Deudólares deudolatrados, adas, y ades ¿Cómo dicen que les va? ¿Cómo la van llevando en esta Argentina macribularia?

¿Se acuerdan, allá en los 60, de un personaje de TV que hacía el inolvidable Pepe BIondi, decía “El vivo vive del sonso, y el sonso de su trabajo”, y luego, qué tiempos aquellos, “el vivo” era burlado? Bueno, cambió todo. Más allá de los límites éticos o verificables de la frase, “el vivo” se va a tener que buscar otro yeite, porque al sonso le bajaron el poder adquisitivo de su salario, y eso si tuvo la suerte de poder mantener su trabajo. Quizás, como es “vivo”, ya lo sabe y se dedica a vender “odio en cuotas”, “prejucios de alta gama” o “agresiones fashion”

Cambió el país, deudólar, y nosotros, y nosotras, seguimos adentro.

Antes, por ejemplo, la gente era hincha de Boca, o de River, o de Racing, o de Sacachispas. Se jugaba -al menos, eso se creía- por amor a la camiseta,  que solamente era símbolo del club. Y no de alguna empresa, banco o bebida que la supo sponsorear.

De hecho, a veces la misma empresa sponsorea a Boca y a River, con lo cual “el clásico de los clásicos” ya tiene ganador antes de empezar: la marca que figura en las 22 camisetas. El amor al club, esa te la debo, y no te la pienso pagar.

De todas maneras, y aunque el Sumo Maurífice ya dijo que la final de la Copa puede dividir a los argentinos, sabemos que su gobierno se va a encargar de mantenernos “unidos en la deuda”.

Como cuando la deuda ruge hay poco espacio y tiempo para el amor, algo tuvo que venir en su reemplazo, y no estoy hablando solamente de fútbol. Y lo qué llegó es… el odio. No importa tanto salir campeón, sino que el equipo rival no salga… ni que hablar si llegara a descender de categoría.

Los festejos de los logros no se dedican a la hinchada del ganador, sino a la del perdedor, en una extrañísima manera de compensarlos por no haber sido ellos los victoriosos.

También parece haber poco tiempo para el amor  entre las personas. Se habla ahora de “poliamor”, que suena en primera instancia a un amor desmesurado por las fuerzas de seguridad, en el que parecen haber caído algunos gobiernos en estos últimos años. La inseguridad, un clásico del ser humano, la fragilidad, se tapa con uniformes, palos y excusas.  A la vez que se protesta (y con todo derecho y justicia) por la violencia vincular, se promueve una violencia social, y la mezcla de ambas acciones termina siendo esquizofrenizante, si tenemos suerte.

También se refiere el “poliamor” a una especie de “pareja abierta” en el que todos y todas se dan con tode, todis lo saben, todus lo conscientes, todys lo respetan, y a nadie, nadia o nadio se le ocurre que quizás ese “abrirse al mundo” termine haciéndoles lo mismo que cuando abrimos la economía: los productos importados, más baratos, efímeros, líquidos, tachangoúcicos, terminan rompiéndonos… algo que no queríamos que nos rompan.

También a nivel personal el odio va forjando la identidad humana. La agresión invade territorios, y viene con armas de destrucción vincular masiva: denigración, ninguneo, bulling, invisibilización,  imbecilización, repetición dogmática de prejuicios, menoscabo del otro o de la otra según lo que tenga entre sus piernas.

¡Cuánta gente con ganas de pelearse con otra gente! La cosa va más allá de sus ideas, color de piel, sexo, género, marca de celular, tipo sanguíneo, religión, preferencia por dulce de batata o el de membrillo, blanco o tinto, dulce o amargo, cis o trans, azules o colorados, lacanianos o kleinianos, tuco o pesto, jugoso o a punto, neoliberal o compañero, de izquierda o de izquierda (pero de otro sector), histérica u obsesiva, sexo o mate, halago o agresión, carne o verdura, y podríamos seguir y seguir y seguir, pero no queremos generar más controversias a la larga lista de las  ya existentes.

¿Y en política? Como siempre, lo mismo, pero un poco peor. Digamos que hace un tiempo la gente se definía políticamente por lo que era, votaba para que gane alguien, algún candidato, alguna idea, el grupo, partido, frente que de alguna manera reflejara su esperanza. “Si gana tal, vamos a estar mejor” solía decir mi vecino, y en el barrio nadie lo contradecía. Ni siquiera los que votaban por otro,  porque pensaban, simplemente, que ese “tal” era “otro”, pero que igualmente conducía a una mejor vida para todos, o al menos para muchos.

La diversa pertenencia partidaria daba identidad a cada sector: “somos los que creemos en las libertades”, “somos los que creemos en la justicia social”, “somos los que representamos a los más humildes” ,“somos los que creemos en los derechos humanos”, “somos los que creemos que los marcianos van venir a implantar el socialismo”, “somos los que creemos que cada uno debe cosechar lo que sembró y si su vecino se distrae afanarle pero poquito”, “somos los que creemos que si mezclás azul y rojo te da violeta”.

Somos. Cada grupo con su identidad. Su deseo de ser.

Ya no.

¿Vieron, deudólares, que de un tiempo a esta parte muchísima gente vota o elige a aquellos que no les prometen bienestar, sino malestar, y con un guiño de ojo le hace saber que ese malestar no es para el/lla sino para el vecino/a (que también recibe el guiño y lo interpreta viceversamente)?

La idea ya no es “estar bien”, sino que los otres estén mel, sigo mal. ¿Quiénes otros? Bueno, “los que robaron, los que se aprovecharon, los que imaginaron, los que tienen otro color de piel, los que nacieron unos kilómetros para allá, o para acá; los que creen en otro dios, o en el mismo pero con otro nombre, o en ninguno;  los que tienen un auto más lindo o más feo que el mío, o los que no lo tienen, los viejos, los niños, los que se creen jóvenes, los que hablan en inglés con acento latino, los/las que tienen entre las piernas algo diferente a los que tengo yo; o tienen lo mismo, pero más grande; o más pequeño; o se cambiaron lo que tenían, los y las que se acuestan con quien a mí me parece que no deberían. Los y las diferentes.

¿Diferentes a quién?  A mí. A “nosotros/as/es, normales”

¿Y por qué? Porque tienen la culpa.

¿De qué? De todo.

¿Y por qué tienen la culpa? Por ser diferentes. ¡Hubieran sido iguales a mí /nosotros, no les echaba la culpa de nada, pero eligieron ser diferentes, ahora se la bancan!

La identidad se define por el odio. Por el objeto de odio. Por aquello que uno “no es”.  Y como “uno” no es “eso”, “eso” no importa. O importa, pero como objeto de destrucción.

Y entonces, y ahora, Brasil.

Hace unos años, con mi querido colega maestro y amigo Eliahu Toker (Z’L’), publicamos un libro de humor sobre el nazismo y el autoritarismo. Se llamó, se llama: “Odiar es pertenecer” (Norma, 2003/Ediciones B., 2013). Querido deudor, querida deudora, me sigue asustando la vigencia del título.

La seguimos.

@humoristarudy