Si hay tres rasgos que se tornaron en una constante en la trayectoria musical de Antonio Birabent, estos son el ingenio, el desconcierto y la reinvención camaleónica. Y acaba de dejarlo en evidencia una vez más a través de su nuevo proyecto, Oficio: juglar, un libro/ disco conformado por ocho canciones basadas en poesías de grandes escritores bonaerenses como Abelardo Castillo, Aurora Venturini, Rodolfo Fogwill, Sergio Bizzio, Roberto Juarroz, Almafuerte, Alejandra Pizarnik y Vicente Barbieri. “Este proyecto surgió el año pasado. Fue muy largo y trabajoso porque fue complicado conseguir las autorizaciones”, reconoce el cantautor, que se presentará hoy a las 19.30 y en forma gratuita, en La Usina del Arte (Agustín R. Caffarena 1). “Recibir comentarios tan sentimentales de personas que están involucradas, como Sergio Bizzio y la compañera de Abelardo Castillo, Sylvia Iparraguirre, hace que me sienta bien por lo que toca. Y por lo que no también, porque me siento hermanado con esos poetas”.  

--¿A qué se debe que Oficio juglar no tenga edición física a la venta?

--Es un proyecto particular desde su origen y también desde su mezcla, de poesía y música. Y de su gestación ejecutiva también. Físicamente no está a la venta porque el ánimo es divulgativo. Entonces, la gente de Cultura de la Provincia de Buenos Aires, que fue quien lo bancaron, lo va a repartir en escuelas y en lugares donde pueda ser considerado útil. Está en las redes y, por otro lado, como una cosa excepcional, este sábado en el concierto voy a vender algunos.

--¿Por qué decididiste hacer esta antología con el apoyo del gobierno bonaerense?

--Aunque estamos desacostumbrados en el mundo latinoamericano, el Estado no es de los partidos, sino de las personas. Por otro lado, sin el gobierno provincial no podría haberlo hecho. Primero porque hay un montón de autorizaciones que no hubiera conseguido, y a esta altura, con todo lo que hice por mi cuenta, me resultaría irónico que alguien piense que mi independencia está en juego.

--¿En qué basaste la elección de esos poemas?

--Son ocho temas, pero podían haber sido menos. Hubo mucho azar en la elección. Algunos poetas llegaron de casualidad a mí como Vicente Barbieri, por ejemplo. El de Abelardo Castillo, que es el único inédito, llegó por gentileza de Sylvia Iparraguirre, su compañera de toda la vida. Un día en su casa me leyó varios poemas hasta que apareció “Cuando cae la noche”. Una vez que eso empezó a rodar, busqué qué poesías de esos autores eran las más cercanas a mi espíritu.

--Más que adaptarlas, te apropiaste de esas poesías. ¿Qué te animó a abordarlas desde esa perspectiva?

--Tenía que apropiarme, hacerlas mía. Las respeté, pero me animé a meter mano. Al volverlas canciones, había que rearmarlas. La palabra componer significa poner una cosa al lado de la otra. Tuve que poner una cosa al lado de la otra. Hay sólo dos poemas que están textuales: el de Abelardo y el de Juarroz. El resto está movido y tocado.

--La propuesta de este disco es una nueva demostración de que la canción es también un género literario.

--Oficio: juglar es la demostración de que la poesía y la música pueden estar en consonancia. Almafuerte, que es el poeta argentino más lejano en el tiempo, podría haber sido letrista de Invisible. No creo en las Olimpiadas del género artístico ni que estemos tan lejos. Estamos más cerca. Hay letras de Javier Martínez, de Manal, que son poesía. Y en todo caso, la mezcla siempre produce algo interesante.

--Al mismo tiempo que llevás adelante una veta actoral, amparada por grandes marcas, casi toda tu carrera musical la sostuviste desde la independencia, al punto de que tu álbum Lápiz, guitarra y papel (2013) lo hizo a partir del crowdfunding. ¿Temés por tu libertad creativa?

--Éste es mi disco número 18. Exceptuando los dos primeros, de 1993 y 1995, que fueron con una multinacional, el resto de mis discos fueron independientes desde lo comercial. En ninguno, incluyendo los que grabé para BMG, hice algo que no quería hacer. Para mí la independencia no es una elección, sino una fatalidad hermosa. Desde que me fui del sello multinacional, en 1996, navegué el barco a mi manera. Reconozco que el manejo de mi carrera por momentos ha sido pésimo. Ahora tengo dos discos casi terminados: uno que estoy haciendo solo en mi casa y otro con un gran amigo, Marcelo Filippo. En otro momento, hubiera sacado los tres al mismo tiempo, pero alguien me dijo, con razón,  “Che, no”. Y le hice caso.

--Este año se celebran cuatro décadas del disco Fiebre de vivir, de Moris, que se convirtió en un parteaguas en la manera de componer en el rock español y con el que tu padre se coronó como un gran cronista. ¿Te animarías a hacer un disco “periodístico”?

--Mirá cómo son las palabras... Fiebre de vivir es un disco que aún sigue vivo y hoy sigue derramando sangre. En esa capacidad descriptiva y de crónica urbana de mi padre hay una gran poesía atrás y por eso es sigue llegando al corazón de las personas. Sin duda.