Finalmente, Jair Bolsonaro resultó electo presidente de Brasil. Vaticinar acerca de las implicancias que esto tendrá en materia económica para nuestro país no es una tarea sencilla. En parte por lo precoz de la noticia, pero fundamentalmente porque –en una campaña enfocada en resaltar la impronta profundamente reaccionaria del candidato– poco lugar hubo para el debate sobre su proyecto económico. 

Aun así, el análisis de las opiniones de quien será su ministro de Hacienda, Paulo Guedes, puede ser un punto de partida. En una entrevista concedida a la revista Valor Económico, el doctor por la Universidad de Chicago declaró que la causa última de la crisis económica y política que desde hace más de cuatro años atraviesa nuestro principal socio comercial es el abultado déficit fiscal que acumula. Por eso no sólo celebró la ley promovida por Temer que apunta a congelar el gasto público en términos reales por 20 años, sino que propuso acelerar el ajuste avanzando en el proceso de privatizaciones y llevando a cabo reformas en el esquema de seguridad social y laboral. 

Así, en lo que refiere al manejo de la macroeconomía, la llegada de Bolsonaro implica una profundización del rumbo vigente. Sin embargo, la no novedad constituye una mala noticia para Argentina. Desde que en 2015 nuestro principal socio comercial aplicó una política de austeridad fiscal de dimensiones cada vez mayores, su economía no hizo más que profundizar la crisis que ya experimentaba desde 2014 y, en sólo tres años, el PBI se retrajo un 8,3 por ciento (la caída más elevada desde la crisis del 30). Como resultado, Argentina vio reducidas sus exportaciones a Brasil en más de un 40 por ciento, con particular incidencia en el sector industrial (donde las ventas al país vecino representan alrededor del 32 por ciento de las exportaciones totales). Aunque el tímido rebote de 2017 y 2018 inauguró cierto optimismo, la crisis está lejos de superarse: la actividad se mantiene todavía 6 por ciento por debajo del último máximo, cifra que en la industria trepa al 14 por ciento.

Sí, en cambio, podría tener lugar una reconfiguración más disruptiva en el plano de su política comercial. Al respecto, no sólo Guedes manifestó que el Mercosur no será una prioridad para Brasil, sino que el Proyecto Fénix -escueta presentación del plan de gobierno de Bolsonaro- habla abiertamente de la posibilidad de que Brasil suscriba acuerdos bilaterales de libre comercio. A raíz de ello, se abrió nuevamente la discusión entorno a la necesidad de “flexibilizar” el Mercosur. 

¿Qué significa esto? La clave reside en el debate en torno a si el bloque debe concebirse como un mercado común o un área de libre comercio. De manera sucinta, la diferencia radica en la forma en que se establece la política comercial de sus miembros hacia el exterior del bloque. En el primer caso, los países miembros fijan de manera conjunta una única política comercial, común a todos. En el segundo, cada país se reserva la potestad de establecer su propia política arancelaria, y de celebrar acuerdos comerciales de manera unilateral. 

Si Brasil se propone avanzar en este último camino, para Argentina (y el resto del Mercosur) cabría la posibilidad de perder el acceso preferencial al principal mercado de la región. Además, significaría prescindir de buena parte de su poder de negociación ante el resto del globo: no es lo mismo dialogar con terceros países en nombre de un bloque que representa la 6° economía más grande del mundo, que hacerlo a título de un único país que ocupa el puesto 28°.  

En resumen, Argentina y la región necesitan que Brasil crezca con fuerza y de manera sostenida, para traccionar exportaciones. Pero, fundamentalmente, que ejerza su rol de líder en el camino hacia una mayor integración productiva del bloque. Aún con sus falencias, el Mercado Común del Sur constituye una herramienta fundamental para lograr complejizar la estructura productiva de la región, única solución genuina a los desafíos que se enfrentan en materia de crecimiento e inclusión social.

* Licenciada en Economía (UNLP).