Querido Fernando: Me he enterado aquí en Buenos Aires por medio de un comunicado de la Embajada Argentina en Francia, que falleciste el 16 de enero de este año. Si bien sentí una enorme pena por la noticia, también creo que finalmente terminó un proceso muy doloroso para vos.

Me vino entonces a la memoria toda una vida de entrelazamiento común que comenzaba en el Colegio Nacional Sarmiento cuando yo, como estudiante de quinto año fui en alguna ocasión “celador” del segundo año dónde estabas vos (me respetaban tanto que creo que solamente lo fui un día). Yo nací en el 33 y vos en el 36.

Mucho más tarde nos volvimos a encontrar cuando los dos éramos pintores secretos y queríamos iniciarnos en el escenario artístico. Fuiste sin duda alguna mi primer amigo pintor. Luego en 1959, –ño en que realicé mi primera exposición—, habías participado en la muestra del movimiento informalista que conmovió y cuestionó la actitud artística general de nuestro ambiente. Incluso recuerdo haber adquirido un cuadro tuyo y también redactado un prólogo para una exposición, que tal vez era  la primera individual que realizabas. Luego te fuiste a Nueva York donde tuviste a tu primer hijo. En 1964 te encontré en esa ciudad cuando estabas programando regresar a Buenos Aires y me cediste tu taller. Más aún, con tu permiso utilicé una maqueta de casa –bien estilo Greenwich Village– para una obra que lamentablemente años después alguien me la cortó por la mitad, sacando justamente esa pieza y otras partes que sobresalían de la tela. A fin de ese año retorné a Buenos Aires y te encontré allí, pero ambos volvimos a Nueva York. Me acuerdo de tu casa en el Bowery que en invierno, para poder entrar a ella de noche, había que pasar por encima de borrachos caídos en la nieve. En ese tiempo había entrado en crisis con las instalaciones pictóricas que había realizado en mi residencia anterior y comencé una búsqueda con espejos plano cóncavos de acrílico, que como no sabía cómo se podían mantener en la forma que deseaba, vos, buen carpintero, me armabas las cajas. En mi residencia en el 65 en Buenos Aires donde estabas, escribí y publiqué mi libro Antiestética que se llamó así por tu sugerencia, dado que lo que había pensado era llamarla Estética de la antiestética, y vos me dijiste que simplificara.

Años después, a fines de los setenta te encuentro nuevamente en París donde nació tu hija.  Recuerdo muy bien a su madre, arquitecta alemana de gran inteligencia y belleza. En Francia, hasta que me fui en el año 87, te frecuenté muy seguido. Tus obras, que en Nueva York me sorprendían por la actitud “shape canvas” pero donde ya comenzaba a surgir tu temática del dibujo de letras y signos gráficos, se habían convertido en obras de gran delicadeza, en bastidores regulares inscriptos en paisajes  diría metafísicos, de gran sutileza. Creo que ahí comenzó la parte más característica de tu pintura, en la cual habías aprendido lo esencial de dos lenguajes que también te atraían mucho: la música y la poesía.

Cuando estaba en Paris, te visitaba en tu casa de Nogent donde viviste hasta tus últimos días. Conversábamos de la problemática artística, teniendo naturalmente  en la mano siempre algún vinito. Yo admiraba cómo te conservabas en alcohol.

Más tarde ya viviendo yo aquí en Buenos Aires, vino Paula, mi hija, a hacer una exposición, con un prólogo que le habías escrito, dado que escribías muy bien.  

A pesar de tus reiteradas ausencias de la Argentina, se te adjudicó en el año 1985 el prestigioso premio Palanza que otorgaba la Academia Nacional de Bellas Artes, y en 1987 obtuviste el Gran premio de Honor del Salón Nacional de Artes Visuales. Transcurridos desde entonces ya casi 30 años, siempre serás considerado entre los mejores pintores argentinos.

Con la noticia de tu fallecimiento revivo cosas esenciales en mi vida y recuerdo lo importante que fuiste para mí. Por lo tanto ahora te revivo intensamente. Para mí siempre estarás vivo.

Te abrazo eternamente.

* Artista plástico.