicionalidad impuesta, es decir la potente caída del Gasto, será la nueva manera de hacer frente al rojo de la cuenta corriente del balance de pagos. En la lógica del FMI las recesiones sirven para este ajuste externo. Ya en septiembre se registró un pequeño superávit comercial de 314 millones de dólares. Sin embargo, ello no se debió a que el nuevo “tipo de cambio competitivo” hizo volar las exportaciones, como mal predice otra de las falacias económicas oficiales. Por el contrario, las exportaciones siguieron contrayéndose (-4,8 por ciento interanual). Lo que sí sucedió es que la recesión, aquí sí junto al dólar más caro, desplomaron todavía más las importaciones (-21,2). Estos resultados son los que predice la teoría: el país exporta commodities que, por definición, no compiten por precio en los mercados mundiales. La baja de los costos de producción producto de la devaluación sólo genera efecto riqueza para el exportador contra caída de salarios. La caída de salarios deprime la demanda, la economía se achica y, por lo tanto, reduce sus compras al exterior, proceso que se refuerza, como se dijo, con un dólar más caro. Además de la predicción teórica esto es lo que muestran los números locales de las historias de las devaluaciones. La expresión “tipo de cambio competitivo” debería erradicarse del discurso económico (o bien reemplazarse por “tipo de cambio recesivo”).

Ninguno de los procesos descriptos respondió a la explicación oficial de que “pasaron cosas”, en referencia a acontecimientos negativos de la economía mundial, sino que fue el resultado de las políticas económicas elegidas. Se trata de un modelo con claros ganadores y perdedores que subordinó la economía local a las decisiones de las finanzas globales. Los grados de libertad de la política económica simplemente desaparecieron.