La llegada de Javier González Fraga a la presidencia del Banco Nación es, desde la perspectiva del Poder Ejecutivo, un verdadero acto de justicia. Pocos voceros de la Alianza gobernante sintetizaron mejor el espíritu del plan económico. Oficiosamente tomó la posta de las afirmaciones más desagradables con voluntad de cruzado y fue incluso más al hueso que su desdeñoso discípulo de la UCA Alfonso Prat-Gay. Su visión sobre la verdadera pobreza de los pobres y lo que se creyeron los asalariados medios quedarán para los anales de las declaraciones desopilantes, al menos visto desde un improbable observador imparcial. Aunque parezca contradictorio, su ingreso formal a la administración está en línea con la salida de su discípulo. Al igual que con Nicolás Dujovne, el Gobierno sumó a un comunicador, pero más importante: a un cuadro político de la batalla cultural macrista en economía. Aunque menos reproducido que en sus declaraciones más estridentes, González Fraga se contó entre los primeros en advertir a sus pares que, mucho más importante que seguir el manual de la pureza doctrinaria, era ganar las elecciones de medio término. Sabe que la puerta de entrada al largo plazo de la restauración conservadora es pasar 2017 y que, si ello no sucede, podrían existir problemas de estabilidad política. Radical al fin, cree que el peronismo impediría terminar el mandato constitucional. En una exposición en la Universidad Di Tella en julio pasado considero que Macri no era, probablemente, ni la mejor ni la más perfecta de las opciones, pero “es lo que hay”. La alternativa, sostuvo para horror de la platea, es el monstruo, “el populismo” sólo provisoriamente vencido. Por eso llamó a no subestimar al hijo de Franco quien contra lo que muchos creen “tiene un plan” político claro. Este es un punto que la actual oposición también debería internalizar. Hasta ese momento, nadie había sido tan explícito sobre el programa de Cambiemos. Las caricaturas ultra ortodoxas seguirán acusándolo de no atacar el déficit con suficiente convicción y la oposición lo tratará de ajustador, pero mientras tanto Cambiemos seguirá adelante con su plan de “ganar como sea” en 2017 para consolidar el cambio de régimen.

Pero si la visión política de González Fraga parece clara, la económica es bastante menos sólida. El Banco Nación es un lugar importante. Representa alrededor de un cuarto del sistema financiero y, bien usado, puede ser un instrumento útil para empujar la demanda, como sucedió en 2009, cuando ayudo a contrarrestar el impacto recesivo de la crisis internacional. Sin embargo no es un lugar en el que se tomen decisiones de política. En el organigrama jerárquico del equipo económico representa una segunda o tercera línea. No obstante, confirmando las funciones que muy probablemente asumirá, ayer debutó hablando de macroeconomía. En declaraciones a la muy amistosa Radio Mitre sostuvo que “toda oferta genera su demanda; la recuperación depende de la inversión y no del consumo”. Difícil sintetizar mejor en una sola frase la ortodoxia económica. Que “la oferta genera su propia demanda” es la Ley de Say, destruida por J. M. Keynes en su Teoría General, pero concretamente por todas las experiencias históricas de salidas de recesiones. Si la ley de Say fuese cierta jamás se habría salido de la gran crisis de 1929, para empezar. Luego, que “la recuperación depende de la inversión y no del consumo” deja de lado que la primera es una función del segundo. En realidad se trata apenas un eufemismo para decir que debe favorecerse la ganancia en detrimento del salario, precisamente la tarea a la que la Alianza PRO se abocó en estos 14 meses.