En 1846 el nombre de una tejedora apareció en la lista de los Pioneros de Rochdale. Se llamaba Eliza Brierley y fue la primera mujer (después de aportar una libra a la causa) en formar parte de la cooperativa. Poco y nada se cuenta sobre Eliza ni  sobre la venta de sus tejidos dentro de la cooperativa  y menos aún sobre Anne Tweedale, otro nombre de mujer que el rumor del condado de Manchester decía que era un nombre inventado, un aliento fantasma que buscaba animar a otras “señoritas”. Las tejedoras del mundo pueblan calendarios y geografías, y sus historias hiladas se desprenden de cualquier calcomanía que busca mostrarlas como souvenir.  Otti Berger fue una tejedora de academia, una artista textil de la Bauhaus. Yugoslava o húngara –según quién dibuje las líneas de época del imperio–,  nació en Zmajevac, en 1898 (ahora región de Baranja, Croacia), y murió en Auschwitz, en 1944. Estudió en la escuela universitaria para niñas de Viena, en la Real Academia de  Artes y Artesanías de Zagreb y fue además, alumna de Lászlo Mohloy-Nagy, de  Klee y de Kandisnky. Aquellos años de aula devanada le permitieron ser maestra de taller de tejido en la Bauhaus (sin nombramiento oficial efectivo) durante dos años. La titularidad no iba a llegar  y la experimentación la estaba esperando afuera, en un taller propio, en su atelier berlinés. En la Bauhaus, donde no había muchas profesoras, Gunta Stölzl,  Lilly Reich y Anni Albers fueron algunas de ellas, Otti se destacaba por su técnica, su interés por mezclar materiales (incluyendo plásticos), su metodología y por querer patentar –cuando nadie lo hacía– sus textiles.  Pero así como aquel nombre sin cuerpo de la tejedora del Gran Manchester, hay textos suyos que tampoco lo tienen;  basta pensar en su tratado sobre telas y metodologías de la producción textil que tal vez  duerme sin sueño en el cajón del escritorio de alguien, o quizás, y por arte de arrebato, ya no es ni fantasma y sí tiene un cuerpo pero un cuerpo que se llama con el nombre de otro.  Los que no duermen son los rumores. En los primeros años de los años treinta su taller en la Fasanenstrasse de Berlín fluía exitoso renovando la industria textil con piezas de tela en varios diseños, colores y tejidos usando tintas sintéticas y algodón mercerizado,  inventando  mezclas de telas a las que ella bautizaba con nombres como Lamé-plume, “se deben escuchar los secretos del material, rastrear los sonidos de los materiales”,  y logrando su firma de artista “Otti Berger Stoffe”, en las etiquetas suizas o su “O.B.”,  en las holandesas. Pero todo empezó a morir cuando llegaron los nazis y tuvo que cerrarlo.  Alemania la perseguía, la expulsaba  y sus amigos y profesores cruzaban el Atlántico. La promesa de una vida en Chicago la llevó primero a Inglaterra pero la isla no fue el trampolín imaginado. Sin trabajo, ni amigos -muy alemana para los británicos-, con serios problemas auditivos y con una visa que nunca llegaba, Otti volvió a su Zmajevac natal donde estaba su mamá enferma. En abril de 1944 la llevaron junto a su familia al campo de concentración y la mataron. Cuando los nazis le retiraron su licencia como “creadora de patrones” y mientras trabajaba mal y gratis en la Londres que no la amparaba, escribió “no llego a la gente” en una carta en la que decía además que se sentía sola todos los días, triste y desanimada. No encontraba a esa otra que fue cuando les decía a los que afirmaban que tejer era un “arte sustituto para las mujeres”, que  tejer es siempre un trabajo de investigación.